Observo el reloj de mi muñeca —el que me veo obligada a utilizar desde hace varios años debido a mi incipiente impuntualidad— apresuro mi andar cuando caigo en cuenta de los minutos que llevo de retraso. Cada vez más y más razones para ser despedida.
—Buenos días, Penélope —saludé apenas crucé las puertas de vidrio del edificio.
—No soy Penélope, la despidieron hace unos dos meses.
Desesperada buscaba mi celular entre el desastre en el interior de mi cartera, «¡vaya momento para olvidar donde lo había guardado!», cuando la voz de la chica hizo que alzara la cabeza y reparara en ella.
Le sonreí a modo de disculpa.
—Oh no sabía, iba distraída —digo haciendo referencia a la equivocación y me acerco hasta la mesa de recepción.
—Lo noté. Soy Cristel Moore.
—Semine Blackwell —me presento— tengo programada una reunión…
—Tercer piso, oficina diecisiete —me interrumpe—. El señor Bach la está esperando.
Perfecto, esto es un despido seguro.
No te precipites.
Ruedo los ojos. Me despido de la nueva recepcionista y espero al ascensor, el cual, gracias al cielo está desocupado. Odio estar rodeada de personas en espacios reducidos generalmente me provoca cierta sensación de sofoco difícil de contener. Y no, no sufro de claustrofobia, solo que ciertas pesadillas me persiguen hasta despierta…
Me recuesto del espejo del fondo y vienen a mi las excusas perfectas para las mil y un razones por las que puedo ser despedida. Marius puede tener razón, sin embargo nada quita de mi cabeza que me van a dejar patitas en la calle; ya es un hecho para mi psiquis. Llego a mi destino con el sonido del ascensor al abrir las puertas metálicas, ¡Apiadate de mi!
Pocos son los empleados que están presentes, la mayoría encerrados en sus cubículos. Mientras camino por el largo pasillo saludo a los pocos que se cruzan conmigo, hasta que me detengo en la puerta identificada por una placa con el diecisiete grabado.
—Señorita Blackwell, tome asiento por favor —dice el señor Bach apenas me ve traspasar el umbral de la puerta.
Este es mi fin, está demasiado serio.
Siempre está serio.
Pero hoy está más de lo normal.
Presiento como Marius revira los ojos ante tanto drama de mi parte —tanto que se lo critico a mi mamá y soy idéntica a ella—, es extraña la sensación, no es una imagen como tal, sino más bien la ilusión y certeza del acto efectuado. Normalmente ocurre mucho, aunque nunca he visto el físico de él.
—No la retendré por mucho tiempo —continúa cuando me ve sentada algo inquieta—. Supongo que tendrá idea del motivo de su requerida presencia.
Resoplo y gesticulo en mi interior un «Pues claro que lo sé», sin embargo una idea acude a mí y decido llevarla a cabo. Podría ser una excelente opción hacerme la desentendida. Si le digo que si seguro me despide sin miramientos, pero si le doy largas…
Tomada la decisión niego ligeramente con gesto inocente, por lo que lo veo dirigirme una mirada perspicaz.
—En los últimos meses se han registrado múltiples faltas de su parte, desde atrasos de entrega hasta impuntualidad en reuniones de suma importancia.
—Creo que está exagerando un poco —alza una ceja con una clara expresión de “a mí no me engaña”—. Prometo que lo solucionaré, no volverá a ocurrir.
—Con todo respeto, señorita Blackwell, eso ya lo ha dicho con anterioridad. —lo observé con mirada inquisitiva—. Cinco veces para ser exactos.
Error, han sido 6 veces.
No estás siendo de mucha ayuda.
—Entiendo su punto de vista, señor Bach, pero lo ocurrido ayer fue completamente culpa del email que no envió el correo a tiempo.
—Pensé que regresaría con la excusa de que su gato dañó su portátil.
Mis mejillas se tiñen de rosa haciéndome recordar todas las veces que lo notifiqué. En mi defensa no era ninguna mentira, fueron como dos veces que Salem derramó agua sin querer encima del teclado y en otra oportunidad la estrelló contra el piso.
—Solo una oportunidad más y le aseguro que no habrá más excusas.
—Lo siento pero la decisión ya fue tomada. Se le agradece por su trabajo, sin embargo, sus servicios ya no son requeridos.
La voz del señor Bach se escucha lejana, mis dientes se aprietan con un látigo de ira que me aborda al ver mi esperanza totalmente destrozada. No por ellos, sino por mí. Si hubiera puesto un poco más de cuidado en mi trabajo no estaría en semejante situación.
¿Ahora qué haré? Dinero no me falta, aunque sí una distracción urgente.
Se arremolinan las sensaciones en mi interior, una tormenta que toma auge y desea arrasar con todo. Ira, preocupación, miedo, inquietud. Las cuatro emociones se pelean constantes para decidir cual tomará el control.
Mi respiración se vuelve algo irregular, no lo demuestro. Contengo las ganas de perder la compostura. No obstante, de nada sirve mi autocontrol porque mi frustración es expuesta de una forma diferente.