A la mañana siguiente la tormenta había parado, Sol tuvo una impresión de que seguía en su casa, en su cama cubierta por las gruesas y suaves sabanas y que su madre estaría en la cocina preparando el desayuno haciendo unos ruidos muy fuertes para que ella se vaya levantando para después comenzar sus clases, eso fue hasta que no escucho nada de sartenes y ollas chocando para que ella se levantara; se sentó en la cama y se tallo los ojos para después dar un largo bostezo y darse cuenta que a su alrededor había un dosel de color carmesí intenso había recordado que por fin estaba en Hogwarts, se lanzó para atrás tapándose el rostro con sus manos ocultando una sonrisa cargada de felicidad.
No duro mucho puesto a una de sus compañeras ya se había levantado y estaba haciendo algo de ruido, lo que hizo que ella sacara su cabeza por las cortinas para curiosear lo que hacía, esta estaba revolviendo su baúl lo que ella supuso que estaba buscando su uniforme.
"¡El Primer día!", pensó y se levantó de la cama de un salto, fue tanto su ataque de pánico que la chica que estaba ya estaba levantada saltara del susto y pegara un grito ahogado por sus manos.
— ¡Perdón! — Ni siquiera se dio cuenta que había hablado demasiado fuerte y las chicas que restaban por despertar se habían ya levantado.
Apenas se levantó cogió su uniforme que la noche anterior lo había dejado encima de su baúl bien doblado y se adentró en el baño para cambiarse y asearse.
Ya se encontraba en el Gran comedor, con su mochila y su mirada metida en su horario de clases... Le tocaba herbología con los de Hufflepuff, Cuidado de Criaturas Mágicas con Slytherin, y en la tarde dos horas de Aritmancia con Ravenclaw. Se sentó al final de la mesa y se propuso a servirse, tenía mucha, mucha hambre; anoche casi no podía probar bocado por su insensata curiosidad y el extraño hecho de escuchar conversaciones ajenas a su incumbencia, en resumidas palabras estaba metiendo la nariz por donde no la llamaban.
De repente oyeron sobre ellos un batir de alas, y un centenar de lechuzas entró volando a través de los ventanales abiertos. Llevaban el correo matutino. Instintivamente, Sol alzó la vista, vio una mancha casi blanca entre la masa parda y gris oscuro. Las lechuzas volaron alrededor de las mesas, buscando a las personas a las que iban dirigidas las cartas y paquetes que transportaban. La lechuza gris casi blanca, con pintas blancas, negras y marronas dejo caer una carta sobre la mesa, justo en frente de Sol.
— ¿Harry no era esa Hedwig? — Pregunto Ron llevándose a la boca una cucharada de avena.
— No, Hedwig es blanca— Respondió Harry mirando a Sol quien estaba leyendo su carta y a la vez se llevaba una manzana a la boca.
— Muy observador— Comento Hermione burlándose de Ron mientras untaba mermelada a su tostada.
— Es simpática— Dijo Harry.
— Gracias— Dijo Hermione, pensando que ahora Harry se estaba burlando de ella, pero cuando se disponía a hablar observo que miraba a Sol quien seguía leyendo su carta, pero esta vez con un semblante mucho más serio.
— Ah, sí por lo menos es muy objetiva. — Hablo y miro su libro para comenzar a leer.
— ¿Eso se supone que es un cumplido? — Pregunto Ron mirando a Hermione, de pronto sonrió y soltó una pequeña pero escandalosa carcajada — Claro como es tan "objetiva"— Dijo haciendo énfasis en la palabra— como es como tú, te ha caído bien. — Soltó de nuevo una carcajada y golpeo de forma juguetona a Harry en su hombro el cual también soltó una carcajada.
— A mí me parece agradable, es decir... es alegre— Dijo Harry aun riendo y Hermione los miro fastidiada.
— Si a mí también me lo pareció...objetiva— dijo y aguanto unos segundos para volver a reír.
Las preocupaciones de Sol le duraron todo el recorrido a través del embarrado camino que llevaba al Invernadero número tres; pero, una vez en él, la profesora Sprout la distrajo de ellas al mostrar a la clase las plantas más feas que había visto nunca. Desde luego, no parecían tanto plantas como gruesas y negras babosas gigantes que salieran verticalmente de la tierra. Todas estaban algo retorcidas, y tenían una serie de bultos grandes y brillantes que parecían llenos de líquido.
— Son bubotubérculos — les dijo con énfasis la profesora Sprout-. Hay que exprimirlas, para recoger el pus...
— ¿El qué? — preguntó Seamus Finnigan, con asco.
— El pus, Finnigan, el pus — dijo la profesora Sprout—. Es extremadamente útil, así que espero que no se pierda nada. Como decía, recogerán el pus en estas botellas. Tienen que ponerse los guantes de piel de dragón, porque el pus de un bubotubérculo puede tener efectos bastante molestos en la piel cuando no está diluido.
Exprimir los bubotubérculos resultaba desagradable, pero curiosamente satisfactorio. Cada vez que se reventaba uno de los bultos, salía de golpe un líquido espeso de color amarillo verdoso que olía intensamente a petróleo. Lo fueron introduciendo en las botellas, tal como les había indicado la profesora Sprout, y al final de la clase habían recogido varios litros.
— La señora Pomfrey se pondrá muy contenta — comentó la profesora Sprout, tapando con un corcho la última botella-. El pus de bubotubérculo es un remedio excelente para las formas más persistentes de acné. Les evitaría a los estudiantes tener que recurrir a ciertas medidas desesperadas para librarse de los granos.
— Como la pobre Eloise Migden — dijo Hannah Abbott, alumna de Hufflepuff, en voz muy baja—. Intentó quitárselos mediante una maldición.
— Una chica bastante tonta — afirmó la profesora Sprout, moviendo la cabeza—. Pero al final la señora Pomfrey consiguió ponerle la nariz donde la tenía.
El insistente repicar de una campana procedente del castillo resonó en los húmedos terrenos del colegio, señalando que la clase había finalizado, y el grupo de alumnos se dividió, los de Hufflepuff subieron al aula de Transformaciones, y los de Gryffindor se encaminaron en sentido contrario, bajando por la explanada, hacia la pequeña cabaña de madera de Hagrid, que se alzaba en el mismo borde del bosque prohibido.