Bajo la intensa luz de la luna y expuesta al frío de la noche, Dione observaba detenidamente el paisaje nocturno de París. Pensaba en Silvain y toda su civilización en Saturno. Por momentos, recordaba a sus viejos amigos y se enojaba al pensar que Assane era la única culpable de todo ese embrollo.
La esposa de Saturno deseaba que el día de la verdad llegara, pero debía ser paciente y esperar pues, las cosas debían surgir a su propio ritmo. Por su parte, Silvain deseaba desesperadamente hallar la razón de todo aquello que estaba viviendo.
El cocinero esperó a que Madame Simon se quedara dormida para asomarse al balcón y ver al cielo en dirección a Saturno. En ese momento, Silvain sintió una extraña conexión con el planeta, como solía sentir cuando era tan solo un niño.
—¿Por qué todo en mi vida gira en torno a Saturno? — balbuceó mientras inclinaba la mirada —¿Qué tengo que ver con ese planeta? —nuevamente elevó la mirada al cielo en dirección al astro anillado y pudo notar que aquel punto brillante en el cielo oscilaba como si intentara darle respuestas.
En ese instante, Silvain buscaba en el cielo a aquella extraña mujer de sombrero de ala ancha. Al ver que no estaba, Silvain cerró la ventana y se echó en la cama a ver la tele. De pronto, la voz de una mujer llamó su atención.
—Bonne nuit, monsieur Durand. —pronunció la mujer.
«No puede ser posible», pensó el cocinero —¿Cómo entraste?
Dione se puso de pie y a paso lento salió del oscuro rincón en el que se ocultaba, dejando al descubierto su rostro —Es un poder que tengo desde hace mucho tiempo.
—Poderes y no sé qué —pronunció Silvain con un tono de voz sarcástico y una actitud arrogante —¿Quieres decirme quién eres?
Dione lo miraba y sonreía recordando que ella solía comportarse del mismo modo. —¿Sabes? Hace un siglo una chica se comportaba de esa forma cuando tú intentabas revelarle su verdadera identidad.
Silvain no hizo otra cosa más que reírse de la mujer —¿Un siglo? —Aún no llego a los treinta y tantos y me hablas que viví un siglo atrás? ¡Estás loca de remate!
—Se que suena bastante loco para tí, pero es la verdad y pronto te. —manifestó Dione. —Mírame bien ¿No te es familiar mi rostro? —dijo mientras encendía la luz de la habitación.
Silvain se sorprendió sobremanera al ver que aquella mujer era Dione Leblane, la reportera involucrada con los seres celestiales de hace cien años.
«Maldición, sí es ella»
En ese instante, Dione le pidió a Silvain que tomara su computadora y buscara los eventos ocurridos en París la noche del meteoro a las afueras de la ciudad.
—Eso ya lo he visto miles de veces, así como me han dicho que me parezco al extraño extraterrestre o lo que sea. —Silvain comenzaba a temblar y suspiraba en repetidas ocasiones.
—hijo ¿todo bien ahí dentro? —Madame Simon se despertó al escuchar la voz de Silvain.
—Abre la puerta —ordenó Dione —Es hora de que sepas la verdad.
Silvain lentamente se acercó y abrió, invitando a la anciana a pasar. Madame Simon miró fijamente a la mujer de sombrero, notando así que la hora de Silvain se acercaba.
—¿Está por ocurrir? —suspiró la anciana —no me respondas, ya sé que sí.
Silvain estaba completamente perdido, no entendía de qué hablaban las mujeres por lo que se enojó y se acostó cubriéndose por completo.
—¡Fuera de mi habitación! —demandó —Tengo trabajo mañana, por lo tanto, necesito descansar.
Madame Simon intentó explicar la situación, mientras que Dione permanecía en silencio. Silvain Interrumpió a la mujer diciendo —No estoy de humor para cuentos de hadas en este momento, nuevamente les pido, por favor, que salgan de mi habitación.
Dione y la anciana salieron de la habitación dejando solo a Silvain. Ambas mujeres conversaron al respecto confiadas de que Durand seguía en la cama.
—Se que morirá del mismo modo que ocurrió aquella vez, pero ¿Cuándo pasará? —preguntó madame Simon un tanto preocupada por su adorado muchacho.
—No puedo garantizar cuándo ocurrirá, pero será pronto. Silvain debe recuperar su memoria y ser el guardián que era antes. —manifestó Dione —Será difícil para mí como su esposa tener que permitir que esto ocurra, pero debe ser de este modo, es así como debe terminar esta maldición.
—Pero ¿No se supone que al morir esa mujer se rompería la maldición? —cuestionó la anciana.
—Desgraciadamente, para nosotros no funciona así. —Dione se dirigió al balcón y se despidió de la anciana.
La esposa de Saturno voló velozmente a las afueras de la ciudad, en donde hace ya mucho tiempo varios guardianes refugiados en la tierra solían esconderse. La mujer pensaba en sus antiguas amistades y en su vida como humana, hasta que de pronto, una extraña luz blanca descendía del cielo a gran velocidad.
Dione se puso de pie y empuñó su daga mientras adoptaba una posición de ataque, pero se tranquilizó al saber que se trataba del primo de Silvain.
—¡Orestes! —pronunció sorprendida —¿Qué haces aquí?