Guardiana

Capítulo 10 – Confrontaciones

La despedida de Nathan me dejó con gran inquietud y preguntas que no terminaban de formularse en mi mente.

Después de cenar fui directo a mi habitación, donde podría pensar en tranquilidad y congruentemente.

Cada palabra que dijo Nathan, trataba de analizarla para no perder ningún detalle y poder encontrar las respuestas necesarias. «¿Por qué desconfiaría de mí si yo no he provocado nada extraño?, ¿o tal vez sí?». Recordé el momento en el que sucedió el atentado contara Amelia; utilicé demasiada fuerza para alguien de mi edad, como esa vez que lastimé a mi compañero en aikido; dos veces sucedió el mismo incidente, aquel que aún no lograba borrar de mi memoria; «¿sospecharía de mí desde ese entonces?». También podría ser posible que le resultara extraña mi forma de actuar, tanto como lo era para mí; tal vez sus teorías no fueran del todo equivocadas, cada cambio repentino del cual no era capaz de explicar.

Aunque sus palabras, me resultaba inimaganinable la posibilidad de ser un hada o una maga, ambas me resultaban una locura.

En el momento en el que comencé a analizar todo desde el principio, conseguí alejar el sentimiento de temor e incertidumbre; después de todo, Nathan siempre había sido un chico amable y confiable, aún sentía esa gran admiración que lo hacía especial para mí; probablemente él también tendría sus razones para no confiar en cualquier persona, de la misma forma en que yo lo hacía, e incluso así sintió la necesidad de confiar en mí. No podría brindarle un trato diferente como el que mis compañeros me ofrecía cada vez que intentaba ser amistosa, no, eso no sería en absoluto agradable y no actuaría acorde a mis verdaderos pensamientos. Que Nathan fuera un hada o mitad hada no significaba que debería ser diferente de los demás, porque además de ser un ser humano como yo, era una persona que merecía el mismo trato respetuoso que los demás.

Intenté sosegar mi mente para descansar un poco, porque aunque Nathan me había revelado algo sorprendente, el problema con Lisandro aún seguía presente, y mi mente no funcionaría de manera razonable si seguía imponiéndome más conflictos.

Tomé mi block y me dispuse a dibujar la escena del bosque en donde se efectuó el encuentro con los lobos; al final, de igual manera resultaba un escenario demasiado extraño.

Pasaron alrededor de dos horas, cuando el cansancio acudió a mí. Sentía los párpados pesados, así que decidí cambiarme para recostarme y disfrutar de la suavidad de las almohadas.

...

Mamá cantaba mientras me sostenía en sus brazos. La letra no la reconocía pero sabía que había sido especialmente para mí.

—Mi pequeña Rosalie, como las flores, porque eres una pequeña flor. Tu nombre será tu protección; que mi fuerza sea necesaria para mantenerte junto a mí, segura estarás mi niña, Rosalie.

La visión se esfumaba poco a poco de mi mente; mis párpados comenzaban a acostumbrarse a la luz de mi habitación hasta que pude ser consciente.

«¿Por qué tendría un sueño de cuando era bebé?». Nunca había tenido un sueño como el que se me presentó, aun así decidí no tomarle demasiada importancia porque resultó bastante normal comparado a mis sueños habituales.

El resto del día decidí sosegar mi mente completando mis deberes escolares y estudiar un poco para los exámenes parciales, que se encontraban próximos.

Sinceramente, me sentía tentada de regresar al bosque, pero la advertencia de Nathan no me permitía hacerlo, y mi temor siempre surgía más grade que mi curiosidad.

Esperé, con cierta paciencia y nerviosismo a la vez, la llegada del lunes y que las clases se reanudaran; esa era la única manera en que sería capaz de resolver todo.

Mi ansiedad sólo provocaba que mi temperatura descendiera aun más, y eso me parecía molesto, porque no era agradable que mis emociones interfirieran con mi estado físico.

Pretendí encontrarme con Amelia y Lidia, mas únicamente se encontraba Amelia contemplando la imagen matutina que le ofrecía la ventana.

Me arriesgué a entrar al cuadro de Amelia, quién todavía se encontraba ensimismada.

—Buenos días, Amelia.

—Oh, buenos días Rosalie.

—¿Aún no ha llegado Lidia?

—No, es la primera vez que llega más tarde que yo.

—¡No, he llegado tarde! —La voz de Lidia causó que ambas emitiéramos un salto por la impresión.

—¿Lidia?, ¿por qué llegas de esa manera?, ¿qué sucedió?

—Nada, sólo me quedé dormida.

—¿Dormida?, ¿en serio?

—Sí, es la primera vez que sucede.




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