-Hola, ¿cómo estás? -preguntó Arin.
Eryndor se sentó junto a él y comenzó a relatar lo sucedido la noche anterior. -Arin, anoche fue extraño. Me desperté de una pesadilla y escuché unos sonidos que parecían llamarme.
Arin se mostró interesado de inmediato. -¿Sonidos extraños? ¿De qué tipo? Quizás era tu abuelo roncando como un Khra'gix después de una buena cena.
Eryndor soltó una risa. -No, no era eso. Eran palabras, pero no entendía su significado. Luego encontré una hoja del libro que mi abuelo había quemado.
La sonrisa de Arin se desvaneció. -¿El libro quemado? ¿Cómo puede ser?
Eryndor sacó la hoja de su bolsillo y se la mostró. -Esto es lo que encontré: un mapa, o algo así.
Arin examinó la hoja con curiosidad. -Es increíble. ¿Qué crees que significa?
Eryndor se encogió de hombros. -No lo sé, pero voy a seguir este mapa y descubrir qué esconde.
Arin sonrió. -Entonces empecemos esta aventura. Estoy contigo, amigo.
-Conozco a alguien que podría ayudarnos a entenderlo -dijo Arin pensativo-. Un anciano llamado Thorold, que vive en las afueras de Eridoria.
Eryndor se sorprendió. -¿En Eridoria? Nunca he estado en la ciudad de los guardianes -respondió Arin, con un tono de melancolía.
Juntos, los amigos se encaminaron hacia las afueras de Brindlemark, listos para comenzar su viaje hacia Eridoria y descubrir los secretos que Thorold podría revelarles.
Mientras Eryndor y Arin se dirigían hacia Eridoria, el sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y morados. Caminaban por un sendero rodeado de árboles altos y frondosos, cuando escucharon risas a lo lejos.
-¿Escuchas eso? -preguntó Eryndor, deteniéndose.
-Sí, parece que hay alguien cerca -respondió Arin, mirando hacia el origen del sonido.
Al acercarse, vieron a un grupo de jóvenes reunidos alrededor de una fogata. Entre ellos, una chica de cabello oscuro y ondulado, con una risa contagiosa, destacaba. Era Lira, la hermana de un amigo de Eryndor, a quien él había admirado en secreto durante mucho tiempo.
Eryndor sintió que su corazón latía más rápido al verla. No era solo su belleza; había algo en su risa que iluminaba todo a su alrededor.
-¡Eryndor! -exclamó Lira al verlos-. ¡Qué sorpresa! ¿Qué hacen aquí?
-Vamos a Eridoria -dijo Eryndor, intentando sonar despreocupado. -Estamos buscando respuestas sobre un mapa que encontré.
-¿Un mapa? -preguntó Lira, acercándose con interés-. ¿Puedo verlo?
Eryndor sacó la hoja y se la mostró. Lira examinó el dibujo con atención, sus ojos brillando de curiosidad.
-Esto es fascinante. Podría ser un mapa antiguo -comentó, mientras Arin observaba con una sonrisa traviesa.
-Eryndor, parece que has visto un demonio... o peor aún, ¡un ángel! -bromeó Arin, riendo mientras le daba un codazo amistoso.
Eryndor intentó ocultar su sonrojo. -Cállate, Arin.
Lira se rió, disfrutando de la dinámica entre los amigos. -Deberían dejarme acompañarlos. Podría ayudar a descifrarlo y, además, una aventura siempre es más divertida en compañía.
Arin se iluminó. -¿Y quién somos nosotros para negarnos a tal oferta?
Eryndor sintió un rayo de felicidad. -Sí, claro. Nos encantaría que vinieras.
Juntos, los tres amigos continuaron su camino, con el mapa en mano y un nuevo sentido de propósito. Eryndor no podía evitar robarle miradas a Lira, disfrutando de su compañía mientras se adentraban en lo desconocido.
El camino hacia Eridoria se volvía más denso y oscuro a medida que el sol desaparecía en el horizonte. El aire fresco de la tarde comenzaba a enfriarse, y el ambiente alrededor de Eryndor, Arin y Lira se llenaba de un silencio que sólo rompían sus pasos sobre el suelo de hojas secas.
-¿Cuánto falta para llegar? -preguntó Lira, mirando hacia adelante con el ceño fruncido.
-No mucho, según este mapa -respondió Eryndor, observando la hoja que tenía en sus manos-. Deberíamos encontrar un río que marca el límite de Eridoria
Arin, siempre con su energía, intentaba hacer el camino más ligero. -No te preocupes, Lira, si te cansas, Eryndor te puede cargar -bromeó, lanzando una mirada cómplice a su amigo, que ya comenzaba a ponerse nervioso.
-¡Arin! -respondió Eryndor, apretando los labios para ocultar su incomodidad.
Lira rió suavemente, pero no hizo comentario alguno, lo cual solo hizo que Eryndor se sintiera aún más nervioso. El silencio volvió por unos momentos hasta que, de repente, el sonido de agua corriendo llegó a sus oídos.
-Debe ser el río -dijo Lira, apresurando el paso.
Cuando llegaron a la orilla, el paisaje cambió completamente. La bruma cubría la superficie del agua, dándole un aire casi sobrenatural. Al otro lado, las colinas se alzaban hacia el horizonte, y en lo alto de una de ellas, entre las sombras de los árboles, se divisaba la silueta de lo que parecía una construcción antigua.
-Eso debe ser Eridoria -susurró Arin, con una mezcla de asombro y nerviosismo.
Eryndor asintió. -Sí, no estamos lejos. Solo tenemos que cruzar el río.
-Parece que no hay un puente -dijo Lira, mirando de un lado a otro.
-No importa. Conozco un lugar más abajo donde podemos cruzar a pie. El agua no es tan profunda -dijo Arin, tomando la delantera.
Mientras descendían por la orilla en busca del cruce, el ambiente comenzó a cambiar. Una sensación extraña envolvía el lugar, como si el bosque los estuviera observando. El sonido del río, antes calmado, parecía más distante, y un leve susurro se escuchaba en el aire.
-¿Escucharon eso? -preguntó Lira, deteniéndose de repente.
Eryndor frunció el ceño. -Sí... Es como si el viento estuviera... hablando.
Arin, que normalmente haría una broma, se quedó en silencio por un momento. -Esto empieza a darme mala espina.
Justo en ese instante, una figura apareció entre los árboles, a unos metros de ellos. Se movía lentamente, casi flotando sobre el suelo cubierto de hojas. Era difícil distinguir sus rasgos en la penumbra, pero lo que estaba claro era que no estaban solos.