La expedición llegó casi 7 semanas después que partió de Baneque. Puerto Azul los recibió con honores, la guarnición ibérica se había marchado cuando está se encontraba en Isla Grande, dirigiéndose primero a la población de La Cueva y, al no ser bien recibida ahí por los pobladores, la gran mayoría pro republicanos, siguieron al Bosque que era Provincia monárquica y que nunca se pronunció a favor de la independencia.
El Generalisimo Lorenzo Ceballos se encontraba retomando el control en la vecina Capitanía General de Nueva Andalucia. Ahí se enteró de lo sucedido en la Isla Grande con Cáceres y, posteriormente, del arribo de la expedición primero a la Isla y luego a tierra firme. De más está decir que se encontraba indignado, siempre pensó que luego de la guerra, la vida social, económica y comercial podía continuar en paz entre ibéricos y nacionales. El consideraba a los cordobeses compatriotas y no imaginaba nunca que los isleños cometieran las matanzas de las que había oído.
Decidió cambiar su actitud pacificadora por una conquistadora. El Generalisimo se preparó para aplastar a los insurgentes, es por esto que escuchó los consejos de los oficiales ibéricos que tenían ya tres años combatiendo a los rebeldes, a estos los había ignorado porque no deseaba retaliación de ningún tipo. Ellos le habían advertido que los insurgentes en esta tierra, cuando entraban en batalla o tomaban cualquier población, se portaban como bandoleros y asesinos y no como libertadores, como muchos de ellos querían hacer ver.
Ahora, indignado por lo sanguinario que se portaron los patriotas en la Isla Grande, designó al más temible oficial de su ejército, quiem había fungido como Comandante antes de su llegada, el temible José Millán, para dirigir la avanzada que iba a entrar a la Capitanía General de Córdoba con el objetivo de derrotar a los rebeldes traidores que se encontraban en la Provincia de Oriente
José Millán, ibérico, con muchos años en el nuevo mundo, era un hombre despiadado. Su nombre causaba terror en la filas patriotas y los independentistas intentaron matarlo de muchas formas. Había escapado de envenenamientos, emboscadas y en combate, las fuerzas patriotas habían incorporado una unidad de caballería, llamada rompe filas, encargada únicamente de atacar el sitio donde se encontraba este jefe realista. La rompe filas eran llaneros a caballos armados con flechas, lanzas y fusiles y estaba integrada por, aproximadamente, 150 de los mejores hombres de la agrupación, estos solo salían a combate cuando identificaban donde se encontraba Millán.
Pero José Millán era una consecuencia y no la causa de que la guerra fuese tan desalmada. Este monárquico vivía en paz antes de la guerra, era ganadero, con un pequeño lote de tierra en el que él mismo, con muy pocos ayudantes, se dedicaban a cuidar el ganado, el ordeño de las vacas, hacer queso y vender sus productos por los pueblos cercanos, esa era la actividad comercial que desarrollaba. Sin embargo, cuando estalló la guerra, el pueblo del Encierro, en la provincia de Las Pampas, lugar donde él vivía, se puso en su contra por ser ibérico, pese a que el apoyaba, aunque tímidamente, la independencia y hasta hacia pocos días era considerado un llanero más, incluso con cierta disposición a entrar a las milicias que se estaban organizando para defender la República recién nacida.
Como en muchos lugares de la Capitanía, los discursos que se pronunciaron en El Valle, todos incendiarios, exagerados y revanchistas y muchos de ellos difamatorios, versaban sobre atropellos de la monarquía y sus representantes contra los nacionales, sean estos mestizos, indios o negros, a quienes, supuestamente, los ibéricos tenían como gente de segunda, sin derechos políticos y económicos; pero, además, se empezó a correr la consigna de que los ibéricos gozaban de facilidades para el comercio y se enriquecían con la explotación de los cordobeses.
Todo esto calo muy hondo en El Encierro, poblacion agropecuarios, donde al haber muy pocos ibéricos, el odio exaltado por ciertos manipuladores se volcó contra Millán, quien fue arrestado y azotado públicamente, se le hizo un teatro de juicio acusándolo de robar al pueblo, explotar a los llaneros y enriquecerse por el hambre del resto de la población. Se le dictó sentencia y fue condenado a la horca. Sus bienes fueron confiscados, su pequeña hacienda fue saqueada. Su mujer, arma en mano, trato de impedir estos desmanes en su propiedad; pero no puedo hacer nada ante una muchedumbre en frenesí, fue violada salvajemente por varios hombres y dejada moribunda, el pequeño hijo de ambos, estando en cuna y sin que supieran los asaltantes, fue abrasado por las llamas que destruyeron el hogar.
Vuelta a la calma la situación, algunos pobladores que no intervinieron en este asalto, hicieron ver al resto el crimen que se había cometido. El pueblo entro en un letargo, en una resaca moral que, paradójicamente, le salvó la vida a Millán. Nadie quería ajusticiarlo por todo lo que ya había perdido; pero las autoridades decidieron mantenerlo preso hasta saber que podían hacer con él.
A la semana de esos sucesos, el pueblo fue asaltado por el Capitan ibérico Francisco Alonso, autonombrado Coronel, quien en nombre del Rey, con una tropa de 220 hombres, la mayoría de ellos antiguos vaqueros, la mayoría mestizos, que habían abandonado sus fincas porque no estaban de acuerdo en traicionar a Dios y al Rey por unos hacendados con ganas de mandar y de tener mucho más dinero. esta tropa tan dispar, al enterarse de lo sucedido en El Encierro, se dirige a ese poblado y aqui acomete su primera acción de guerra, la destrucción del pueblo y la liberación de Millán.
Una vez libre, Millán se dedicó a la venganza, fue cazando a cada uno de los asaltantes de su propiedad, ahorcó a las autoridades republicanas del pueblo que lo habían detenido a él. Quemó casas, haciendas y rancherías, fue buscando en pueblos vecinos a los que lograron escapar de El Encierro y así la desolación y la muerte se fue esparciendo por La Pampa. Su instinto asesino, despertado por quienes fueron sus verdugos, lo hizo infundir miedo en toda la Capitanía, su pericia para la guerra lo hizo casi indestructible en el campo de batalla y su liderazgo lo hizo ganarse el favor de peones, mestizos, indios y negros. Porque Millán los trataba a todos como iguales y les daba rangos militares de acuerdo a su valor y pericia en combate y no por su apellido o color de piel.