Darla se durmió con la esperanza de descansar y renovar sus fuerzas para el próximo día, pero esa noche no fue para nada tranquila y no logró cumplir su deseo. El hecho de pensar en el miedo que le daba estar sola, sumado al haberse ido a la cama inmediatamente después de comer, le provocó los sueños más trágicos.
Era de noche. Ella se encontraba sola en una calle cerrada, como un callejón. Quería moverse pero no podía, se sentía pegada al suelo. A lo lejos, distinguió dos figuras como sombras. Intentó pedirles ayuda. Una de las figuras se enderezó y se limpió la boca; luego comenzó a caminar en dirección a ella, dejando que la luz iluminara a la segunda figura: se trataba de una persona que se desangraba, estaba destrozada, irreconocible y luchaba por contener su último aliento, por aferrarse a la vida. La primera figura se acercaba a Darla relamiéndose los labios, en ellos tenía... ¿sangre? Sí, la tenía en toda su cara. Entonces, Darla lo entendió, era una monstruo, que se había alimentado de aquella persona. Y ahora venía por ella...
Cuando la bestia estuvo a centímetros de ella, lo único que se veía en la oscuridad eran unos ojos como fuego, que iluminaban su rostro y la miraban intensamente. Ella temblaba de terror. «No puede ser real», se decía a sí misma, pero no dejaba de ver lo que veía. Seguía sin poder moverse. La bestia estaba frente a frente con ella, enseñándole los colmillos. Ella sintió una enorme opresión en el pecho. Una gota de agua impactó en su frente, anticipando la lluvia. Ella apartó la mirada de su atacante para mirar hacia el cielo, y escuchó una voz como si viniese desde arriba: «Es solo un sueño». Volvió a mirar a la bestia y ésta besaba su cuello, lo sentía pero no podía hacer nada para evitarlo, ni siquiera cerrar los ojos.
Se despertó agitada, empapada en sudor y aun sin poder moverse. Apartó la frazada que le estaba tapando la cara y vio a Félix, acostado sobre ella, lavándose la entrepierna y ejerciendo una enorme presión sobre su pecho. Al verlo, suspiró aliviada, reconociendo que lo anterior había sido una pesadilla. Nada más.
Luego de esto, intentó volver a conciliar el sueño, pero le fue mas difícil que la primera vez. Al parecer, le esperaba una noche larga.
—A levantarse, remolona —La voz cantarina de Cristina se oía como sirenas en la lejanía—. ¡Dale, que es re tarde!
El sol asomaba sus rayos y penetraban en la habitación de Darla, iluminándolo todo. Esto a la chica no la afectaba, pasó una noche fatal y, si no fuera por la insistencia de su madre, nunca se levantaría. Cristina lanzaba la ropa que debía usar Darla a la cama, pero ésta se envolvía cada vez más en las frazadas.
—¡Dale, que a mí también se me hace tarde! —dijo Cristina mientras arrancaba las frazadas de un tirón.
Ahora Darla podía ver que los rayos del sol se multiplicaban a causa de los adornos de cristal que colgaban de su ventana. Observó toda la habitación iluminada y le pareció hermoso, era todo lo contrario a lo que había soñado la noche anterior. Sin embargo eso solo significaba una cosa: Durmió mas de la cuenta y llegaría tarde a clases. Siempre se despertaba al amanecer y presenciaba el ascenso del sol mientras caminaba hacia la escuela. Esta vez el sol le llevaba la ventaja.
Se levantó de un salto y se vistió como si su vida dependiera de ello; llegar tarde implicaba entrar al aula cuando sus compañeros ya estaban sentados y la clase comenzada, que todos la observaran al entrar, y que los profesores le hicieran pasar un mal rato. Por alguna extraña razón los peores profesores, los más severos e intolerantes, siempre daban la primera clase del día.
Corrió hacia la puerta de entrada sin preocuparse por el desayuno, su madre, las llaves, nada. Cristina la detuvo antes de salir para decirle que ella la llevaba en el auto, así ganaría algunos minutos.
Al llegar a la escuela, salió del auto a toda prisa sin siquiera saludar a su madre, sentía el fuego de la vergüenza desde que salió de su casa y no quería propagar el incendio.
La puerta de la escuela estaba cerrada, todo mundo se encontraba dentro de los salones y las clases ya habían comenzado. Tocó el timbre y esperó. El se había nublado y su primer recuerdo del día parecía una fantasía por lo oscuro y frío que se puso. Una ráfaga de viento jugaba con su cabello castaño, mientras ella intentaba arreglarlo para que pareciera peinado. La puerta no se abría, no se oían pasos ni voces. ¿Qué pasaba? Tocó el timbre otra vez.
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Editado: 09.02.2021