Era el tercer día de entrenamiento, y Darla sentía que su espíritu estaba abatido.
Esteban se puso en posición de combate y ella ni siquiera se esforzó por imitarlo. Tampoco le sostenía la mirada, realmente se veía cansada y el ojo morado no la favorecía.
Él se dio cuenta de que necesitaba un cambio de estrategia para motivar a su pupila, o, de otro modo, renunciaría al entrenamiento. Y no podía darse el lujo de perder a otra cazadora.
—Ponete una campera y vení conmigo —dijo.
Darla estaba confundida.
—¿A dónde vamos?
—Vamos a cambiar de paisaje. A ver si te inspira más.
Darla no entendía muy bien a que se refería, pero no tenía otra opción mas que obedecer. Tampoco tenía nada importante qué hacer. Buscó unos lentes de sol grandes como los de Willy Wonka para que le taparan el moretón del ojo, tomó una campera de abrigo y salió de su casa.
Esteban la llevó al campo. Los rodeaban los árboles, de modo que nadie vería lo que harían allí. Armó una mesa de camping y puso un bolso enorme sobre ella.
Darla lo seguía desinteresada.
Esteban abrió y desplegó el bolso, dejando ver armas de todo tipo sujetas a la tela.
Darla reaccionó con asombró.
—¡Acercáte! —ordenó Esteban— Te voy a dar un pequeño respiro con el combate cuerpo a cuerpo para enseñarte a usar las armas. Vamos a empezar por las blancas, luego llegaremos a las de fuego. Las armas complementan la lucha física, pero ¡no podés volverte dependiente de ellas...!
Mientras Esteban hablaba, Darla se acercó a contemplar las armas desplegadas en la mesa. Allí había diferentes clases de cuchillos y dagas, estacas de distintas formas, arco y flecha, sables desplegables, estrellas ninjas, chuncos; entre otros. Eran demasiadas, no parecía legal. De pronto, dejó de escuchar lo que le decía el hombre a su lado y, mientras pasaba la mano por los objetos letales, comenzó a recordar a su padre, imágenes de su niñez que no sabía que existían.
Lo veía tan claro como el agua. Su padre le había dado lecciones básicas para defenderse y también le enseñó a lanzar cuchillos. No supo cómo, pero estaba segura de que ese era el mismo lugar a donde él la llevó para enseñarle. «No podemos hacerlo en casa para no lastimar a los vecinos», le había explicado su padre. Escuchaba su voz dentro de su cabeza como si nunca se hubiese ido. Veía su sonrisa de aprobación, eso le dio aliento para esforzarse más.
Sus manos se detuvieron de repente en un cuchillo cuyo mango estaba forrado de cuero con grabados folclóricos.
—Puedo lanzar cuchillos —afirmó, interrumpiendo el soliloquio de Esteban.
—Ah, ¿sí? —respondió este sorprendido.
—Sí —dijo ella tomando el cuchillo en sus manos.
—Entonces, demostrálo. Lanzálo a uno de esos árboles.
Darla eligió un árbol que se encontraba a unos diez metros de ella. Se acercó unos pasos y lanzó, agarrándolo por el filo. El cuchillo quedó clavado en el tronco del árbol elegido.
Esteban aplaudió con poco entusiasmo.
—No está mal, pero quedó chueco. ¿Ves que está como en diagonal? Además está muy arriba, tendría que estar a la altura de tus ojos.
—Pero vos no me diste ninguna indicación, solo que lo tire, y eso hice.
—¿Decís que podés hacerlo bien? Bueno, lanzálo otra vez.
Darla tomó el otro cuchillo que le ofrecía Esteban, suspiró exageradamente, dudó y volvió a lanzar. Esa vez erró.
—Ja, suerte de principiante —se burló Esteban.
La chica lo miró furiosa. ¿Cómo se burlaba de ella, si hacía años que no practicaba?
—Supongo que está bien para alguien que no entrenó en mucho tiempo —reconoció el maestro—. Deberíamos traer un blanco para afinar tu puntería. Mientras, ¿por qué no probás de lanzar otra cosa?
Darla aceptó el desafío, quería demostrar que sabía hacer algo bien. Tomó una estrella ninja y la lanzó. Esta se clavó en el mismo árbol, cerca del primer cuchillo.
Pero tal hazaña no impresionó a Esteban, más bien parecía no prestarle atención.
—Hagámoslo más interesante. Seguíme —ordenó Esteban, y, tomando varias estrellas en su mano, comenzó a lanzarlas hacia distintos árboles mientras corría en línea recta. Acertó todos sus tiros.
Darla, lejos de frustrarse como en los últimos días, se entusiasmó aún más e imitó a su entrenador. Aunque sus resultados no fueron los mismos. Acertó menos de la mitad de veces.
Ambos se acercaron a la arboleda para retirar todo lo que habían lanzado.
Darla estaba un poco decepcionada por su resultado.
—No es fácil lanzar en movimiento —dijo Esteban para tranquilizarla—. Eso requiere coordinación ojo-mano, y solo se gana con la práctica. Tenemos que entrenar tu vista para que reaccione a tus movimientos. Tu cuerpo es un sistema y todas tus habilidades deben desarrollarse para actuar en conjunto.
—Entiendo. Quiero hacer todo lo necesario para aprender más y mejorar.
Darla ya se había hecho a la idea de que tal vez nunca recibiría la aprobación de Esteban, y de que él no andaba con cuentos a la hora de luchar. Sabía que le dolería y pasaría un tiempo antes de que fuera digna de enfrentarse a él, pero lo intentaría. Estaba dispuesta a dar lo mejor de sí. Ahora sí estaba a disposición de su maestro para aprender todo lo que pudiera de él.
Durante todo el día, Esteban le habló sobre las diferentes armas que dejó sobre la mesa y le explicó cómo usarlas. Lo básico solamente, pero lo suficiente para saber cuáles eran los puntos débiles y fuertes de la futura cazadora.
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Editado: 09.02.2021