—¡Oh! ¡Excelente! —exclamó Gustavo saliendo del aeropuerto en compañía de Cristiano —finalmente hemos pisado suelo español. Me pregunto cuántas personas asistirán al evento.
—Habrá un centenar de espectadores deseando deleitar sus oídos con su música, señor. —comentó Cristiano.
Gustavo sonreía, deseaba estar en el escenario haciendo lo que tanto amaba; tocar el piano.
Con maletas en mano, ambos hombres caminaron hasta salir de lugar. Tomaron un taxi y se hospedaron en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. El músico contemplaba la belleza de Madrid a través de aquella ventana cristalina que lo separaba del exterior.
—¿No es grandioso? —cuestionó —todo tan pacífico, tan silencioso desde aquí.
Cristiano guardó silencio; pensaba que tal vez Gustavo se identificaba en cierto modo con la situación.
En un abrir y cerrar de ojos, Gustavo comenzó a sonreír levemente. Cristiano sintió curiosidad por el motivo de su sonrisa, así que se tomó el atrevimiento de preguntarle, a lo que el músico respondió:
—Recordé a Brígida, la joven y hermosa poetisa que roba mis suspiros.
Cristiano se acercó a Gustavo, miró por la ventana hacia lo lejos, frunció el ceño y acto seguido preguntó —¿La señorita Soarez de Souza? ¿Es ella la dama, mi señor?
A lo que Gustavo respondió con una tierna sonrisa y un leve suspiro —así es. Aunque esté en brazos de otro hombre, aunque su corazón ya tenga dueño, yo siempre la amaré en silencio. —se alejó de la ventana y tomó asiento en una elegante silla vinotinto —soy un desdichado, no sé si seguir soportando esta desgracia.
—Si me lo permite, mi señor —comentó el mayordomo —es usted un joven talentoso, famoso y bien parecido. ¿Por qué aferrarse a un imposible? Intente buscar en otra mujer lo que usted tanto anhela: Ese amor no correspondido que Brígida jamás podrá darle, pues sabe usted el compromiso de esa mujer con el señor Joao Oliveira.
—Creo que por el momento solo me enfocaré en la música.
Gustavo no se sentía muy bien hablando al respecto, a veces recordaba que Brígida estaba comprometida con aquel arquitecto y por tal motivo no debía acercarse mucho a ella. Además, la madre de la poetisa era muy estricta y tenía fama de retrógrada y tirana en cuanto a la educación de su hija. Por ello, para evitar problemas, en especial a Brígida, Gustavo prefería mantener la distancia.
El músico odiaba estar involucrado en escándalos de cualquier índole, esa era la razón por la que evitaba estar en los medios a pesar de su fama. Prefería la privacidad y el silencio y solo se le veía cuando salía a dar una función o en una que otra entrevista a la que accediera.
Al caer la noche, Gustavo se dispuso a continuar con su lectura, ya había leído un poco más de media historia. Acompañando la lectura con una taza de chocolate, el músico, quien estaba profundamente sumergido en los escritos de Shakespeare, se desconectó por completo de la realidad.
Mientras Gustavo leía, Cristiano veía la televisión. Había un interesante documental sobre geografía de Asia en un canal nacional. El mayordomo no desaprovechó la oportunidad, pues, el hombre sentía una enorme atracción por el tema de navegación y exploración a diferentes rincones del mundo.
Pasadas las ocho y treinta de la noche, el músico suspendió la lectura y se levantó de la silla en la que había permanecido sentado todo el tiempo. Vio que Cristiano seguía viendo aquel documental y no quiso interrumpirlo. Así que, salió de la habitación y caminó hasta la recepción del hotel en donde varias personas se acercaban a saludarlo o tomarse una foto.
Gustavo no tenía problemas para socializar pese a su timidez, sabía que debía hacerlo pues aquello era parte de su trabajo. Poco después volvió a la habitación en donde se alistó para dormir, ya que se acercaba la hora del evento y debía estar lleno de energía para deleitar al público amante de la buena música.
El portugués había quedado rendido un profundo y extraño sueño en el que veía a su padre quien había fallecido años atrás en un accidente aéreo junto con el padre de Brígida. En el sueño, el padre de Gustavo le decía que el padre de la poetisa quería hablar con él, pero el músico no lograba entender el motivo.
En medio de la noche, Gustavo despertó con la respiración acelerada y muy confundido, ya que, él solo conversó muy poco con el señor Soarez una vez hace mucho tiempo, cuando tan solo era un joven de veinte años. Para aquel entonces Gustavo no conocía a Brígida, pues la poetisa tenía más o menos catorce años y estaba en un internado en la ciudad de Lisboa.
El músico duró despierto quizá unos quince minutos y volvió a dormir tranquilo hasta la mañana siguiente que el mayordomo lo despertó. Gustavo le contó aquel sueño a Cristiano, el mayordomo frunció el ceño y no supo qué comentar. Solamente le dijo que tal vez se trataba de algún mensaje o tan solo se trataba de eso: un sueño.
El mayordomo y el músico salieron del hotel luego del desayuno. Un elegante auto modelo Subaru SVX de color blanco estaba aparcado en la entrada del lugar. Allí lo esperaba el señor De Castilla, quien lucía un elegante traje de saco y corbata de color vinotinto, camisa y pantalón blancos, zapatos negros y una boina blanca para ocultar su brillante cabeza calva.