Al anochecer, Gustavo y Brígida se encontraban paseando por los jardines iluminados por las luces tenues que rodeaban el campus de Oxford. El aire fresco y la tranquilidad del lugar les brindaban un respiro después del intenso día. Caminaron en silencio por unos momentos, disfrutando de la paz que la ciudad ofrecía.
—Brígida —dijo Gustavo finalmente, rompiendo el silencio con una suavidad en su voz—, hoy me reuní con el profesor Fletcher. Tiene una propuesta que me gustaría compartir contigo.
Brígida lo miró con curiosidad, notando el brillo en sus ojos, una mezcla de emoción y expectativa.
—¿De qué se trata? —preguntó, deteniéndose junto a una pequeña fuente en el centro del jardín.
Gustavo tomó su mano y la miró con una sonrisa cálida.
—El profesor me habló sobre un proyecto en el que están trabajando en la universidad, un evento interdisciplinario que une música y literatura. Quieren que músicos y escritores trabajen juntos para crear obras que se complementen entre sí... Y él sugirió que nosotros dos colaboremos.
Brígida parpadeó sorprendida, procesando la idea.
—¿Nosotros dos? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y emoción en su voz.
—Sí, él cree que nuestra conexión, lo que hemos vivido juntos, podría ser la base para algo hermoso —continuó Gustavo—. La idea es que trabajemos juntos en una pieza musical y poética, algo que represente nuestra historia, nuestras emociones. Me parece una oportunidad maravillosa para canalizar todo lo que hemos vivido en los últimos meses.
Brígida se quedó en silencio por un momento, dejando que la idea tomara forma en su mente. La posibilidad de crear algo tan íntimo y significativo junto a Gustavo la llenaba de entusiasmo, pero también la hacía sentir un poco vulnerable. Sin embargo, el vínculo que compartían era único, y sabía que esa energía creativa podría resultar en algo verdaderamente especial.
—Me encantaría hacerlo —dijo finalmente, con una sonrisa tímida pero sincera—. Creo que podría ser algo increíble, Gustavo. Trabajar contigo de esta manera, creando algo que venga de lo más profundo de nuestros corazones... Me emociona.
Gustavo la abrazó con ternura, aliviado y feliz por su respuesta.
—Sabía que aceptarías. No puedo imaginar hacer esto con nadie más que contigo. Haremos que sea una obra inolvidable.
Mientras se abrazaban bajo la luz de las estrellas, ambos sabían que este nuevo proyecto sería más que una simple colaboración artística. Sería una celebración de lo que habían superado juntos y una manifestación de todo lo que habían aprendido el uno del otro, uniendo sus talentos en una obra que llevaría su amor a otro nivel.
Mientras tanto en Portugal, las cosas parecían calmarse. A pesar de la incertidumbre por conocer el paradero o las andanzas de Joao, los familiares del pianista estaban tranquilos sabiendo que Brígida y Gustavo estaban a salvo en Reino Unido.
Una noche, mientras Dilma cenaba Feijoada (un plato portugués cuyos ingredientes son frijoles y carne de cerdo), veía su telenovela favorita mientras Cristiano alimentaba al gato. Eran más o menos las siete de la noche en ese momento, cuando de pronto, el teléfono sonó y el mayordomo se dispuso a contestar.
—No se preocupe, mi señora. Siga cenando tranquila, yo contesto.
Al otro lado del teléfono, Renata, muy asustada, alertó a Cristiano sobre la presencia de Joao nuevamente.
—Ha estado merodeando por la manzana, así que tengan cuidado —dijo la mujer —tal vez esté inspeccionando para saber en dónde se está quedando Brígida.
—Gracias por informarme, señorita. Le sugiero asegurar puertas y ventanas y llamar a las autoridades. Aún lo siguen buscando. Yo avisaré a la señora Dilma y al señor Gustavo en caso de que llame desde Inglaterra.
—Gracias, Cristiano. Tengan cuidado, por favor.
Habiendo terminado la llamada, el mayordomo se acercó a Dilma y le avisó sobre la aparición de Joao.
Dilma se quedó pensativa, el tenedor detenido a medio camino mientras miraba a Cristiano con una mezcla de preocupación y resignación. —¿Acaso ese hombre no piensa rendirse? —murmuró, dejando el cubierto sobre el plato. La Feijoada de repente ya no parecía tan apetecible.
—Lamentablemente, parece que no, señora. —Cristiano la observó con una mirada seria—. Será mejor que estemos alertas, me encargaré de que todo esté bien cerrado esta noche.
—Hazlo, por favor, y también infórmales a Gustavo y Brígida tan pronto puedas. No quiero preocuparlos, pero deben estar al tanto —añadió Dilma con un suspiro. Sabía que ese sería un nuevo golpe para la tranquilidad de la joven pareja, pero no había otra opción.
Mientras tanto, en Oxford, Gustavo y Brígida seguían disfrutando de su paseo nocturno por los jardines de la universidad. La propuesta de colaboración artística flotaba en el aire entre ellos, creando una nueva conexión emocional. Sin embargo, Gustavo, aún con la mente puesta en el proyecto, no podía ignorar un extraño presentimiento que comenzaba a crecer en su interior.
Al regresar al hotel donde se hospedaban, Gustavo decidió revisar su teléfono. Tenía varias llamadas perdidas de Cristiano. Al ver esto, su expresión cambió de inmediato.