H2o

Capítulo XXIV

Francisca y Charlie se quedaron mirando como se consumían las llamas y las vidas de esa pobre gente. Más allá de que querían ejecutarlos, era una tribu milenaria. Pero ya nada quedaba de ellos, solo algunas pertenencias que Francisca y Charlie se encargaron de rescatar entre el desastre que habían provocado. Esa noche casi ni se hablaron. Él pensaba que a pesar de esta solo con ella no podía confesarle su gran secreto. Charlie, o Carlos Castañez ex presidente de Argentina, no podía decirle quien era y todo el mal que le había hecho a su país y a su familia. No podía contarle como mataron a su familia, como los tiraron desde un avión al vacío mientras él se había precavido de ponerse un paracaídas y un salvavidas. Tampoco le podía contar que su vida en Brasil era toda una mentira. Que no existía ni su mujer ni su trabajo. Después de caer desde el avión había vivido escondido y se había acostumbrado a vivir de la pesca y a veces de la caza. Se había escondido tan bien que cuando fue la gran explosión había sido uno de los pocos seres humanos que se habían salvado. Su culpa era tan grande y no poder contarlo la hacía más inmensa aún. Pensaba que Francisca no podría soportar la verdad, y a pesar de que seguramente no lo abandonaría, no quería convivir con ella con un resentimiento que no valía la pena reavivar, por eso siempre que Francisca le preguntaba qué pensaba, él decía nada. Su dolor era muy grande. Su cabeza era su amo y el un pobre esclavo pero responsable de todo lo que le había pasado, él había creado todo ese dolor que no entraba en su cuerpo. A veces se iba a dar vueltas solo, pero esa inmensidad, ese desierto, no hacía más que hacerlo pensar en todo aquello que él quería olvidar. El exterminio de los kulkumitas también lo tenía preocupado y entristecido. Era una herida más que tenía que soportar y que colonizaba, de alguna manera, su mente. Francisca casi no pensaba en nada. Solo pensaba en sobrevivir y  para eso le era absolutamente necesario Charlie. Sabía que sola le costaría mucho sobrevivir, le costaría la muerte. Charlie era el cazador y el que la defendía de todos los peligros. Charlie era la fuerza. Ella era la fragilidad en ese mundo desconocido y hostil. No pasó mucho tiempo para que se parecieran a un matrimonio como cualquier otro. Más allá de estar alejados de las tentaciones y de las miserias humanas, o mejor dicho de las miserias de otros humanos pero no de las propias, las peleas en general eran por la comida. A veces escaseaba y median sus porciones, las comparaban. Nunca quedaban conformes, siempre se acusaban mutuamente que la porción del otro era mayor, casi nunca llegaban a un acuerdo. También Francisca se enojaba cuando Charlie desaparecía por mucho tiempo, y Charlie se enojaba porque no entendía como ella no comprendía la situación, él iba en busca de comida y de agua mientras Francisca se quedaba en la choza. Francisca, más allá de su fragilidad, pensaba que pasaría si no hubiera nada que comer y no dudaba en pensar que lo mataría a Charlie para alimentarse de él. Lo que no sabía era que Charlie pensaba lo mismo. Eso, como la destrucción de la tribu de los kulkumitas, demostraba que la destrucción y la autodestrucción eran inherentes al ser humano. Por eso había pasado lo que había pasado con nuestro planeta. La  ambición, el poder, la falta de valores para logras cosas materiales nos había llevado a esta situación. Un hombre, una mujer, como en los orígenes de los tiempos. Seguramente si Nicolai antes de apretar en “enter” hubiera sabido todo esto, no lo hubiera hecho. Si su idea era que el mundo renaciera de otra manera y con otro tipo de valores se había equivocado de cabo a rabo. Mientras tanto Francisca y Charlie comen unas frutas en bajo una noche estrellada. Se miran. Ambos se sonríen. Amos se aman y se odian al mismo tiempo. Se tocan. Se hacen el amor. Y vuelven a pelearse. Vuelen a mirarse y a reconocerse. Saben que el aburrimiento puede matarlos, pero siguen luchando. Saben que tal vez sean la última esperanza de un mundo destruido por el hombre. No quieren tampoco sentir esa gran responsabilidad. Vuelven a mirarse, vuelven a sonreír y a tocarse. Ambos piensan lo mismo, cuanta carne tiene el otro en caso de escasez de alimentos. Se besan. Son competencia. Son humanos.

 

FIN



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En el texto hay: distopia, romance

Editado: 28.05.2018

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