Me levanto por el brillo de la luz solar y aquel canto celestial de las aves al volar. Hacía tiempo que no dormía también, desde que me entere que me casaría.
Mis ojos están cautivos por la hermosura de mi esposo, su cabello negro esta revuelto, algunos mechones caen en su frente dándole un toque de inocencia he invulnerabilidad. Me sorprendo un poco al ver unos tatuajes en su cuerpo, mayormente los hombre de nuestra religión no suelen hacer ese tipo de cosas, aunque en él se ve demasiado diferente. Los tatuajes lo hacen ver un poco más duro, más serio y mucho más misterioso.
Por alguna razón no quería levantarme, su calor me hacía también, que incluso desearía dormir todas las noches abrazada a él. Me levanto un poco adolorida por la entretenida noche, "ya no era virgen, selim me había poseído, ahora soy suya, su mujer".
Salgo de la cama haciendo muecas, recojo el albornoz del piso y me lo coloco, miro por último el cuerpo de mi marido, quien dormía plácidamente, para luego caminar hacia el baño para darme una ducha.
Al entrar me sorprendo al ver todo decorado con rosas. Parecía un jardín con tantos tipos de flores rodeando todo el lugar. Me dispongo a llenar la tina, mientras lo hacía me mire a mi espejo, buscando alguna diferencia en mi cuerpo, ya no era virgen eso se sabía a leguas, el brillo en mis ojos, el sonrojo en mis mejillas, y aquellas casi inexistentes marcas purpuras y rosadas, daban detalle de la intensa noche.
Cierro mis ojos, acaricio la marca que dejo aquella boca que recorrió cada partícula de mi cuerpo. Como podría olvidar esta noche, una noche que creí que sería la peor de toda mi absurda vida.
-Habiba...
Me sobresalto al escuchar su voz, trago saliva intentando no desarmarme por completo. Me volteo para ver a mi marido, completamente desnudo en el umbral del baño. Me sonrojo, agacho mi cabeza, una vez más mirando mis pies.
Una risa ronca se hace escuchar, mi cuerpo vibro por aquel acto, "por todo el Dios poderoso".
-Mi inocente esposa- sus pasos se escuchar, hasta que veo sus pies, suelto un suspiro, su perfume varonil de emboba a sobremanera.
Sus dedos levantan mi rostro haciendo una vez más mirarlo a los ojos- jamilati, mi querida y amada esposa- murmura cerca de mis labios, gimo de placer cuando una de sus manos se cuelan por el albornoz tocando uno de mis pechos- voy a disfrutar tanto hacerte el amor el resto de nuestras vidas- vuelvo abrir los ojos que se había cerrado inconscientemente. El iris caramelizado estaban dilatados, su pupila se agrandaban y se achiquitaban a la vez. Su mirada era hipnótico, no podría dejar ni cansarme de mirarle aquellas esferas brillantes.
-Que me has hecho...- pregunto casi en un hilo de voz, sus caricias se detienen, frunce el ceño.
-Enseñarte amarme- voy a responder pero sus labios se apoderan de los míos, desata el albornoz y me lo quita, quedándome completamente desnuda, como Dios me trajo al mundo.
" Bendito Dios, rey de Abraham"
***
Nos metimos a la bañera, después de unos cuantos besos y haber hecho el amor en la aislada del lavamanos. Mi espalda estaba recostada sobre su pecho, mi cabeza escondida en el hueco de su cuello. Sus dedos jugaban con mis pezones enviando con cada toque corrientes a mi entrada. Selim despertaba en mí un hambre voraz, algo que sería imposible de apagar, y que jamás me había pasado con Shagen.
-No deben de tardar en venir el juez de la corte y las mujeres para verificar las sabanas- asiento embobada por sus caricias- prefiero que te mantengas aquí cuando eso pase, no quiero que madre te agobie con preguntas, ni te haga sentir apenada por lo que paso- vuelvo asentir.
-Lo que diga o quiera mi marido, siempre estará bien para mí.
Lo escucho reír- que bueno que sea así entonces- murmura, muerde mi oreja, para luego besar mis labios- porque lo que quiero ahora, es jamás salir de esta tina, ni de esta habitación, lo que deseo ahora es seguir explorando el delicioso cuerpo de mi esposa- mi cuerpo se estremece, extasiada por sus palabras.
-Entonces quedémonos- susurro.
-No podemos- muerde mi hombro, lo miro con el ceño fruncido.
-¿Por qué?- pregunto.
-Tenemos que partir al desierto, donde pasaremos una semana juntos, intentando procrear un heredero, allí será nuestra luna de miel- la molestia se apodera de mí, "habla enserio".
-No crees que es muy pronto para tener hijo- digo, Selim se tensa.
-No lo creo, eres mi esposa, por algo me case contigo- eso fue como una espada con doble filo enterrado en mi corazón, me levanto de la bañera y salgo de ella, busco una toalla y me la coloco- ¿Qué pasa Amira?- pregunta, no lo miro, no respondo- Amira...
-No deseo tener hijos ahora Selim- respondo con seriedad, lo veo levantarse con el ceño fruncido, me mira enojado.
-¿Qué estás diciendo Amira?, tú también como yo sabemos que necesito un heredero para asegurar el trono.
-Eso lo sé, pero eso no quiere decir que tenemos que apresurarnos a ello, apenas nos conocem...
-No se trata de conocernos, se trata de deber Amira, nuestra relación como pareja no tiene nada que ver, lo único que te debe de importar es que nuestra química ayudara para que traigas al mundo a Mi hijo, lo demás no importa ¡comprendes eso!- mi labio tiembla, no pienso llorar delante de él, sus palabras me han herido a sobremanera.
-Bien...- me doy media vuelta dispuesta a salir de aquel lugar, estar cerca de él me hace sentir peor.
-No me has respondido Amira ¡Lo has entendido!...- me volteo enojada.
-Si Selim... ¡LO HE ENTENDIDO! Traeré al mundo a Tu hijo, aun que te recuerdo que también será mío, yo seré quien lo lleve durante nueve meses no tú, es más mío que tuyo o que de los demás- respondo neutral, el me mira confuso y un tanto arrepentido- si así serán las cosas, entonces prefiero que me hagan una inseminación artificial y así nos ahorrados tanto trabajo acostándonos.
Editado: 26.08.2020