- Vaya reunión de amigos – dijo Adriana sarcástica al entrar en la casa. Se dio la vuelta para responderle pero ella ya estaba de camino hacia donde estaba el alcohol.
El sonido retumbante en el lugar hacía que las ventanas de vidrio vibraran al ritmo de la música. Diana estuvo tentada a taparse los oídos, recién llegaba y ya sentía que se iba a quedar sorda. A pesar de que ya había asistido a varias, nunca se acostumbró a ese ambiente tan sofocante y alocado. Podía entender porqué a las personas les gustaba, las fiestas tenían el efecto de convertirte en otro, bailando y dándolo todo. O simplemente besarte con alguien que en tu sano juicio jamás besarías. Todo el mundo necesitaba alejarse de sus propia realidad de vez en cuando.
Miró a su alrededor. Se fijó en más allá de los cuerpos que bailaban. Esa era la casa de Daniel,era un espacio amplio para alguien que al parecer vivía solo, intentó ver los detalles personales en el lugar pero la oscuridad no se lo permitía, lo que sí podía visualizar eran las pinturas colgadas en casi todas las paredes. Se preguntó cuál de ellas serían obra de él.
- No está mal ¿Verdad? El dueño de este lugar tiene un excelente gusto en decoración, eso es lo que he escuchado – la voz de Daniel la sobresaltó. Se había acercado por atrás y le habló prácticamente al oído.
Diana se dio la vuelta y se encontró con un Daniel con las manos a la espaldas y una sonrisa muy inocente. Tenía que comenzar a acostumbrarse a lo guapo que era. Le cortaba la respiración cada vez que lo veía por primera vez.
- ¿Y qué más se dice sobre este misterioso dueño de casa? – tuvo que alzar la voz para hacerse escuchar encima de la música, lo que era raro ya que Diana tenía un tono de voz muy baja. La verdad era que Diana se sentía un poco menos inquieta con la oscuridad a su favor. Si Daniel la hacía sonrojar no lo notaría. Aunque su efecto persistía, sentía el corazón golpeando su pecho rápidamente.
- Además de su gusto exquisito, dicen que es un tipo muy agradable.
Diana soltó una pequeña risa.
- Ojalá algún día tenga el placer de conocerlo.
- Estoy seguro que estará encantado de conocer a una señorita como usted. Por cierto, déjeme decirle que su belleza me está dejando un poco ciego esta noche.
- Y usted no está nada mal - ¿De dónde había salido eso? Daniel arqueó las cejas seguramente sorprendido por el cambio.
¿Quién era esta chica que se había apoderado de ella esa noche? Deseaba que se quedara siempre.
Buscó a su alrededor a Adriana, pero ya había desaparecido. Muy típico de ella, llevarla a una fiesta y dejarla sola. "Ni tan sola" pensó mirando de reojo al chico que no le quitaba los ojos de encima. Aunque el muro se había derrumbado temporalmente, su forma de mirarla seguía inquietándola.
Sentados en los muebles en un rincón, un grupo de chicos intentaban llamar la atención de Daniel que se encontraba a su lado.
- ¿Son tus amigos?
Daniel los miró, pero se limitó a ignorarlos, no sin antes torcer los labios con desagrado.
- Algo así.
Diana sabía que había algo detrás de su extraño comportamiento hacia ellos, ¿Qué tan malos pueden ser tus amigos para hacerles ese desplante? Los examinó. Era un grupo de chicos y un par de chicas, su imagen los hacía destacar de los demás. No sabía identificar qué, pero algo dentro de ella se alegró de no tener que conocerlos. Diana no era el tipo de personas que juzgaba un libro por su portada, pero también tenía un instinto que la hacía alejarse de ciertas personas, ese instinto le gritó que se mantuviera lejos de ellos.
- No es un buen lugar para conversar – le dijo Daniel alzando la voz - ¿Te muestro algo? – a continuación le ofreció la mano.
¿Darle la mano? ¿Sería capaz de hacerlo?
Sus ojos se toparon con los de él y de inmediato un calor recorrió todo su cuerpo. Entonces lo supo, al contrario que con sus amigos, él transmitía seguridad, no le podía pasar nada malo, la sensación de temor desapareció.
Tomó su mano.
Su toque fue electrizante. Daniel sostenía su mano de forma suave casi delicada, como si temiera ser brusco y que de alguna manera ella lo soltara. La llevó a través de la gente abriéndole camino hasta llegar a una ventana, en la que al salir encontraron las escaleras que daban a la terraza. Diana subió intentando no mirar hacia abajo, le aterraban las alturas, cuando llegó al último escalón, Daniel le ofreció la mano para ayudarla a subir.
Un viento frío la recibió en el exterior, respiró hondo sintiendo el aire helado entraba a su cuerpo.
- ¿Tienes frío? Te puedo dar mi chaqueta – dijo comenzando a quitársela.
Diana negó con la cabeza acercándose al filo de la terraza para divisar la ciudad desde ese punto. Qué maravillosa sensación.
- Me gusta esto.
- ¿Congelarte?
Ella sonrió cerrando los ojos volviendo a respirar profundamente.
- Me recuerda los viajes con papá. No hay cosa que disfrute más que subirme a un auto e ir a un lugar completamente diferente.
Daniel se acercó apoyándose a lado de ella.
- ¿Y porqué te lo recuerda?
Cerró los ojos saboreando la escena que le brindaba su memoria.
- Subiendo las montañas en auto, desde pequeña (y hasta ahora) me gustaba sacar la cabeza porque me parecía impresionante como en un momento sentía calidez y en el otro, el frío me golpeaba. Me encanta el frío. Creo que en otra vida fui un oso polar.
Un viento helado la volvió envolver. Podía sentir su mirada en ella, lo que no podía era imaginar lo que estaría pensando. ¿Será que ella producía el mismo efecto que él tenía en ella? Lo dudaba.
- No eres de este mundo – levantó su mano dirigiéndola a su rostro. Estuvo a punto de dar un paso atrás, pero se obligó a no moverse.
Le gustaba. Realmente le gustaba, le gustaba escucharlo hablar, le gustaba quién era. ¡Hasta la gustaba cada uno de sus movimientos! Eso sin mencionar lo guapo que era.
Sintió su cálido tacto en su mejilla, no hubo malos recuerdos, ni tampoco ninguna clase de mal pensamiento que la pudiera atormentar, sólo estaban él, ella y un corazón que latía a mil. La emoción la llenó cuando se dio cuenta que no quería que la soltara, que lo necesitaba en demasía. Hasta que el temor también la invadió.
- ¿Qué quieres de mí Daniel? – susurró.
- No lo sé – dijo con toque diversión – Me causas un ligero conflicto. Te veo... - buscó su mirada- Puedo ver en tus ojos que ya sufriste demasiado y de ninguna manera quiero hacerte más daño. Pero al mismo tiempo, quiero estar contigo, saber de ti, conocerte como nadie lo ha hecho. Hacerte sentir completamente plena.
Sus palabras provocaron una revolución dentro de Diana.
- ¿Quieres conocerme? – se aseguró de lo que estaba diciendo.
- Hasta los rincones más oscuros.
- ¿Y no te vas a ir?
- Al menos que tú me lo pidas.
Diana se soltó de él y volvió a dirigirse hacia el horizonte. No podría decírselo mirándolo a los ojos. Confiaba en él, y no lo entendía. Porque lo había hecho desde el primer momento. Y quería comenzar a hablar sobre el tema. Si lo ocultaba como si fuera su "secreto oscuro" entonces lo sería. Lo miró de reojo. Podía hacerlo con él
- Hace un año aproximadamente – comenzó, Daniel se acomodó a su lado prestando toda su atención – Venía caminando del colegio a casa iba sola ese día, podía tomar autobús pero la caminata después de un día ajetreado siempre me relajaba. Ya en la puerta mi llave me dio problemas, cuando por fin la abrí, ésta se quedó pegada a la bocallave y no pude cerrar la puerta. Decidí dejarla así. Estuve un rato limpiando, subí al baño – suspiró – cuando regresé abajo había un hombre extraño en medio de mi sala – Daniel tragó saliva acercándose más a ella y tomando su mano, el gesto le dio valor – Intenté escapar. Me alcanzó. Sus... - su voz ya de había quebrado – sus manos.. Comenzó a acariciarme y no sé porqué pero no podía moverme.– le estaba costando hablar – Reaccioné y lo pateé en la entrepierna. Eso lo enfureció aún más. De pronto ya lo tenía encima de mí – agachó la cabeza, se sentía avergonzada y hasta sucia por siquiera pensarlo – Ese segundo Daniel. El segundo en que supe que iba a pasar, no sabes lo aterrador que fue – él apretó su mano
>>Entonces mi papá llegó, había entrado por atrás, vio la escena y agarró un cuchillo. Lo apuñaló estando todavía encima de mí. Luego de eso en lo único que pensé fue en papá, en que cargaría el peso de haber asesinado, creí que lo había matado, supe que estaba vivo cuando comprobé que seguía respirando, tapé su herida hasta que llegara la ambulancia y se lo llevaran. Papá fue a la cárcel, ahora lo visito cada viernes.
- ¿Qué pasó con el desgraciado?
- Murió - contestó encogiéndose de hombros - No me alegra que muriera, por muy enfermo de la cabeza que estuviera. Pero tampoco me afecta. Digo, si papá no lo hubiese hecho estaría todavía en casa pero quién sabe cuántas chicas más serían víctimas de él. Por todas esas chicas que no vivirán con una parte rota dentro de ellas, es que no lo lamento y no me quejo con la vida por lo que pasó. Es cierto lo que dicen - reflexionó - todo tiene una razón.
Daniel la miró con dulzura. Eso hizo que se extendiera un calor conocido en todo su cuerpo, poniéndola un poco nerviosa. Como antes, solo que ésta vez no era eso lo que ocupaba completamente sus pensamientos.
- Gracias.
- ¿Por?
- Por contarlo. Valoro mucho tu confianza en mí - ladeó la cabeza y se recostó en el borde de la terraza. Todo su cuerpo dirigido hacia ella, observando su rostro a detalle.
- ¿Qué?
- Te admiro mucho.
- ¿Por qué? - preguntó sinceramente interesada. Diana creía que no existía nada que admirar, todo en ella era cobardía y miedo constante.
- Abrir tu corazón de esa manera no es sencillo. Lo hiciste desde que nos conocimos y no puedo hacer más que admirarte por eso. Creemos que ser valiente es no tener miedo o recuperarte rápidamente de las situaciones difíciles de la vida, pero nadie habla del coraje que requiere el hablar abiertamente de tus miedos, tus problemas, contar tu historia, enfrentar tus demonios. Hoy en día todos se esconden detrás de una máscara de felicidad, repitiéndonos que el único objetivo en la vida es ser feliz y nos olvidamos de todo lo demás.
- Y cuando no lo consigues... Porque simplemente no se te da. Te frustras y te preguntas que va mal contigo - coincidió identificándose con lo que decía - hay que permitirnos sentir abiertamente todo lo que venga.
Luego de lo que sucedió aquel día, su familia y amigos se acercaban a ella con nuevas formas para hacer que se sintiera mejor y no pasaba. La deprimía aún más no poder cumplir con las expectativas y decepcionar a sus hermanos para que saliera adelante. Pero lo cierto era que, no hay que forzar a las personas. Cada quien tiene sus tiempos, hay quienes al siguiente día de un suceso traumático siguen con su vida normalmente y hay otros como Diana, que necesitan meses.
Al final, todos sus avances fueron provenientes de su propia fuerza de voluntad y eso la hacía sentir más orgullosa de si misma.
- Vivir no es solo alegrías, es un remolino constante de emociones diversas. Un día estás en la cima y al otro estás en lo más hondo - coincidió - y eso está bien.
Un silencio agradable los envolvió a ambos. En esos instantes, Diana valoró lo que significaba estar con alguien que te entendiera tan bien. Era como ver cómo dos piezas encajaban a la perfección y veías la magia surgir. Daniel y ella podían ser muy diferentes en cuanto a personalidad pero tenían una perspectiva de vida idéntica.
- Si te vieras a través de mis ojos, te sorprenderías.
- Y ahora que ya me conoces y no soy un misterio. ¿Perdiste el interés? – bromeó.
- Al contrario. Te convertiste en un libro que no quiero parar de leer.
- Igual no me gustaría que solo veas en mí lo que te acabo de contar. Dejé hace mucho mi etapa de victimización y autocompasión. Quiero que mi mundo pare de girar alrededor de lo que pasó y dejar todo atrás.
Aunque entendía que no era completamente posible eso, las huellas si parecían difíciles de borrar, las consecuencias seguían presentes en su vida y no podía ignorarlas. Porque no controlaba sus pesadillas, ni sus miedos, ni las inseguridades, ni el hecho que su padre seguía lejos de ella a causa de lo que pasó.
- Tengo unas ganas incontrolables de abrazarte ¿Puedo? – le preguntó, apreció que lo hiciera porque entendía que no era algo tan fácil para ella. Solo que ahora era diferente.
Diana sintió que no había otra cosa que deseara más en ese momento. Así que movió la cabeza diciendo que sí tímidamente.
Explicar la repentina ráfaga de emociones que experimentó cuando estaba entre sus bazos era difícil, dejó de sentir frío de inmediato con el calor de su cuerpo, Daniel era más alto así que tenía el mentón apoyado en su coronilla. Ella lo rodeó con sus brazos también. Se sentía increíblemente bien. Los abrazos eran maravillosos "Me he perdido de mucho al evitarlos" pensó.
- ¿Es por eso que te incómoda el contacto físico? Aquella vez.. ¿Pensaste en él?
Se refería a la última vez que se habían reunido, cuando Diana había colapsado frente a él.
- Si.
- Tomaste mi mano y estoy abrazándote ¿Te sientes incómoda?
¿Incómoda? ¡Hace tiempo que no se sentía tan a gusto tocando a alguien! Claro que eso no lo iba a decir.
- Estoy bien, Don gustos exquisitos - contestó animando un poco la conversación.
- ¡Oh! Y muy exquisitos.
- No entiendo.
- Tu inocencia también es algo de otro mundo.
Los dos se rieron disfrutando el momento. Aún no podía creer que estuviera ahí, a solas con él, ¡Abrazados! Y conversando sin estar al borde de un ataque de ansiedad. Se sentía feliz con la chica que estaba emergiendo. Si hace unos días le hubiesen dicho que estaría así con él, se habría reído demasiado de lo loco que sonaba eso.
- ¿Es raro que no quiera soltarte?
- No tengo problema.
Sintió su cuerpo vibrar y comenzó a juguetear con su cabello de forma suave, casi delicada.
- ¿Puedo preguntarte algo?
- Si.
- ¿Qué significaba las palabras que repetías cuando nos conocimos? Parecieron calmarte.
- Hablas de: "Flores en los balcones. Árboles cuyos frutos están maduros. Calor del hogar. La risa de mi hermano. La ventana abierta y el paisaje que pasa rápido. Love Story. Love Story. Love Story" – aún le avergonzaba que Daniel haya escuchado eso, y pero aún, que lo recordara.
Sonrió para sí, recordando aquel instante, se sentía tan perdida, rota y fracasada. En su peor momento. Qué curioso fue conocerlo en ese instante que sentía desmayar y sin fuerzas. Ese día también había marcado un inicio en su recuperación de estabilidad mental con la profesora Martha. Parecía lejano pero hacía a penas un mes de eso.
- Son mis conectores de paz. Cada cosa que nombro son recuerdos o cosas que me hacen feliz. Las flores en los balcones y los frutos maduros se relacionan con un viaje que hicimos en familia de niña, la ciudad era hermosa y nos hospedamos en unas cabañas en medio del campo, había árboles con frutos muy dulces, no recuerdo cuáles eran pero supongo que es un buen lugar mental para refugiarse.
- ¿Y lo demás?
- La risa de mi hermano... no lo sé, simplemente tiene una risa muy contagiosa que pone contentos a todos en casa – se refería a Gabriel, que se reía por todo y siempre era toda una experiencia- La ventana y el paisaje supongo que lo debes adivinar.
- Los viajes – intuyó
- Y Love Story es una canción en piano que me pone muy feliz. La repito varias veces porque mientras lo hago, estoy pensando en la melodía.
- Entónala – dijo de repente Daniel.
- No - contestó de inmediato.
Daniel se hizo para atrás para poder mirarla de frente. Eso aún la incomodaba, además que tenerlo tan de cerca, le provocaba una sensación rara.
- ¿Te he dicho que nadie me gana convenciendo a las personas?
- ¿Vas a utilizar tus tácticas conmigo?
Esperaba que sus tácticas no incluyeran nada que la dejaran roja como un tomate.
- Haré lo que sea necesario – intentó ser serio pero a final una pequeña sonrisita se le escapó.
- Me voy a arriesgar. – lo miró desafiante – Inténtalo.
Lo que pasó después hizo que se arrepintiera de habérselo dicho. Con una sonrisa malévola Daniel movió sus dedos al frente de ella.
- Conocerás mi poder – dijo con una voz grave que debió sonar escalofriante pero que a Diana le dio risa.
Daniel fue acercándose y se dio cuenta de sus malévolas intenciones. No se atrevería ¿o si? Sea como sea tenía toda la cara de someterla a tan terrible tortura. Antes de que eso sucediera ella corrió alejándose de él pero él la siguió. Y la alcanzó desde atrás tomándola con los brazos por el estómago y levantándola.
- ¡Cosquillas no por favor! – chilló riéndose como loca.
Era tarde, Daniel había descubierto su punto débil y le hacía cosquillas en las costillas, hasta en eso, Diana se dio cuenta de la delicadeza con lo que lo hacía para no sobrepasarse.
- ¡Ya! ¡Lo voy a hacer!
- Así me gusta – dijo satisfecho.
Diana cerró los ojos porque le daba mucha vergüenza hacerlo mirándolo de frente. Y comenzó a tararear la canción lo mejor que pudo. La verdad es que creía que no lo hacía mal, pero tampoco era su fuerte. Cuando llegó a la parte del coro abrió un solo ojo y lo descubrió con una media sonrisa.
- No necesito más pruebas. Es todo. Te descubrí.
Diana abrió los ojos confundida.
- ¿Me descubriste?
- Si. Eres un ángel.
- Gracioso.
- El blanco te luce perfecto con tu verdadera identidad – siguió molestándola. - ¿Segura que no quieres mi chaqueta? Hace frío.
Tenía razón. Había estado tan distraída con él que el clima pasó desapercibido. Diana gozaba de mucha resistencia al frío, sin embargo eso no evitaba que se enfermara. Así que acepto la chaqueta de Daniel.
Estuvieron charlando amenamente un rato más, pero a Diana no le gustaba verlo con esa fina camiseta gris con ese clima, a pesar de que había dicho que se encontraba perfecto. Por eso le dijo que regresaran abajo, además ya era tarde. Tenía que irse, no podía abusar de la confianza que le habían depositado sus hermanos.
Le mandó un texto a Tomás con la dirección para que la recogiera, rogando que no conociera el lugar de antes.
Abajo la fiesta se había encendido y la gente bailaba casi desesperada. Definitivamente ese no era el ambiente de Diana. Buscó a Adriana entre las personas. No lo hizo por mucho tiempo ya que apareció de la nada jalándola. Diana miró a Daniel disculpándose y siguió a su amiga.
- ¿En dónde estabas? ¡Estaba preocupada! – le sorprendió que Adriana estaba enojada y hasta fueras de sus casillas.
- Estaba con Daniel arriba.
Adriana se acercó más a ella para hacerse oír.
- Tenemos que hablar de eso. – Diana percibió algo en su mirada que no le gustó – No puedes volver a hablar con él.
- ¿Qué?
En ese momento el celular en su mano vibró, era Tomás que ya estaba afuera esperando. Adriana vio también su pantalla. A Diana le comenzaba a preocupar el estado en que se veía su amiga, con los ojos desorbitados, estaba despeinada y fuera de sí.
- Genial. Vámonos de aquí – le agarró su muñeca fuertemente y comenzó a empujarla hacía la salida.
- ¡Adriana! ¡Espera! Explícame que está pasando – le gritó intentando zafarse de su agarre.
- Será después. Tenemos que irnos.
- Pero quiero despedirme...- objetó.
- ¡Diana tenemos que irnos ya! ¡No debes volver a hablar con él! – gritó su amiga.
Diana entendió que no se encontraba bien, que no lograría nada poniéndole más largas al asunto y que si quería saber algo tenía que salir de ahí porque no escuchaba casi nada. Se dejó arrastrar por su amiga.
La casa de Daniel era una especie de residencia cerrada, con guardia y todo, así que Diana le había dicho a Tomás que esperara afuera. Lo malo era que gracias a eso, tenían que caminar a través de todo el conjunto.
Adriana iba adelante corriendo con los tacos en la mano. Sin decir nada. Fueron unos diez minutos hasta la salida. Hasta que vieron el auto de Tomás a lo lejos.
- ¿Qué llevas puesto? – preguntó Adriana señalando su atuendo.
En ese momento Diana se dio cuenta que con las prisas, no le devolvió la chaqueta a Daniel. ¡Tendría que volver!
- Tengo que dársela. No puedo ir a dónde está Tomás con esta chaqueta.
- ¡Bótala! No tiene importancia. Vámonos – exclamó con un gesto desesperado.
- ¡Tengo que dársela Adriana!
Tomás tocó el claxon apurándolas. Diana le escribió un mensaje de texto "Se me olvidó algo en la fiesta, demoró 15 minutos en ir y volver ¿me esperas? " a lo que recibió un mensaje con "Okey. Muévete"
Diana corrió lo más rápido que pudo pero no era muy buena con esos zapatos altos que Adriana le había obligado a ponerse. Al principio creyó que iba sola pero luego escuchó los pasos de su amiga atrás de ella. Que a cada rato le pedía que regresaran. Diana no hizo caso.
No sabía que la empujaba a querer volver con tal decisión. Quizás quería simplemente despedirse o no quedar como una ladrona.
Parecía que pasaron horas antes de por fin llegar a la residencia nuevamente.
- Aún estás a tiempo de regresar ¿Vámonos si? No vale la pena. Se la puedes entregar en otro momento. O mejor. Nunca. Y no lo vuelves a ver – seguía hablando Adriana en el pasillo que llevaba a la puerta, aún estaba abierta. Genial.
En el instante que entró supo que algo no estaba bien.
Fue como retroceder en el tiempo, era la misma sensación que tuvo cuando vio a aquel hombre parado al frente suyo hace un año. Un olor ya conocido para ella la recibió.
Ese olor no estaba cuando ella se fue.
Sintió que Adriana tomaba su brazo para irse, pero Diana estaba con la mente en otra parte. La fiesta parecía la misma pero no lo era. Las manos le temblaban mientras sostenía la chaqueta en sus manos.
Fue entonces cuando dirigió su vista a la esquina del salón.
Daniel estaba ahí con sus amigos .
Pero la imagen que daba hizo que diera un traspié. Con los ojos como platos, ahora observaba al encantador chico con el que conversó hace apenas unos minutos en una situación completamente distinta.
Con la cabeza para atrás recostado en un sillón, su cabello desordenado y él mirando hacia el techo.
Su corazón latía frenéticamente y comenzaba a sentir que no podía respirar bien. Adriana la sostenía del brazo brindándole seguridad y apoyo. ¿Era real lo que veía?¿O eran sus ojos haciéndole una mala jugada?
En la mesa, pequeñas hileras blancas eran inhaladas por algunos chicos que sonreían y tenían la mirada perdida. Pero aún no había visto sus ojos. Él seguía en su burbuja. Diana no quería que fuera cierto.
Hasta que Daniel se movió.
Diana se quedó como hipnotizada por él cuando sus miradas se encontraron.
No podía ser. Era real.
Diana caminó hacia allí lentamente, entre más se acercaba, más evidente era. Sus pupilas estaban temblorosas y con una sombra rojiza a su alredor. Al igual que las de Carlos, su atacante cuando estaba encima de ella.
El mismo olor extraño que también sintió luego de salir baño que le avisó que algo no iba bien. El porro que tenía en la mano, era igual al que se cayó debajo del mueble y al que miró mientras Carlos estaba encima de ella. Los recuerdos la comenzaron a abrumar. No podía respirar, las personas a su alrededor la aplastaban, sentía morir.
Daniel, estaba casi tan sorprendido como ella, estupefacto. Se levantó. Pero ella no podía seguir viéndolo. Sólo podía pensar en su atacante cuando lo veía. La estaba afectando. Sintió con dolor como el muro se volvía a alzar.
Ella se dio la vuelta intentando alejarse lo más posible de allí. No lo soportaba. Lanzó la chaqueta en algún lugar salió del lugar, por fin pudo sentir aire fresco.
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Editado: 31.03.2024