Háblame sin mirarme

13. Paz Mental

Los párpados comenzaban a ser pesados cuando por fin escuchó el sonido de la puerta abriéndose.
Ya eran las cuatro cuando la risa estruendosa de su madre llenó toda la casa y Diana se levantó abruptamente del sillón en el que la había estado esperando.
- ¿Diana? ¿Qué haces despierta? - dijo arrastrando las palabras, claro indicio de que estaba pasada de copas.
Se apoyó en la pared con una amplia sonrisa.
- No contestabas los mensajes ni las llamadas. Me preocupé - expresó cruzándose los brazos y cubriéndose con la manta.
Cuando descubrió que su madre no llegó, lo primero que hizo fue llamarla. Unas veinte veces. Luego escribió mensaje tras mensaje revisando si tenía respuesta cada cinco minutos pero nunca pasó.
Diana era de naturaleza paranoica. No podía relajarse y convencerse de que todo estaba bien sin tener una confirmación. Lo mismo le pasaba con Tomás en su época fiestera. Por eso siempre era la que lo recibía y le ofrecía su hombro para que se apoyase y pudiese llegar por lo menos hasta el sofá.
Pensaba que la época de desvelarse y las ojeras se habían terminado cuando Tomás finalmente tomó las riendas de su vida. Jamás imaginó que su madre sería la que la regresara a ese horrible rutina.
Por lo menos Tomás enviaba letras al azar en sus mensajes para indicarle que estaba bien y sabía que tenía un molesto amigo que se encargarba de traerlo a casa.
- ¿Llamadas? ¿Teléfono? ¿Dónde está el mío? - balbuceó revisando torpemente su cartera.
- ¿Te ayudo a subir? - ofreció sosteniendo su brazo.
- Está bien. Pero yo soy tu madre ¿Me oíste? No tenías que quedarte despierta... - comenzó a hipar - Sé que tu padre no está pero sé cuidarme sola ¿Okey?
- Si lo sé - intentó seguirle la corriente y guiarla a través de las gradas.
- Hace tanto que no me divertía así...
- No sabía que las cenas de trabajo eran así de animadas. ¿Quién te trajo?
No sé percató en el auto que se estacionó al frente de la casa.
- Richard.

Richard era el jefe de su madre y además, uno de los mejores amigos de su padre. Era un hombre de familia, casado con Margaret una mujer muy simpática que cada vez que la veía le daba tips de pastelería y dos hijos menores de cinco años, Diana no era muy cercana a Richard a pesar de siempre verlo ir y venir de la casa. No le caía mal, solo le era indiferente.
Su madre siguió hablando incoherencias hasta que llegó a la habitación y se acostó quedándose dormida como una roca o eso creía, porque mientras Diana hacía malabares para sacarle los tacones con la luz apagada la escuchó hablar nuevamente.
- Extrañaba esto... Mi libertad. La quiero de vuelta. Ya no aguanto más... Desearía irme y conocer Italia. Siempre quise vivir en Italia.
Cerró la puerta sintiéndose rendida. Tenía solo dos horas para dormir y estar lista para las clases al siguiente día.
Iba caminando con la misma torpeza de su madre a causa del cansancio en la oscuridad cuando una figura apareció de la nada, causando que solartara un chillido agudo.
- Tomás - dijo con la mano en el pecho - Casi me matas del susto.
Su hermano se quedó quieto afuera de su dormitorio. Casi no veía nada pero sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y con la débil luz que llegaba de los faros pudo vislumbrar que como cruzaba un sentimiento desolador por su rostro mientras negaba la cabeza viendo a la puerta de su madre.
- No te merecemos - le pareció oír a Tomás susurrar, antes de que le diera un beso en la cien y volviera a desaparecer.
***
- No sé cómo interpretarlo. Quizás necesite su espacio. Está pasando por un mal momento - le explicaba a Adriana que la escuchaba al otro lado de la línea dando vueltas por su pequeña habitación.
- Deberías hablarlo con él - le aconsejó - No puede prometerte el cielo y las estrellas y luego desaparecer.
- No me prometió nada sólo... -no pudo seguir porque no sabía cómo poner en palabras las ideas que se había formado en la cabeza luego de su encuentro con Daniel - dijo que estaríamos al contacto.
- ¿Solo eso?
Diana se acostó en su cama frustrada. Ya había pasado tres días y no tenía noticias de él, ni siquiera un mensaje. Y sus inseguridades le gritaban lo peor. ¿Y si había cambiado de opinión respecto a Diana luego de esa cita? ¿Habría hecho o dicho algo mal? ¿Y si ya lo le interesa lidiar con alguien que tiene tanto drama por detrás?
Los ¿Y si..? se iban acumulando en su cabeza a medida que pasaba el tiempo y Diana lo sobrepensaba todo.
- Si bueno, mucho más. Me dijo muchas cosas bonitas, dejando entrever que quería que existiera un nosotros. Pero no me siento en derecho para reclamarle nada.
- No es un reclamo. Sólo preguntarle cuál es el motivo de su desaparición.
- Quizás lo haga - respondió. Quiso cambiar de tema - ¿Cuando vas a pasarte por aquí?
- Depende. ¿Cuando va estar Manu? - habló con voz soñadora.

- Tendré que coordinar sus horarios para que se crucen. Aunque no te prometo nada
- ¿En serio harías eso por mí?
- No. - replicó secamente.
- ¡Diana!
- Era broma - exclamó entre risas.
- ¿Entonces si vas a coordinar pequeños encuentros coincidenciales?
- La primera parte de tu pregunta niega a la última parte.
- ¿Vas a hacerlo o no?
- Adri... A mí me encantaría que sucediera algo pero, sinceramente no veo predisposición de su parte. Manuel vive su propio mundo, lo que lo hace inaccesible, además de que a duras penas te saluda. Te mereces a alguien que se interese por ti del mismo modo en que tú lo haces.
Por no mención el hecho de que Manuel no tenía cabeza ni tiempo para estar en una relación y también que él la veía como la amiga de su hermana. Le tenía aprecio, pero de un modo fraternal. Y no era algo que Diana se imaginaba, el mismo lo había dicho cuando ella se lo preguntó directamente.
- Tienes razón - suspiró - Mi problema es que me gustan las cosas difíciles.
Le siguió comentando lo que sentía. Diana opinaba de vez en cuando pero en realidad tenía la mente en otro lado. Estuvieron un rato así hasta que su amiga se despidió, era tarde y ya tenía sueño. .
Siguió mirando el techo intentando distraerse. De pronto se le vino una idea a la cabeza. Lo que mas necesitaba era practicar piano, estaba decidida a ser una profesional tocandolo. Lamentablemente no tenía uno en casa.
- Mamá me va a matar cuando lo vea. - susurró para sí al frente de su escritorio de madera.
Era medianoche y Diana era propensa a tener estallidos de energía que la llevaban a hacer actividades inusuales, como limpiar su baño, doblar su ropa o bajar a la cocina y hacer un pastel, hasta escribir un poema o coser alguna prenda dañada.
Así que pintar un piano falso en su escritorio no era lo más raro en comparación a sus otras ocupaciones nocturnas.
Investigó las dimensiones de un piano en internet y comenzó a dibujar el teclado en su mesa con un marcador negro. Sacó unas partituras sencillas que le había dado su profesor de música y comenzó a practicar, cantando cada nota despacio y con calma. De vez en cuando sus manos se movían equivocadamente y se frustraba pero una vena terca dentro de sí la obligaba a seguir haciéndolo.
A pesar de que lo frustrante que se volvía toda aquella improvisada práctica, descubrió una chispa dentro de sí que era nueva. Apasionante y embriagadora.
Tocar su piano falso también la obligaba a concentrarse en las notas mientras imaginaba el sonido así que no tenía espacio para pensar en algo o en alguien más.
Aunque cuando sus dedos comenzaron a doler y su mente ya no procesó más notas. Todo lo demás vino de golpe.
Los minutos antes de quedarse dormida eran angustiantes. Mamá, papá, hermanos, clases, tareas del hogar al día siguiente, Daniel en mayúsculas y en un letrero color neón y la carga más grande: encargarse de su propia persona.
Tener tanto en la cabeza y su aventura pianista nocturna disminuyó su calidad de sueño, por lo que al abrir los ojos a la mañana siguiente se sentía agotada.
Se levantó de muy mala gana, el hambre le había ganado y tuvo que bajar hasta la cocina por un poco de cereales con leche. Era sábado por la mañana y de ninguna manera iba a cocinar.
Se encontró con su madre con los brazos cruzados en medio de la cocina.
- Así que hoy decidiste dormir y no cocinar siendo ya casi hora de almuerzo - Diana no quería victimizarse pero a veces se sentía como Cenicienta, era como si cada vez que su madre la veía se le viniera a la mente algún quehacer doméstico.
No respondió, solo suspiró ahorrando paciencia y caminó perezosamente hacia la encimera con los alimentos.
- No te molestes, ya lo hago yo - no era amable al quitarle la responsabilidad, sonaba más a un "me la voy a cobrar más tarde" - Más trabajo para mí - murmuró lo suficiente alto para que Diana la escuchara.




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