Hagamos un trato

Capítulo 3

Entre los recuerdos y las lágrimas, la hora pasa de manera lenta. Observo que papá se ha quedado dormido en una posición incómoda en el sillón, sin embargo no quiero ni tocarlo, temo despertarlo, quiero que descanse un poco.

Es mi momento, camino hasta el cajón aún abierto y observo el cuerpo de mi madre. Ya no hay allí mucho de ella, no se ve lo chispeante de su mirada, la luz de su sonrisa, lo rozagante de su piel, la alegría de su alma. En este momento prefiero pensar que ella está en un lugar mejor, en un lugar donde se siente plena y feliz, sana, útil, correteando en algún prado de colores surrealistas, compartiendo con sus padres y sus seres queridos que partieron antes que ella. Me gusta pensar que está en los brazos de Dios, abrazándolo fuerte.

—Mamá, espero que estés bien —digo como si ella pudiera escucharme.

Parece que duerme, como hace unos cinco días, cuando me quedé con ella en el hospital a pasar la noche. Casi nunca podía hacerlo, porque papá no la dejaba, pero ese día mamá se puso fuerte en que él debía descansar y él, como siempre, la obedeció.

—Al fin podremos hablar un poco —dijo.

—No quiero que te esfuerces —pedí.

—No hay mucho tiempo, Sol… no quiero irme sin decirte algunas cosas —musitó con esfuerzo, le costaba respirar.

—Mamá, no digas eso…

—No nos podemos seguir engañando, hija, ha llegado la hora y tenemos que despedirnos.

—Mamá…

Ella me hizo un gesto y yo me senté a su lado, tomó mi mano entre las suyas pálidas y frías. La muerte estaba encima de ella y se podía sentir.

—Has sido lo mejor de mi vida, hija, doy gracias a Dios por tu llegada, por tu vida, por haberme permitido ser tu madre. Siento mucho los momentos que me perderé de tu vida, tu graduación, tu casamiento, el día que te conviertas en madre… pero como sea, estaré presente aunque no me veas —prometió en medio de una sonrisa triste—, le diré a Dios que me deje verte desde donde quiera que esté.

—Mamá… —sollocé.

—Tienes que ser fuerte, Sol, sé que no es justo que te pida esto, pero tu papá no está bien y me preocupa. Él no lo acepta, y cuando no aceptamos la voluntad de Dios, sufrimos, hija…

—¿Por qué tiene que ser la voluntad de Dios llevarte? —inquirí enfadada.

—Eso yo no lo sé, pero ya lo he aceptado. Me voy a ir en paz, Sol, feliz de haber tenido la vida que tuve, de haber vivido lo que viví, de haber amado y sido amada, de haber sido tu madre, de haberte visto crecer…

—Mamá…

—Sé que es difícil, sé que incluso parece injusto, pero recuérdalo, a veces solo queda aceptar y dejar de nadar contra la corriente. Es lo mismo que te dije cuando…

—Cuando Tomy se fue… —admití.

Lo recordaba perfectamente.

—Quiero pedirte, hija, que vivas tu vida, que seas muy feliz, que ames mucho, que cumplas tus sueños, que nunca dudes de ti y de tu capacidad de ser y hacer lo que deseas, de tu belleza tanto interna como externa. El mundo se pondrá difícil, cariño, ser adulto no es sencillo y tú estás comenzando a serlo, pero agradece a Dios todo lo que vives, incluso lo que no entiendes o aquello que te cuesta aceptar, entrégate a Él y ponte en sus manos, así la vida se vuelve más sencilla —susurró—. Y…

—Mami, no te esfuerces tanto —dije entre sollozos.

—Habla contigo misma, hija, y busca esa chispa que se te perdió cuando él se fue, prométeme que lo harás…

—Mamá, yo ya no pienso en él, de verdad, ya lo superé —mentí.

—Recuerda que puedo estar muy enferma y al borde de la muerte, pero sigo siendo tu madre y te conozco como nadie más —añadió—. Tomás es un buen chico, pero todos tenemos que aprender en esta vida, y cada quién elige el camino por el cuál hará el aprendizaje. Estoy segura que la historia de ustedes no ha terminado aún, pero tú tienes que entender que tu mundo no puede detenerse porque alguien haya salido de tu vida. Tú eres un sol, has iluminado mi vida desde que supe de tu llegada, y debes seguir brillando, hija, aunque yo no esté más, aunque Tomy no esté. ¿Lo comprendes? Debes brillar por ti, para luego iluminar con tu luz a alguien más… no le des a nadie el poder de apagar tu brillo.

—No sé si podré seguir sin ti… —admití entre lágrimas.

—Lo acabo de decir, Sol, llora lo que necesites, desahógate de la forma en que creas necesario, pero luego, prométeme que serás fuerte, te levantarás y seguirás escribiendo tu historia. Deja atrás todo lo que te detenga, eso no quiere decir que olvides, cariño, solo que te sobrepongas. Y debes ayudar a que tu padre entienda esto también. Yo me voy de este plano, pero la vida de ustedes aquí todavía continúa y todavía tienen mucho que hacer. No detengan su historia por mí ni por nadie…

—Mamá… te amo —dije y ella asintió.

—Y yo también te amo, cariño. Estoy segura que la muerte no acabará con ese amor —prometió.

—Seré fuerte, mamá… —prometí.

—Lo que quiero es que seas feliz, Sol —susurró antes de cerrar sus ojos y dormir.

Recuerdo que me quedé mirándola un buen rato esa noche, y acerqué mi mano a su pecho, para sentir su débil respiración. Cuanto daría por poder sentir ese halo de vida hoy, pero ya no se mueve, su pecho ya no se mueve, sus ojos ya no se abren, su boca ya no me habla y su corazón ha dejado de latir.

Sintiendo por primera vez la realidad y palpando tangible a la muerte, me alejo de nuevo hasta mi rincón y dejo caer muchas lágrimas más. Me siento culpable por desear estar con Tomy en un momento como este, me siento mal por anhelar tanto su abrazo y su consuelo, por desear verlo a los ojos y rogarle que no me deje, que no se vaya, que no me abandone más, por necesitar decirle que no puedo vivir sin él.

Mamá estaría decepcionada de mí, su último deseo fue que sea fuerte y brille, y lo único que estoy haciendo es ser débil y apagarme por completo, deseando incluso humillarme por el abrazo del chico al que he amado toda la vida.




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