Capítulo 4.
Melifluo.
“Sonido excesivamente dulce, suave y delicado”.
—Vas a salir tarde si no te das prisa —le reprendió su abuela. Eran las seis diez y Hailey a penas se terminaba de arreglar.
—No alcanzaré a desayunar —fue a su habitación y tomó su mochila y su perfume. Ese día se había vestido con un overol de falda con tela de pana color rosa claro sobre una blusa blanca.
—¡Adler está aquí! —Fue con prisa a lavarse sus dientes y salió disparada escaleras abajo.
—¡Adiós, abuela!
—¡¡Espera!! —Se detuvo y tomó una bolsa que contenía dos emparedados—. Uno para ti y para Adler. Ve, corre, que si no, llegarán tarde por tu culpa.
Una camioneta negra la esperaba. Definitivamente no era la clase de auto que esperaba ver el en chico. Es decir, tenía tatuajes y por ende lo hacía el tipo de chico con el que solo te divertirías a escondidas y que jamás presentarías a tus padres.
Su camioneta era vieja, con una sola cabina y color negro. No estaba sucia, pero no era el mejor carro del mundo.
—Anda, niña. No tiene todo tu tiempo —avanzó y rodeó el carro para poder subirse. Al entrar, se bajó la falda de su overol y un olor agradable la invadió.
—Buenos días —saludó. El chico vestía con un pantalón de mezclilla y una camiseta blanca con una de cuadros encima.
—Hola —Adler arrancó el auto. Durante los primeros minutos, ambos se mantuvieron en silencio. Hailey se había abrochado el cinturón y sintió su estómago rugir por alimento.
—Oye… ¿puedo comerme mi sándwich? —Preguntó con duda. A algunas personas no les gustaba que comieran en sus autos.
—Sí —de su radio comenzó a sonar una canción suave, que no había escuchado todavía. Era agradable el sonido que reproducía y notó que Adler tenía conectado su celular al radio.
Él estaba serio mientras conducía. Su mochila estaba en sus pies. Iba con el ceño fruncido, como si estuviera frustrado.
Su emparedado era de mermelada con mantequilla de maní. Estaba riquísimo y decidió que no le daría el otro al chico, sino que se lo quedaría.
—En la guantera tengo el libro que te prestaré —señaló frente a ella—. Puedes tomarlo.
Ella le miró fijamente: su piel pálida hacía contraste con su cabello negro y sus cejas del mismo color. Su inexpresividad le hacía preguntarse que estaría pasando por su mente y su mirada oscura tampoco parecía expresar nada.
Adler parecía una caja vacía. ¿Lo sería?
—Una foto te dura más —en el semáforo él abrió la guantera y le tendió el libro. Era pasta dura, y al sentirlo en sus manos Hailey se sintió mal decidió que le daría el emparedado. Sin decir nada, le dio la bolsa y él le dio una inclinación de cabeza.
Abrió el libro. Sus hojas estaban algo amarillentas, pero en buen estado. Abrió el primer capítulo, y lo leyó: ‹‹A primera hora del atardecer de lo que prometía ser una noche sofocantemente calurosa de pleno verano en Miami Beach, Simon Winter, un anciano cuya profesión durante años había estado relacionada con la muerte, decidió que ya era hora de acabar con su vida››.
—Dios mío, escucha estas primeras líneas —Hailey volvió a leerlas, emocionada. Cuando alzó su vista, lo miró sonriendo.
—Y espera que leas toda la historia —respondió—. Es absolutamente increíble.
—Gracias por prestármelo —murmuró aguardándolo en su mochila.
Adler no respondió y la chica contempló el camino en absoluto silencio.
Estaban en la clase de Biología de la conducta cuando la maestra les anunció que ese semestre se trabajaría en parejas.
—Yo haré los equipos —dijo la mujer—, y el trabajo que realizarán y que contará como el trabajo final del semestre será el de observar la conducta de su compañero. Todo lo que aprendamos en la clase lo van a implementar, y entregaran un reporte completo sobre todo lo que conlleva tanto la conducta, personalidad y demás, de su compañero de trabajo.
La maestra fue formando los equipos.
—Adler Ressler… —sacó uno de los papeles que había hecho. Que no me toque con él, que no me toque con él se repitió en una oración interna—… con Asha Beasley… ¿Quién es Asha Beasley?
Miró alrededor para saber quién sería la afortunada que trabajaría con el tatuado pero nadie alzó su mano y ni dijeron nada.
—Tal parece que no vino… tendré que sacar otro papel —sintió su celular vibrar y lo sacó para ver un mensaje de Lynn.
—No debes de usar el celular en clase —murmuró el chico que se había sentado junto a ella.
—Ese no es tu asunto, gruñón —con ese rostro sin expresión y el ceño fruncido, le recordaba a uno.
—¿Me acabas de llamar gruñón? —Enarcó una ceja.
—Sí.
—Adler Ressler y Hailey Campbell —no le quedó de otra más que alzar su mano—. Ustedes harán equipo.
Editado: 16.05.2020