Elijah.
La mirada fría de la mujer se posó en mí nada más abrir la puerta del departamento. Pude usar mi llave, pero no lo hice, y ahora me arrepentía de ello. —Elijah Brown. —no habíamos intercambiado mas que un par de comentarios sarcásticos en los últimos meses desde que parecía estar mucho mas cerca de su hermana y, por lo tanto, de mi hija.
— Valentina. —enarcó una ceja en mi dirección para luego soltar una carcajada. —¿Día de los buenos? —pronuncié sin modificar la expresión neutral en mi rostro.
— En los últimos meses todos lo han sido. —no dije nada, sabía sus motivos. Un hijo te hacía eso. No podía estar enojado, triste o perdido por mucho tiempo, no cuando colocaba mis ojos en la pequeña de nueve meses que alegraba mis días con su sonrisa desdentada. —Emily está tomando su baño de las mañanas.
— Ella no hace eso. —de hecho, la bañaba yo.
— Ahora lo hace. —entrecerré mis ojos en su dirección, su dedo índice posándose en su labio inferior a medida que mordisqueaba un poco la uña con barniz rojo. —La tía Val le trajo un par de productos de bebé que amará.
— Deja de acostumbrar a mi niña a vanidosa desde pequeña.
— Porque tú eres muy humilde, señor Rolex y deportivos. —se burló dándome entrada al departamento al que aún me estaba acostumbrando a entrar. Tuve que ver como se iba ese fin de semana y se llevaba a Emily con ella, aún así no pude hacer nada para evitarlo.
No quisiste hacerlo, idiota.
— Además, con la madre que tiene créeme que tiene mayor probabilidad de volverse así que conmigo. Y tú no te quedas atrás, la consienten demasiado. —rodé los ojos, dirigiéndome al refrigerador en busca de una botella de agua.
— ¿Te tomaste mi agua mineral? —escaneé el espacio sin rastro alguno de la botella que sabía que dejé hace un par de noches al dejar a Emily.
— ¿Por qué me lanzas falsos? —se dio la vuelta, pero pude divisar la sonrisa que intentaba aparecer en su rostro.
— Porque Vanessa no toca lo que no ha comprado ella y mi hija apenas si puede sostener un par de juguetes en su mano. —bufé, caminando al grifo y llenando el primer vaso que encontré. —¿Cómo está Ethan? —nuestras conversaciones versaban sobre nuestros hijos, un par de palabras y no más.
— Dormido en la alcoba de Emi. —asentí, dando el tema por zanjado. —Elijah. —me tensé por el tono cauteloso que envolvió su voz.
— ¿Qué?
— ¿La amas? —no tenía que decirme con exactitud a quien se refería, tampoco es que mi expresión no se lo hubiese revelado. —No tienes que darme una respuesta, no somos amigos para el caso. —se detuvo sonando algo triste. —Es mi hermana y la adoro, quiero que sea feliz.
— Claro.
— Eres un testarudo, casi como ella. —se burló provocando que fijara mis ojos en ella. —No soy de meterme en estas cosas, pero quiero hacer algo bueno por ella y sé que nada la haría tan feliz como que ustedes dos encontraran el camino de vuelta.
— Valentina...—su mano me detuvo.
— Solo piensa si de verdad la amas, Elijah. Sino déjale claro que ustedes jamás van a tener oportunidad y suéltala de una vez, porque esas miradas que se dan a escondidas le dan una esperanza que solo la aleja más de la felicidad. —sus ojos se empañaron de lágrimas. —Ella ya ha sufrido demasiado y sé que se equivocó, pero tú también lo hiciste. Ambos lo hicieron. —espetó, recordándome lo que ya sabía. —Son orgullosos, testarudos, pero se aman. O eso creo. Uno de los dos debe dar el primer paso y puedo asegurarte que ella no lo será. —el chillido seguido de una carcajada nos hizo saltar a ambos, haciendo que Valentina se limpiara las lagrimas con rapidez.
Era la primera vez que veía algo en ella siendo dirigido a la felicidad de su hermana o de alguien más que no fuese ella o su hijo.
Y tenía razón. Yo lo sabía.
Vanessa entró a la sala mirando entre ambos con nuestra hija envuelta en una toalla azul intentando con sus manos llegar al cabello recogido de su madre. —Llegaste temprano. —asentí, esquivando su mirada, las palabras de su hermana haciendo mella en mi cabeza con mayor presión ahora que la veía.
— Bueno, yo me voy. Ethan y yo tenemos una cita a la cual asistir. Vendré mañana. —escuché como intercambiaba un par de susurros con su hermana al pasarla, pero permanecí en mi lugar en la cocina buscando la forma de enmendar todo esto.
— ¿Te la llevarás como dijiste?
— ¿Necesitas que lo haga? —me atreví a mirarla, sus ojos no estaban fijos en mí, sino en la niña en sus brazos.
— Quiero visitar a Sara. —tragué en seco. Fui a verla hace una semana y agradecía que el tratamiento funcionara. Tenía muchos años de vida por delante. —¿Puedes quedarte con ella?
— No tienes que preguntar, Vanessa. —me acerqué tomándome el tiempo de permanecer cerca suyo mientras pegaba a Emily a mi pecho sin importarme el traje que se estaba empapando ahora. —Ella y yo la pasaremos bien. Puedes irte tranquila.
Se giró, alejándose. —Lo sé.
(...)
Me incorporé de golpe al sentir el movimiento de una mano sobre mi hombro. El chillido de Vanessa llegó a mis oídos al tiempo que se desestabilizaba y caía sobre mí. Mis brazos se aferraron a su cintura en un intento por evitar que su cuerpo golpeara a Emily yaciendo dormida a mi lado en la habitación de invitados de su departamento.
Su aliento golpeó contra mi boca mientras el cabello caía por su rostro incluso tocando el mío. —¿Estás bien? —no miré sus ojos, mi mirada fija en los labios entreabiertos suspirando contra mí.
— Lo estoy. —dijo en un leve chillido casi imperceptible. —¿Tú lo estás?
— Lo estoy. —mi mano derecha dejó su cintura y ahuecó su rostro, apartando la mata de cabello negro. Sus pupilas estaban fijas en mí algo perdidas. —¿Cómo está Sara?
Pasó un poco la lengua por sus labios haciendo que me tensara debajo de ella. —Bien.
— ¿Feliz?
— Lo está. —pasó ligeramente su dedo índice por mis labios con miedo y algo de timidez. Carajo. La quería demasiado. —¿Cómo se portó Emily?
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Editado: 18.08.2024