De todos los lugares en donde podía pasarme esto tenía que ser aquí y ahora. La sobrepoblación es un tema que preocupa a más de uno, eso lo tenemos claro. El mundo está cagado de gente; hay como ocho billones de personas, ¿entienden? ¡Ocho billones de personas! ¿A dónde quiero llegar con todo esto? Bueno, que de esos ocho billones, solo en Halliester Bay Academy hay por lo menos ochocientos y de todos esos sacos de carne y hueso, el que tenía que ser testigo de esto debía ser él.
He tenido muchas teorías de que la vida conspira en mi contra. Ahora son hechos irrefutables.
Kast es como... una estatua de hielo, una muy candente, lo que es bastante contradictorio, pero supongo que mis neuronas están en proceso de descomposición.
Está cada vez más pálido y se sostiene del escritorio detrás suyo como si tratara de no desplomarse. Su manzana sube y baja al tragar saliva, mientras una gotita de sudor se le desliza por el cuello.
No cabe duda de que está sencillamente horrorizado.
Bueno, que tampoco es para tanto, no me va a decir que es la primera vez que ve menstruación... aunque supongo que nunca en un chico ¿cierto?
Después de intentar mirarme el culo girando el cuello hasta casi adquirir una tortícolis severa, noto la mancha roja y gigantesca sobre la tela color caqui. ¿Cómo pudo habérseme olvidado?
Me pongo las libretas detrás para cubrirme el culo y con el corazón amenazando con salir por mi garganta busco con todas mis fuerzas formar una sonrisa que termina convirtiéndose en una mueca terrorífica. ¿Por qué sonríes, pedazo de mojón? ¿Eso en qué nos ayuda?
Me giro sobre mis pies y me apresuro hacia la puerta.
—¡Jorden, espera!
Me paro en seco en medio del corredor, maldigo y luego regreso dentro, estrellándome contra el pecho de Kast.
Duncan y su séquito están fuera. Genial, de putísima madre. Estamos de acuerdo en que este no es exactamente el momento más oportuno para lidiar con ellos.
Kast me toma de los hombros y me ve a la cara. Yo aprieto mis ojos, como si por no verlo no existiera.
—¿Qué te sucede? Por favor, habla conmigo —me pide exaltado.
Su aliento me azota la cara.
El momento en el que Kast se acercara a mí de esta manera debía ser un momento mágico y caliente, no esto, pero qué puedo decir, supongo que acabo de inventar una nueva manera de llamar la atención de tu crush sin necesidad de vender tu alma al diablo o darle de beber agua de calzón.
Ni siquiera se me ocurre una excusa coherente, ¿acaso existe una buena explicación para librarme de esta?
Las únicas opciones en este momento son: A) Salir y que Duncan me atrape y decapite. (Aunque me niego rotundamente a morir en estas circunstancias) o B) Explicarle al profesor Kast que tengo un fetiche extraño en el que me masturbo por el culo con una sierra mecánica (lo que me hace creer que prefiero morir en manos de Duncan).
Con mi última neurona totalmente moribunda, salgo pitando del salón hacia el corredor nuevamente y corro en dirección opuesta de donde están los tipos.
Ni siquiera me queda claro a donde voy, solo sé que debo resolver esto y debo resolverlo ahora.
* * *
Después de correr sin rumbo un rato me meto al baño—cosa que está separada de las duchas y que por lo tanto me hace muy feliz—y me encierro en la caseta pegada a la pared del fondo.
Creo que me alivia no encontrarme un truño en el retrete y que el rollo de papel higiénico esté intacto, eso mejora mucho este asunto. Por como es mi suerte —nula, así es mi suerte, para los que no les quedaba claro—esperaba que el baño tuviera mierda embarrada en las paredes y que el papel de baño fuera una especie de ser mitológico del que solo se ha escuchado en historias muy antiguas.
Suelto los folios y libretas a un lado, bajo la tapa del retrete y me siento sobre ella hasta recuperar el aliento. Unos minutos más tarde vuelvo a levantar, camino en círculos en el estrecho espacio y me vuelvo a sentar. Así un par de veces.
Muy inteligente la Janna Jones para montarse todo este teatro y enviarme a este lugar, pero supongo que esto nunca se le pasó por la cabeza.
Me tallo la cara con frustración y suelto un gruñido.
Me bajo los pantalones y me muerdo el labio al ver el que parece resultado de la matanza de Texas. Generalmente suelo tener los estados de exageración muy altos, pero hoy están en su punto máximo, tal vez son las hormonas.
¿Por qué no me puedo despertar de esta pesadilla?
Tomo el rollo de papel mientras razono alguna idea para salir de este embrollo. Me envuelvo una cantidad bastante grande en la muñeca, la aplasto con las manos y mi patética creación me la meto dentro de las bragas. No sé si ahora la cosa se ve mejor o peor.
Escucho que la puerta se vuelve a abrir y unos pasos apresurados repiquetean en el suelo.
—¿Jorden?
Identifico la voz de Kast de inmediato.
No respondo, por supuesto, y producto de eso, siento sus pasos avanzar meticulosamente de caseta en caseta, merodeando por el lugar y echando ojo en los espacios bajo cada puerta.
Recojo mis pantalones y mis papales y busco silenciosamente subir sobre la taza del baño, para que no vea mis pies.
De un momento a otro y porque todo puede empeorar, siempre, me sorprende el crujido de la tapa plástica del inodoro al romperse y tragarse mi pie.
Suelto un gritito. Mis cosas se me resbalas de las manos y para cerrar con broche de oro, me voy de cara contra la puerta.
Creo que puedo reconocer la derrota cuando la veo.