Con voz lenta pronunció mi nombre, como si me conociera desde siempre.
─ Irina.
Mi labio tembló, vagamente levanté mis ojos hasta él.
Desde el suelo, que era donde me encontraba, su estatura lo hacía ver intimidante. Sus ojos negros brillaban con algo que nunca había visto en nadie, y tampoco podía describirlo.
─ ¿Qué pasó?
Mientras esperaba respuestas, él me observaba, como intentando asegurarse de algo. Concentrado en lo que hacía, me había ignorado por segunda vez cuando volví a preguntar.
No esperaría sentada en el suelo a que me dijera lo que sabía, así que intenté levantarme, pero fallé.
No podía mover mis piernas.
El pánico me invadió, y aquel chico sin intención de preguntar si estaba de acuerdo, me tomó entre sus brazos, levantándome.
Su tacto me había provocado un estremecimiento repentino.
─ Gracias ─. Susurré insegura, intentando con todas mis fuerzas mantenerme en pie.
Todo seguía siendo confuso.
Horas antes, flashback
No podía dormir, era como si una voz en mi cabeza me repitiera que había algo que estaba olvidando. No sabía con exactitud que era, pero sabía a donde tenía que ir.
Tomé las llaves de mi auto y del aún desconocido departamento, para luego salir, brincando de dos en dos los escalones viejos de aquel condominio que me alcanzaba pagar junto con Aria, mi mejor amiga.
El frío azotó con fuerza mi rostro cuando me encontré por fin en el desolado exterior. Una pequeña brisa heló mi cuerpo y sin darme tiempo a recapacitar me había subido al auto y me dirigía por la autopista al cementerio de Colmar.
Recuerdo que cuando era niña y vivía en Denver, solíamos viajar durante las vísperas de los muertos a Finisterre, Colmar, que es justo donde yo he decidido estudiar la universidad.
El último día de dicha celebración se realizaba una eucaristía en honor a todas las almas que vagaban por el mundo, compartían alimentos y finalmente cada familia visitaba a sus seres queridos en el cementerio de la ciudad. Nunca entendí por qué hacíamos eso con mi madre, ya que no teníamos ningún familiar enterrado en este pueblo, de hecho, no teníamos ningún familiar que yo pudiera recordar.
Siempre fuimos solo ella y yo.
Al llegar las seis de la tarde, que era la hora de la visita en el cementerio, nosotras solo seguíamos a la multitud, esperando sentadas sobre unas lápidas que nadie visitaba nunca.
─ ¿Qué hacemos aquí, mamá? ─. Preguntaba como siempre, apoyando mi cabeza en su costado.
Aburrida por la espera, y sin importar los años que pasaran, su respuesta siempre era la misma.
─ Ser agradecidas, Irina.
Nunca pude entender lo que decías mamá, pero parece que aquello sigue llamándome a volver.
Mis pasos eran acelerados desde que había dejado estacionado mi auto frente al cementerio. La linterna en mi mano me guiaba en un camino ya bastante conocido, pero el sonido de un disparo me había sorprendido.