Hasta noviembre

Diez. Resaca y opiniones

Despierto cuando la claridad de la mañana golpea mi cara. La verdad es que ha sido una noche para el recuerdo.

En resumen, no he dormido nada.

Estuve toda la noche pendiente de él. Parecía estar bien y quería dormirme, pero me daba miedo que estuviera equivocada y que pudiera pasarle algo de un momento a otro.

Pero cuando dieron las seis de la mañana no pude aguantar más y sin darme cuenta, cerré los ojos, quedándome profundamente dormida.

Hasta ahora.

Estoy de cara a la puerta, al contrario de cómo me dormí ayer. Me habré movido durante la noche. Entonces, me doy cuenta de algo.

La puerta está cerrada, y yo anoche la dejé entreabierta.

Es ahí cuando me giro rápidamente sobre mí misma, para comprobar que estoy sola en la cama. También en la habitación.

Me apresuro a ponerme de pie y abro la puerta sin hacer ruido, cuando oigo algo cerca de dónde estoy.

Creo que viene del baño. Y también creo saber de qué se trata.

Maldigo por lo bajo y corro hasta la puerta que permanece entreabierta. Neithan está sentado en el suelo, vaciando el estómago en el retrete.

—Lárgate —masculla sin mirarme. Ha tenido que oírme entrar.

Me acerco a él. Está pálido y parece agotado. Si no hubiera sido testigo esta noche, pondría la mano en el fuego al decir que lleva sin dormir varios días.

—¿Necesitas ayuda? ¿Puedo hacer algo?

—Joder, te he dicho que…

No llega a terminar la frase cuando vuelve a lo mismo otra vez.

Me apresuro a agacharme y a quedarme a su lado. Pongo una mano en su espalda para que sepa que estoy ahí.

Termina tosiendo un poco, tirando de la cadena y dejándose caer sobre la pared.

Me preocupa verlo así. No está bien.

—Vete de aquí —murmura.

—¿Puedes levantarte?

Parece que va a decirme de nuevo algo hostil, pero al final, solo niega con la cabeza.

Me pongo de cuclillas y lo ayudo a ponerse de pie. Tenía razón en eso de no poder hacerlo solo. Le cuesta mucho incorporarse, pero lo consigue.

Se acerca al lavabo y se lava los dientes. También se echa agua fría en la cara y en el cuello. Parece no importarle mojarse la camiseta.

Lo sostengo cuando parece perder el equilibrio y lo llevo hasta el sofá del salón. Cuando toma asiento, se pasa ambas manos por la cara. No dice nada más y yo aprovecho para ir hasta su cocina.

Rebusco en los cajones y encuentro el tostador. También doy con el pan, así que lo pongo a calentar. Tomo un vaso y abro la nevera en busca de leche, sorprendiéndome con lo que veo.

No tiene nada. Pero nada de nada.

Lo único que queda es un cartón de semidesnatada, un par de latas de algo que no sé ni lo que es y un bote de mantequilla.

¿Cómo puede no tener comida en la nevera?

Lleno el vaso de leche, pero no sin antes comprobar la fecha de caducidad. Después de lo que me he encontrado, no me fio ni un pelo y ya lo que me faltaba después de abollarle el coche es intoxicarlo.

—¿Se puede saber que haces?

Lo ignoro. 

Termino todo y se lo llevo a la pequeña mesa que hay frente el sofá. Me siento a su lado, pero se aparta de mí.

Decido ignorar eso por mi integridad emocional.

—Estás en tu casa —ironiza de mala gana.

—Es para ti. ¿Qué es lo que tomas? ¿Café?

—No hay café.

—No me digas que tu despensa está igual que tu nevera —le pido.

No me dice nada, solo me sostiene el contacto visual. Termino suspirando.

—Bueno —le acerco la bandeja con el desayuno—. Pues te toca tomártelo así. Igual está bueno. Yo lo bebía de pequeña.

Empuja la bandeja al otro lado de la mesa.

—No tengo hambre.

Oír esas palabras es lo que me faltaba ya.

No sé si es por la falta de sueño o por el hambre que tengo ahora mismo, pero me sube la ira a la cabeza.

—¿Me estás vacilando?

Se sorprende al escucharme, pero lejos de intimidarle, adopta la misma actitud que yo.

—Nadie te ha pedido que hagas nada.

—Vas a comértelo.

—Qué dejes de decirme lo que tengo que hacer de una puñetera vez.

—¿Por qué eres tan infantil? Has estado devolviendo esta mañana, ayer probablemente solo comiste cuando estuvimos juntos y antes de ayer más de lo mismo. En lugar de estar comportándote así, deberías estar agradecido porque haya alguien mire por ti. Así que déjate de tonterías de una vez y come.

Me observa impasible y diría que incluso aburrido.

—¿Has terminado? —pregunta como si nada—. Porque si es así, te agradecería que te lleves esto. Por mí puedes tirarlo a la basura.

Me deja atónita. No entiendo su actitud.

Tomo aire despacio, intentando aclarar mis pensamientos y comprenderlo.

—Ayer me costó mucho traerte hasta aquí —hablo en voz baja—. No sabía si estabas bien y esperé durante media hora para ver si te espabilabas, pero nada. Te subí al coche y conduje sin haberlo hecho antes en mi vida en la carretera, a pesar del pánico que me da.

—Yo no te he…

—Me he quedado toda la maldita noche despierta con tal de asegurarme de que no te ocurría nada —lo corto—. Te he hecho el desayuno porque sinceramente, te veo mal y quiero que te sientas mejor. Y entiendo que te importe una mierda y que no quieras ni darme las gracias, porque no tienes por qué. Pero no comprendo porque me tratas mal cuando lo único que intento es ayudarte.

Por primera vez, parece que lo he dejado sin nada que decir.

Y yo ya lo he dicho todo.

Lo único que me queda es el sentimiento de decepción que tengo en el pecho.

—Voy a usar tu servicio —ni le pregunto puesto que la respuesta sería un no—. Cuando salga me voy. Está claro que te molesto, así que tranquilo, que no vas a tener que preocuparte más por mí.

Me levanto sin dejar que me responda y camino al servicio.

No sé por qué me siento tan sensible ante su rechazo. Ni siquiera lo conozco. Es un desconocido. Solo eso. No debería influirme de esta forma.




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