Hasta que tus padres nos separen.

T R E I N T A Y C I N C O

Estoy frente al espejo del baño analizando mi rostro y cabello, en cuestión de minutos será la cita con Andrew y aún no logro definir si irme casual como siempre estoy o si debo de arreglarme un poquito.

La inquietud me está carcomiendo, una cosa es pasar tiempo juntos a solas y otra muy diferente es salir a una cita formal, ni siquiera sé cómo comportarme, qué hacer o decir, pues mi primera cita fue con Ismael y han pasado años desde que eso sucedió.

Todo fue precioso con mi cielo, nunca debí fingir algo que no era y tal vez por eso las cosas se dieron tan bien entre nosotros.

Él me aceptó desde el primer momento con todo lo bueno y malo, me amó con mi amargura y dulzura «misma que sólo salía a relucir estando con él» enfocó su atención en alguien más alta, delgada y desarreglada de lo que las chicas promedio podrían ser, me aceptó con mis extrañas manías, mis locuras y mi risa escandalosa, me amó con mis dramas y con mi grosero vocabulario, me aceptó con mis locuras, frialdad y con mis inseguridades, fue todo lo que ningún otro chico pudo ser.

Y ahora Andrew está haciendo cosas similares a las que Ismael hizo, él está luchando por conseguir mi amor de la misma manera en la que lo hizo mi cielo.

Por más que he querido evitar sentir cosas por él, las siento.

Mi cuerpo, alma, cerebro y corazón no me obedecen cuando estoy junto a él, por más que quiero ser dura, fría e indiferente no puedo lograrlo porque mis brazos ya están enredados su espalda sin previa autorización de mi parte, por más que intento omitir lo guapo que es, mis ojos están tragándose su rostro, por más que quiero frenar mis ganas de acariciarlo con ternura, mis manos desobedecen y se filtran en su espalda, en su barba, en su cabello y por más que quiero omitir la manera tan pacífica y respetuosa con la que habla, mis oídos enloquecen al escucharlo.

Andrew tiene las mismas cualidades internas que Ismael tenía «sinceridad, compromiso, pacificidad, amor, caballerosidad, pasión y dulzura, cualidades que hoy en día son difíciles de encontrar en los hombres» tal vez sea esa razón por la que no puedo sacarlo de mi cabeza, quizás por eso no puedo ser tan fría como quiero y tal vez por eso es que mi corazón se acelera con locura al estar junto a él.

Hago a un lado mis pensamientos enredados y continúo arreglándome para la cita que me ha metido en tantos problemas mentales.

Al final decido plancharme el cabello, ponerle brillo a mis labios y agrandar mis pestañas.

Me miro en el espejo y sonrío de lado, pues me veo bonita, tal y como me lo decía Isma «tal y como me lo dice Andrew».

Cuelgo mi bolsa, abro la puerta de la habitación y pego un enorme salto al mirar a un demente de ojos azules esperándome con desesperación.

—¡Mierda! —exclamo llevándome la mano a mi pecho donde las palpitaciones de mi corazón son aceleradas y rítmicas —¿qué hacías ahí? —le doy un codazo y se ríe.

—Estaba esperándote, princesa —toma mi mano y deja un beso cálido en ella, una corriente inexplicable corre a lo largo de mi cuerpo y suelto un suspiro enamorado «¡vale mierda!» —y vaya que valió la pena —parece un borrego muriéndose de amor —estás bellísima —me admira de pies a cabeza, sus dedos se entrelazan en mi temporal cabello lacio y sus ojos brillan como cada que me mira.

—¿Crees que soy bonita? —curioseo sabiendo la respuesta, me lo ha dicho muchas veces, pero tengo deseo de escucharlo decir directamente esas palabras.

—No lo creo —su respuesta me deja estupefacta, creo que debo empezar a bajarle a mi egocentrismo o terminaré dañada —¡lo eres! —la calma vuelve a mí, alargo mi sonrisa y Andrew debe estar horrorizado, de por sí mis labios y boca son grandes, no imagino lo enormes que deben de mirarse al expanderse por mi sonrisa —eres la mujer más bonita ante mis ojos, Karyme.

—¿Eres sincero? —muerdo mis labios con nerviosismo por lo que pueda responder e inclino mi cabeza, me toma de la barbilla y la levanta para que nuestras miradas se encuentren, es una combinación extraña, sus ojos son azules mientras que los míos son oscuros cuán azabache.

—Nunca fui tan sincero con otra mujer como lo estoy siendo contigo, princesa —humedece sus labios mirando a los míos —quiero besarte, tengo muchísimas ganas de hacerlo —recalca, se acerca un poco a mí y me alejo. 

—No, no una vez más —digo con el corazón saliéndose de mi pecho.

—Cuando seamos esposos te besaré durante cada minuto de mi vida y seré afortunado si muero entre tus labios —confiesa y suelto risitas.

—Jodido loco.

—Por ti —ruedo los ojos, truena un beso en mi mejilla, me toma de la mano y bajamos las escaleras con paso coordinado.

Ahí están sus abuelitos acurrucados viendo la televisión y me fascina lo mucho que se aman, lo que no puedo dejar de pensar es en el dolor que debe de sentir el señor Lorenzo al saber que en algunos días el amor de su vida no va a recordarlo, llegará un momento en que la señora Agata no recordará su boda con el amor de su vida, el día en que tuvo a sus hijos, el nombre de su nieto, ni lo fabulosa que ha sido su vida, no puedo imaginarme la impotencia que sentirá el abuelito de Andrew cuando su mujer no quiera besarlo, abrazarlo y apapacharlo por el hecho de no recordarlo pese a los años que llevan juntos y a lo mucho que se aman, me cuesta mucho entender las razones por las que existen enfermedades degenerativas tan horribles como la que la señora Agata tiene.




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