A veces las cosas ocurren antes que puedas darte cuenta, y yo soy la viva prueba.
En junio del 2023 tenía veinticinco años, vivía en Boston, hacía seis meses que trabajaba de mesera doce horas por día, y apenas si me alcanzaba para comer y compartir un departamentito minúsculo con dos amigas. Y a fines de ese mes, las matemáticas inexorables señalaban que si no encontraba pronto un verdadero empleo, mis escasos ahorros se acabarían antes del final del verano.
Fue entonces que el encargado de la cafetería puso su mejor cara de circunstancia y dijo que ya no me necesitaban. ¡Fantástico! ¿Y ahora qué?
Deambulaba por el paseo costero, intentando aclarar mis ideas y buscar una solución, cuando sonó mi teléfono. ¿Número privado? Excelente oportunidad para desahogarme con el vendedor que tuviera la pésima idea de llamarme en semejante momento.
—¿Señorita Garner? —preguntó una mujer muy seria y formal—. Mi nombre es Ronda Jones y la llamo de la firma de abogados Jenkins & Crown.
¿Y ahora en qué lío me había metido sin siquiera darme cuenta?
—Ella habla —respondí con cautela.
—El doctor Jenkins tiene un documento para usted. ¿Cuándo podría acercarse a nuestras oficinas?
¿De qué diablos hablaba? ¿Qué podía tener para mí uno de esos abogados cogotudos? Bien, no que tuviera la agenda precisamente ocupada.
—Dígame dónde y cuándo y allí estaré.
Veinte minutos después entraba con mi ropa de segunda mano en uno de los edificios de oficinas más exclusivos de la ciudad. El estudio de abogados ocupaba un piso entero. La recepcionista, salida de una revista de moda, me pidió una identificación para confirmar que era yo y rodeó el mostrador de entradas con una sonrisa de bienvenida.
—Por aquí, por favor.
Me llevó a una sobria sala de reuniones con ventanas a la calle y una mesa oval con una docena de sillas alrededor.
—Tome asiento, señorita Garner. El doctor Jenkins estará con usted en un momento. ¿Puedo ofrecerle algo de tomar?
—No, gracias —murmuré, confundida por sus modales obsequiosos. Estaba acostumbrada a servir a gente como ella, no viceversa.
Saltaba a la vista que permanecería firme junto a la puerta abierta hasta que me sentara, así que aparté una silla a un par de lugares de la cabecera. La mujer asintió con otra sonrisa de catálogo de prótesis dentales y se fue, cerrando la puerta tras ella.
Desvié la vista hacia las ventanas con un suspiro. Mejor que me armara de paciencia. Seguramente el abogadote se tomaría un par de horas antes de dignarse a atenderme. Me sorprendió verlo entrar menos de cinco minutos después, un señor mayor con un traje impecable, una carpeta de cuero negro y una sonrisa agradable.
—Señorita Garner —me saludó, con modales tan impecables como su traje—. ¿Té, café?
—No, gracias.
—Entonces al asunto que nos ocupa. —Se sentó a la cabecera de la mesa y descansó ambas manos sobre la carpeta antes de volver a enfrentarme—. Dígame, señorita Garner, ¿le habló su difunta madre de la señorita Grace Blotter?
Asentí. Sí, mamá me había contado sobre esta señora, una renombrada profesora de literatura, que fuera su mentora en la universidad. Pero no se me ocurría qué podía tener que ver conmigo. ¿Y cómo era que este abogado de ricos y famosos sabía que mamá había muerto?
Imagino que mi cara me delató, porque Jenkins sonrió y se explicó con tono de abuelo leyéndole un cuento a su nieto.
—Su madre fue la alumna preferida de la señorita Blotter, entre todos los estudiantes que tuvo durante sus décadas de docencia en Harvard, y se mantuvieron en contacto aun después que su madre abandonó la carrera. ¿Sabía que fue la señorita Blotter quien pagó su tratamiento contra el cáncer?
Meneé la cabeza sorprendida. No, no lo sabía.
—Pues así fue. Y en el 2017, sólo dos semanas antes de fallecer, su madre le contó a la señorita Blotter que usted soñaba con ser escritora y se había inscripto para estudiar literatura. Y ella se comprometió a ayudarla con su carrera.
Me retrepé en la silla frunciendo el ceño. ¿Era posible que esta señora tuviera algo que ver con mi beca? Me la habían adjudicado de la nada, y había sido lo que me permitiera pagar la carrera hasta obtener la tecnicatura en literatura inglesa.
El abogado asintió, siempre en su modo abuelo simpático y comprensivo.
—Sí, señorita Garner. Su beca fue el medio que utilizó la señorita Blotter para honrar la promesa que le hiciera a su madre.
Bajé la vista, tan ocupada procesando todo lo que acababa de revelarme, que por poco me perdí lo que dijo a continuación.
—Desgraciadamente, la señorita Blotter falleció el mes pasado. Por eso la llamamos. Yo soy el ejecutor legal de su testamento.
—Oh —murmuré, todavía tratando de encontrarle sentido a toda la situación.
—La señorita Blotter era soltera y no tenía hijos, de modo que le dejó gran parte de su fortuna y propiedades a la Fundación Blotter, pero no todo. También la incluyó a usted como beneficiaria.
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Editado: 22.07.2023