No tenía frío en el sótano. Las quemaduras dolían constantemente, sin importar cuántos calmantes tomara, de modo que Kujo pronto estaba en condiciones de mantenerme tibia sin inconvenientes. Dormí toda la mañana, y sólo me desperté cuando Amy bajó a traerme mis medicinas, algo de comer y ver cómo estábamos. Tomé las pastillas, devoré los emparedados, bebí toda el agua y volví a dormir. Trisha me despertó por la tarde para otra tanda de pastillas/comida/agua. Noté que habían limpiado el camino del rincón a la escalera. Como si me importara. Me di media vuelta y seguí durmiendo.
Sólo dejaba el rincón para ir al toilette junto a la cocina. Y de ida y de vuelta, me acercaba a la cámara y le mostraba mi dedo mayor a quien estuviera mirando.
Esa noche, Amy trajo mi teléfono junto con la cena.
—Están preocupados por ti —dijo con suavidad—. Pobre Joseph, ha estado aquí todo el día sin poder comunicarse contigo.
La muy astuta ya me conocía los puntos débiles.
—Oh, bien —murmuré—. ¿Cómo está? —inquirí, señalando la otra mitad del rincón.
—Preocupado por ti como todos nosotros.
—Mientras no se sienta culpable —me encogí de hombros.
—¿Hasta cuándo seguirás con esto?
—Hasta que se me dé la regalada gana.
Le tendí la bandeja y volví a meterme en el saco de dormir, dándole la espalda.
Por la mañana, me amenazó con sacarme del sótano a rastras si no salía por mi propia voluntad, al menos para ir al hospital a que me cambiaran los vendajes. Así que tuve que hacerlo. De camino al recibidor, vi a Trisha en el salón oriental, con las pizarras magnéticas y una de las tablets.
Era una mañana radiante, y disfruté llenar los pulmones con ese aire puro y frío. Mi teléfono sonó cuando llegaba junto al auto de Amy. Vi que era Price, rechacé la llamada y subí al auto. Price corrió fuera de la casa de huéspedes mientras Amy arrancaba.
—¡Fran! —llamó, apresurándose hacia nosotras .
—Vámonos —mascullé, apartando la vista.
—Okay —murmuró Amy.
Mi teléfono siguió sonando, hasta que me harté y bloqueé su número.
—¿No estás exagerando? —terció Amy con su tonito de adulta madura.
Me abrí la cazadora y alcé mi franela, exponiendo el vendaje que me cubría del sostén al ombligo.
—¿Te parece?
No volvió a insistir hasta que emprendimos el regreso a la mansión.
—¿Y qué haremos, Fran? Si reanudamos las limpiezas ahora, Isaac sólo precisa una más para quedar limpio. La que planeábamos hacer en el sótano, para que Kujo se almuerce a sus primos.
—Entonces deberíamos hacerla hoy mismo.
—¿Y Price?
—Que se vaya al carajo. —Alcé una mano para que se guardara su respuesta previsible—. Dijiste que quien comienza las limpiezas debe concluirlas, ¿verdad? ¿Acaso esperas que me acerque a ese loco psicópata? Ni lo pensarías si hubieras visto cómo se me vino encima en el sótano. ¿O por qué crees que Kujo reaccionó así? Y yo fui tan tonta como para no apartarme y dejar que le diera su merecido. —Meneé la cabeza enfadada—. No, Amy. Las dos últimas limpiezas me enfermaron. No volveré a pasar por eso por semejante hijo de puta.
—No lo haces por él.
—Vete a la mierda. Es por él a fin de cuentas. Tú, Kujo, los Blotter, todos estaban en lo cierto. Es peligroso y no podemos confiar en él. Si los parásitos lo hicieron violar las cerraduras para meterse en la mansión la otra noche, ¿qué lo empujarán a hacer si sigo limpiándolo? ¿Matarme? Lo siento. Precisamos otro plan B.
Amy dejó que me desahogara sin interrumpirme, meneando la cabeza con una mueca. Mantuve la vista en el camino, sintiendo una furia que nunca antes experimentara. Porque sabía que ella tenía razón: no estaba haciendo nada de esto por el Cazador supremo. Lo hacía porque lo necesitaba. Era mi herramienta. La llave para liberar a Kujo. Se lo debía a Kujo. Y a los Blotter.
—¡Puta, mierda, carajo! —exclamé cuando llegábamos a la mansión.
Amy me dirigió una breve mirada, alzando las cejas.
—¡De acuerdo! —bufé—. Pero no tan rápido. Trae a Isaac. Comenzaremos por allí.
—¿Y qué hay del príncipe Cazador?
—Déjalo que nos mire de lejos por sus preciosas cámaras.
Amy asintió con una sonrisa de costado.
No podría bañarme hasta nuevo aviso, así que subí a mi dormitorio a higienizarme y cambiar mis ropas. Trisha insistió en ayudarme, y fue una suerte, porque no podía inclinarme para lavarme las piernas, ni lavarme la espalda, ni hablar de lavarme el cabello.
Ya era mediodía cuando bajamos, y me tragué una sonrisa al ver que en el almuerzo que Susan preparara no había nada que no me gustara. Mientras almorzábamos, Trisha le escribió a Isaac y aseguró que vendría a la mansión después de las dos.
Amy bajó al sótano a preparar todo para realizar la limpieza frente al rincón, y yo pude pasar un rato con los Blotter en el salón oriental, algo que había echado en falta durante los últimos días. Trisha no tardó en aparecer.
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Editado: 22.07.2023