Como si presenciar la limpieza me hubiera debilitado, tan pronto Isaac y Trisha dejaron el sótano me sentí mareada y fatigada. Amy me vio vacilar y me ayudó a volver a sentarme.
—No puedes quedarte aquí, Fran —dijo preocupada.
—Mañana —murmuré, tanteando para meterme en mi saco de dormir.
Suspiró para tragarse lo que hubiera querido decirme y me ayudó a acomodarme.
—Aquí está tu teléfono —dijo, deslizándolo en mi mano—. Kujo y Joseph cuidarán de ti, pero llámame si necesitas algo.
Sólo asentí, cerrando los ojos. Me dormí tan rápido y tan profundo que ni siquiera la escuché marcharse.
En un primer momento, no supe si el grito me despertó cinco minutos o una semana después, pero los gruñidos de Kujo me despabilaron al instante. El sótano estaba completamente oscuro, o sea que era de noche. Y alguien gritaba a todo pulmón en el jardín, repitiendo una sola palabra.
—Price —dijo Joseph.
Salí del saco de dormir apresurada y me puse de pie. Apenas mis ojos se adaptaron un poco a la oscuridad, distinguí la pila de tablas y manoteé una. Kujo seguía gruñendo.
—Tranquilo, muchacho —mascullé, adelantándome para cubrirlo—. Ese hijo de puta no podrá volver a acercarse a ti.
Los gritos sonaban de pronto más cercanos, de pronto más distantes.
—¿Intenta volver a entrar? —pregunté.
—Da vueltas en torno a la casa.
Un momento después, escuché pasos apresurados como si un pequeño ejército bajara la escalera desde el segundo piso. Oí que Isaac y Amy hablaban a voz en cuello, pero no entre ellos. Trisha corrió escaleras abajo hacia el sótano.
—¿Y ahora qué mierda hace? —pregunté.
—Llama a gritos a Isaac y exige que lo liberemos —respondió mi amiga. Se detuvo al verme blandiendo la tabla y soltó una risita nerviosa—. ¿Qué carajos? ¡Suelta eso y ven!
—Ve.
No sabía quién lo decía, pero Kujo estaba quieto y silencioso, así que decidí arriesgarme.
—Prepara tu teléfono para filmar cuanto ocurra —dije, apresurándome escaleras arriba.
—Con gusto.
Alcanzamos la cocina a tiempo para ver que la puerta trasera se abría de par en par e Isaac salía corriendo, con Amy pisándole los talones, los dos hablando al mismo tiempo. Me precipité tras ellos para encontrarme con una escena surrealista: Mike estaba ahí afuera, en pijamas, apuntando a Price con una escopeta. Isaac se interponía entre ellos, los brazos extendidos a ambos lados para cubrir a su amigo y contenerlo al mismo tiempo, mientras Amy intentaba convencer a Mike de que bajara el arma.
—¡Ahí está! —chilló Price, señalándome por encima del brazo de Isaac.
Le hice señas a Mike de que bajara la escopeta y me acerqué a los Cazadores.
—¡No, Fran! —exclamó Amy tratando de detenerme.
La hice a un lado sin brusquedad, ojos fulgurantes fijos en Price.
—¿Ven? ¡Está poseída! —gritó—. ¡Y tiene a Isaac prisionero! ¡Se lo va a ofrecer al demonio!
Sus palabras fueron lo más efectivo para que Mike bajara al fin su arma. El casero se volvió hacia mí y retrocedió varios pasos, persignándose. Isaac también intentó detenerme, pero vio lo furiosa que estaba y fue lo bastante sabio para dar un paso al costado, aunque sin soltar a su amigo.
Abofeteé a Price con todas mis fuerzas. Más tarde descubriría que sus pómulos eran tan duros como parecían, pero en ese momento no sentí nada.
—¡Fuera de mi casa! —grité.
—¡Mírenla! —seguía vociferando, histérico, los lentes colgando de una sola oreja—. ¡Está poseída! ¡Lleva días durmiendo con el demonio! ¡El demonio la controla!
Volví a abofetearlo sin apartar mis ojos de él.
—¡Condenado hijo de puta! ¡Tú lo convertiste en lo que es y luego lo dejaste aquí encadenado! ¡Y ahora quieres ganar dinero con el espectáculo! ¡Ésa es la verdadera razón de que estés aquí! ¡El dinero y la fama! ¡Tú y tus malditos demonios, ensuciando cuanto tocas!
Me pareció que me rodeaba un silencio denso, pero no le presté atención. Me adelanté otro paso e Isaac lo dio hacia el costado, apartándose de mí. Privado de su escudo de un metro ochenta y tantos, Price retrocedió, boqueando con una mirada de terror en sus ojos dañados.
—¡Atrás, demonio! —chilló, extendiendo un brazo para detenerme.
Antes que pudiera volver a abofetearlo, sentí el peso fresco en mis hombros, como si manos invisibles los presionaran para que me calmara. Les permití actuar en mí y logré controlarme un poco.
—Eres una pérdida de tiempo —gruñí con desprecio—. Ya ni siquiera eres un hombre.
—¿¡Qué dices!? —gritó, como si la furia que yo acababa de rechazar le hubiera caído encima a él.
—No eres más que la marioneta de los demonios que alimentas —repliqué meneando la cabeza—. Por eso Isaac se queda con nosotras ahora que está limpio. Porque has dejado que la oscuridad que tanto amas te controle por completo.
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Editado: 22.07.2023