Calificar lo que siguió como un momento difícil sería casi una ironía.
Trisha me halló dos días después en mi cama, donde me había derrumbado cuando Brandon se fuera, y donde seguía cuando ella volvió a casa, haciendo lo único que podía hacer: llorar. Sólo me levantaba para ir al baño, y en una de esas ocasiones vi la esquina del edredón asomando del ropero. El edredón con el que Brandon y yo nos habíamos abrigado la primera vez que durmiéramos juntos, antes de liberar a Kujo. Así que lo saqué, lo abrí sobre la cama y me tapé con él para seguir llorando.
Lizzie vino varias veces a ver cómo estaba, intentando hablarme hasta que apagué el teléfono.
Susan se mantuvo alejada de mi habitación, aunque fuera día de limpiar el dormitorio principal o cambiar las sábanas.
Cuando me negué a levantarme, comer o tan siquiera hablar, Trisha decidió que era hora de llamar a la caballería y le escribió a Amy. La médium llegó al día siguiente, jueves. No hizo preguntas. Se sentó al borde de la cama, junto a mi cabeza, e intentó frotarme la espalda. Me aparté de ella. Luego la oí hablarle a alguien, preguntando qué había sucedido. Cuando no oí respuesta, me levanté, me envolví en el edredón y fui a encerrarme al baño, deseando que Kujo aún estuviera en el sótano para poder ir a acurrucarme junto a él.
Kujo. Quería verlo. Lo echaba tanto de menos. Y con todo lo que estaba sintiendo, podía engordarlo cincuenta kilos. Tal vez debería tomar mi auto y… Lo había dejado en Boston. Mierda. Estaba atrapada en la mansión, porque no regresaría a Boston en los próximos veinte años.
Amy llamó a la puerta.
—Sal de allí, Fran —dijo con suavidad.
—¿Por qué no se van todos a la mierda y me dejan tranquila? —repliqué, sentada en el suelo entre el lavamanos y la tina, las rodillas contra mi pecho bajo el edredón.
No insistió, y la oí salir de mi habitación poco después. Perfecto. Ya podía volver a la cama a seguir llorando.
No sé qué ocurrió cuando se sentó a hablar con los Blotter. Tampoco me importaba. Estaba devastada y estaba furiosa. En ese momento, nadie me importaba una mierda, estuvieran vivos o no. Lo único que quería era volver el tiempo atrás y estar con Brandon. No podía, así que sólo quería que me dejaran en paz.
No recuerdo mucho de los días siguientes. Imagino que Amy y Trisha se las ingeniaron para hacerme comer, pero aún me negaba a levantarme de la cama, salir de mi habitación o hablar con nadie. Amy tenía trabajo y no podía quedarse en la mansión hasta que se me ocurriera volver a la vida. El lunes, una semana exacta después de traer a Brandon a la mansión, Amy se fue con Trisha en la bestia roja, y Trisha regresó con mi auto.
Otra tormenta de invierno azotó Hardwick una semana después, a mediados de enero, así que mis planes de ir a Pennhurst siguieron posponiéndose.
Trisha estuvo a punto de acabar de cabeza en la nieve cuando probó el último truco que se le ocurría para hacerme reaccionar. Una noche, entró a mi dormitorio sin siquiera llamar. Vi que estaba en una videollamada con alguien, hablando de mí para variar, así que me di la vuelta y me cubrí la cabeza con el edredón. Seguramente Amy volvería a insistir con sus regaños maternales.
—¿Fran?
¿Brandon? El dolor pareció desgarrarme de sólo oír su voz, y me hice un ovillo bajo el edredón.
—Fran, amor. —Aguardó un momento y chasqueó la lengua, impaciente—. ¡Mierda! Vamos, no me hagas esto. Háblame.
Aparté el edredón y me senté, ignorando el teléfono para clavar una mirada fulgurante en Trisha.
—Tú —mascullé señalando la puerta—. Fuera. Ese hijo de puta está muerto para mí y lo sabe.
—¡Ahí estás…! —intentó decir Brandon.
—¡Fuera! —grité, inclinándome para recoger uno de mis tenis del suelo.
Trisha me vio apuntarle con el tenis y salió a toda prisa.
La tarde siguiente me levanté, me abrigué con mi mejor ropa de invierno y salí. El viento blanco casi me empujó de bruces a la nieve. Me incliné hacia adelante y crucé el jardín, con nieve hasta la rodilla que evitaba que el viento me volteara. Me llevó un buen rato alcanzar el Quabbin, y apenas vi el agua, me vine abajo. Caí de rodillas en la nieve a un paso de la orilla y lloré hasta quedarme sin lágrimas.
Regresé a la mansión en el temprano atardecer invernal, colgué la cazadora y los pantalones impermeables frente al hogar en la cocina y oí que me rugía el estómago. Era la primera vez que tenía hambre desde el almuerzo de Año Nuevo en lo de Amy. Así que revolví el refri, la despensa y me puse a cocinar.
Trisha se asomó apenas me escuchó en la cocina.
—¡Fran! Me alegra…
—Búscate otro lugar para vivir, Trisha —dije con acento frío, sin apartar la vista de las verduras que estaba cortando—. No puedes seguir quedándote aquí.
—Muy bien. Demuéstrame que puedes vivir sola y me alegrará marcharme.
Eso me hizo alzar la vista hacia ella. Trisha arqueó las cejas, desafiándome a contradecirla. Los golpecitos en la puerta trasera nos evitaron una discusión desagradable. ¿Susan?
—El doctor Jenkins está tratando de comunicarse con usted —dijo la casera por debajo de la capucha de su cazadora, el gorro de lana y la bufanda.
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Editado: 22.07.2023