Mi mentiroso adorable
Capítulo 20.
Todos los hombres eran malditamente iguales, no importaba de qué país fueran, todos resultaban ser exactamente iguales. Ni un sola llamada. No ha tenido la mínima decencia de llamarme al menos con la excusa de "no es lo que tú crees".
Dios, estoy demasiado enfadada como para pensar con claridad. ¿Cómo demonios se atreve a besarme cuando tiene una prometida? No una simple novia o una enamorada, sino una maldita prometida, con la que se va a casar, tener hijos y una casa llena de gatos... Es un maldito.
El conductor siempre me despertaba. Sabía que solía quedarme dormida y perdía mi parada de la escuela, así que amablemente me avisaba. ¡Qué hombre tan considerado! Probablemente honesto y un buen esposo, no como otros, mentirosos y falsos... maldita sea.
—¿Por qué tu novio siempre baja antes? —preguntó el chófer.
—¿Mi qué hacía qué?
—Tu novio —insiste—. Sube una parada después de ti y se baja una antes que tú. ¿Tal vez tienen un romance secreto? —Me mira con una ceja en alto.
—Creo que está confundido, señor. Yo no tengo novio.
—¿Pero cómo es posible eso? —Parece confundido—. Siempre te quedas dormida en su hombro y tiene tu mismo uniforme.
Me bajé del autobús, desorientada. ¿Yo me quedaba dormida en el hombro de alguien? Puta madre, que vergüenza. ¿Y como es eso de que siempre? Lo he hecho más de una vez. Ay, Jeudy Marshall, ¿qué haré contigo?
Me topo con mi amiga en la entrada.
—El chófer me ha dicho algo de lo más raro —Enarca una ceja, esperando que continúe—. Me ha dicho que siempre me quedo dormida en los hombros de alguien —La miro con las cejas enarcadas esperando que reaccione de la manera más exagerada posible, contrario a eso, lame sus labios y se nota rara—. Aparte me ha dicho que se baja del autobús una parada antes y que está en el colegio.
—Respecto a eso, Jeudy...
—Tú sabes algo, ¿no?
—No puedo decírtelo, perdón.
—Sabes quien es.
—He prometido no decírtelo —insiste.
—O sea que has hablado con él.
—Me ha dicho que no te lo dijera.
—Se conocen.
—Me mataría si lo hiciera.
—Lo conozco.
—Pues...
—¡Habla, Healy!
—¡Qué no puedo! —También alza la voz—. He jurado por mi padre que no te lo diría y si lo hago...
—¿Con qué te ha amenazado? —Inquiero. Ya sé por dónde va todo—. ¿Qué es eso tan grave que no puedes dejar que nadie se entere?
Me acerco a ella lentamente, con la esperanza de que ceda.
—¡Mira, es Lee!
Mira hacia donde ella ha señalado. Veo muchas personas, menos a la que ha sido nombrada, pero para cuando volteó nuevamente hacia adelante ya no hay rastro de mi mejor amiga.
No me importaba mucho. Tenemos clases juntas así que nos veríamos quisiera o no.
A la distancia observé a Markel caminando en zancadas entre la multitud de alumnos, como si huyera de alguien. Canté su nombre y al escucharlo, me miró pero como si no me viera, volteó y continuó en lo suyo. ¿Me está ignorando? No, probablemente debido a la estúpida cantidad de gente que hay en los pasillos, no me haya visto.
Segundos más tardes, apareció Lee en mi campo de vista. Este me miró pero igual que el chico anterior, desvío la vista y continúo caminando.
Me parece que tienes sentimientos por dos chicos al mismo tiempo.
Las palabras de mi mejor amiga hicieron eco en mi mente.
No podía estar enamorada de dos personas al mismo tiempo. Eso es catastroficamente imposible, ¿cierto?
Caminé detra del chico.
—Tae In —le detengo del brazo cuando lo alcanzo—. Necesitas explicarme las cosas, ¿no crees?
Él respira profundamente, sin decir una palabra. Como siempre, permanece inexpresivo, como si mi presencia realmente fuera insignificante. ¿Fui eso todo el tiempo para él...? ¿Nada?
—Jeudy, ¿qué quieres? —Su actitud serena y ajena me molesta.
—Necesitamos hablar —Empieza a caminar. Se sueta de mi agarre e intenta ponerse sus audífonos. Por supuesto no lo dejo—. Por Dios, Tae In. No puedes hacer una declaración pública a alguien con un retrato hermoso hecho a mano que evoca un maldito cuento de hadas y después actuar como si nada. No sé si están muy acostumbrados a lo casual allá en tu país. Pero aquí eso significa compromiso con alguien, no un puto juego.
—Tú tampoco puedes pretender querer a una persona y al siguiente instante anhelar a otra —Me suelta. Se acerca tanto a mí, furioso que retroceso—. ¿O es algo muy casual aquí? ¿Intentar andar con dos al mismo tiempo?
—¿De qué...?
Me detengo abruptamente. No puede ser. Me había escuchado decir en voz alta en el autobús.
—Lee, no es lo que piensas.