Hecho a tu medida

CAPÍTULO 22. ✺Es como insulina✺

ISAAC

Tener a Cris conmigo de nuevo se sentía como si me hubiesen inyectado una dosis extra de insulina. Mi cuerpo no respondía como era debido y la cabeza me daba vueltas.

—Ha pasado un tiempo, Isaac —dijo después de aguardar en silencio. Se acomodó en el sillón, justo a mi lado.

Quizás esperaba una mejor reacción de mi parte pero, ¿cómo podía hacerlo? Ni siquiera entendía si yo estaba bien o necesitaba ir al hospital. No debí tomar ni un trago de alcohol. No, mejor dicho, él no debía de estar aquí.

Respiré hondo antes de atreverme a alzar la mirada. Su rostro seguía reflejando esa personalidad alegre y amistosa. Mantenía una sonrisa que te decía que podías confiar en él. Yo no podía hacerlo. Verlo me hacía recordarlo todo, y lo odiaba.

Todo comenzó en la cafetería de un hospital. Estaba a punto de dar las cuatro de la madrugada, y ni Cris ni yo habíamos dormido. Él no paraba de menearse, pues para ese entonces su sobrino estaba por nacer.

—¿Por qué tardan tanto? —preguntó por sexta vez, mirando por todos lados—. ¿Habrá pasado algo malo?

—Por lo que sé, los partos pueden durar hasta 18 horas —comenté, luego soplé sobre mi café hirviendo. No me atreví a mirarle ya que me pondría tan inquieto como él.

—¿En serio? —preguntó con aire esperanzador, haciendo ese gesto que me era imposible evadir.

Asentí e intenté mostrarle una sonrisa conciliadora, pese a que no sabía cómo hacerla.

Cris exhaló de forma ruidosa antes de continuar.

—Muchas gracias por estar aquí, Isaac —dijo mientras colocaba su mano sobre la mía, la cual descansaba en la mesa helada—. Significa mucho para mí que estés a mi lado en estos momentos.

Me centré en la calidez de su palma y meneé la cabeza.

—Somos amigos —intenté decir, antes de que él me interrumpiera.

—Sí, amigos… —Su mirada se quedó clavada por unos segundos en nuestras manos, para después alzar esos ojos del color de hoja otoñal y atrapar los míos—. Pero, ¿no sería bueno dejar de serlo?

Arrugué el rostro sin poder comprender.

—¿Eso…?

—No, no te adelantes —me detuvo, meneando la mano y riendo—. Quiero decir, podríamos ser más que eso.

La tenue sonrisa que se asomó en sus finos labios fue algo sorprendente. Nunca antes había visto esa tímida expresión en él.

Bajé la mirada otra vez.

—Nada cambiaría —prosiguió luego de un rato en silencio, donde sólo se escuchaba las voces de otras personas—. Quiero seguir como estamos, pero también quiero ser tu novio.

«Si las cosas no debían de cambiar, entonces ¿por qué deberías de serlo?», es lo que me preguntaba.

—O tal vez… ¿no te gusto? —preguntó un poco más desanimado.

No lo sabía. Cris me agradaba, por supuesto, pero no entendía si lo que sentía era lo necesario para comenzar una relación. De cualquier forma, ¿por qué las personas comenzaban un noviazgo si tarde o temprano se terminaba? Si él y yo terminábamos, ¿las cosas cambiarían? Pero, tal vez esto no iba a terminar. Éramos mejores amigos desde la niñez, ¿por qué tendría que terminar de cualquier forma?

—De acuerdo —respondí después de analizarlo.

El rostro de Cristian volvió a iluminarse. Apretó un poco más su agarre.

Luego, como si hubiese leído mi mente, en el presente hizo lo mismo: acercó su mano a la mía y la apretó un poco, despertándome de mi regresión. Aparté la mano bruscamente y me puse de pie.

—¿Por qué viniste? —pregunté caminando en dirección a la bolsa que Mara me había dejado. La tomé. Ya tenía suficiente con haberlo visto. Por su culpa, no supe qué decir frente a Mara. ¿Cómo fue que lo interpretó? ¿Descubrió algo acerca de Cristian y yo?

—Vine a felicitarte, Isaac —dijo él. Me miró como si le hubiese ofendido.

—Pudiste mandarme un mensaje.

—Bueno… No sabía si debía desbloquearte o no.

Se rio un poco.

—Debo irme —dije sin poder mirarlo a la cara. No aguantaba tenerle cerca de nuevo. Era asfixiante.

—No seas malo —protestó, aferrándose de mi brazo.

Inspiré hondo para no reaccionar mal.

—Por favor, suéltame. Tengo que irme ya.

—Puedes quedarte con Mau —insistió—. Por favor, escúchame, ¿sí? Quiero disculparme por lo que hice.

—No es necesario. Ya lo olvidé.

—¡Lo sé, lo sé! —exclamó de repente y me soltó—. Tú siempre eres el mejor, el más maduro, lo sabía. Y por eso me disculpo. —Se colocó frente a mí, dejándome ver las lágrimas que comenzaban a inundar sus ojos. Apreté los dientes y aparté la mirada—. Y también sé que no quieres verme nunca más por lo que hice, pero… yo…

Su voz se fue apagando con cada palabra dicha, sin ser capaz de terminar la oración.

—Cristian… —Apreté los ojos y lo aparté—. No quiero hablar.



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En el texto hay: comedia, amor platonico, romance juvenil y humor

Editado: 28.03.2023

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