Dónde estoy? ¿Qué lugar es éste? ¿Quién me trajo aquí?
Un fuerte olor a a¿zufre hace que empiece a dolerme la cabeza. El estómago me da vueltas, no puedo contenerlo más. Vomito.
Estoy amarrado a lo que sea que fuera ésta superficie, no puedo ni siquiera mover las manos.
Tengo el pecho embarrado con vómito, la humedad va sobrepasando la tela de mi camiseta y llega directamente a mi piel. No siento asco, solo quiero salir de aquí.
Hay un coro cantando a lo lejos:
"Hay un hogar eterno, lleno de amor,
Donde todos cantan, donde no hay dolor...."
Recuerdo esa canción, de ese día, hace tantos años… Era la única canción que canté por meses. ¿Por quién la cantaban ahora?
"Ángeles allá cantan, dando a Dios gran loor.
Algún día veremos nuestro hogar de amor...."
Otra vez siento náuseas y no tardo mucho en volver a vomitar. Oigo ligeras risas a mi alrededor. Poco a poco, una tenue luz va iluminándolo todo.
La habitación tiene un papel tapiz muy feo; es amarillo, con flores pequeñas color dorado a lo largo y ancho. En una esquina hay un televisor antiguo (Probablemente sea de los que aún se ven en blanco y negro); se prende de pronto, pero solo hay estática en la pantalla. Miro fijamente hacia allí, hay pequeños chispazos y ¡boom! La pantalla queda negra. La canción empieza a sonar con más fuerza.
"Pronto tendré la dicha de morar allá.
Rescátame Cristo; mi protección será.
Lo veré ya muy pronto, en su mansión celestial.
Ese día veremos nuestro hogar de amor".
Está vez, el himno se detiene. Estoy seguro que es definitivo.
La luz opaca vuelve a apagarse, pero se prende y me deja ver a mi captor.
—¿Por qué crees que puedes hablar con ella? —dice Gerardo con una mueca retorcida en el rostro.
¿Qué…? ¿Cómo lo sabe?
—No sé... De qué hablas —digo con toda la fuerza que las ataduras me permiten
—Sí, sí, no sabes de qué hablo —dice en tono burlón—. Él dijo lo mismo. Que tú nunca le hablaste de tu " amistad" con Helena.
¿Él?... ¿De quién está hablando?
—¡Claro! ¡No sabes de quién estoy hablando! Soy un imbécil —se ríe con fuerza—. Pues por supuesto... ¡Hablo de él!
Una luz más fuerte se enciende al otro extremo de la habitación, mi estómago vuelve a retorcerse en cuanto lo veo: Javi, aparentemente muerto, tiene sangre por todo el cuerpo, hay varios cortes a lo largo de todo su rostro... Y mucha sangre sale de su boca.
—¡Qué mierda pasa contigo! —grito. Las correas parecen estar a punto de destrozar mis costillas, pero no importa, ya nada me importa.
—No... No te preocupes, tú precioso no está muerto —dice Gerardo divertido—. Digamos que... Lo ayudé, ya que no le gusta hablar, le di el don de no tener que hacerlo nunca más.
—¿Q- Qué?
—¡Le saque esto! —dice sacando una lengua del bolsillo de su pantalón.
¡No, no, no, no, no, no, no…! No a Javi, por favor, no a Javi, él no.
—A ti no puedo darte ese don... Yo necesito oír tu voz —sonríe—. Ahora cuéntame... ¿Cómo mataste a Helena?
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Editado: 01.07.2018