Tres décadas han pasado desde que la guerra contra Cronos terminó. La paz se desplegó por los mundos, pero como ya era costumbre el nuevo mundo siguió siendo la excepción ya que el caos parecía ser algo cotidiano para ellos que a diferencia del antiguo mundo no era influenciado por seres divinos. Los humanos «modernos» eran los únicos que estúpidamente buscaban su propia desgracia pisoteándose unos con otros.
La primavera había llegado anunciando el inminente fin del invierno, el cual había sido el más frio que jamás pude sentir. En los mundos humanos las perdidas habían sido imperiosas como si algo terrible se presagiara y en cuanto al Olimpo este se alzaba imponente más que nunca, Zeus había sido capaz de mantener todo en absoluto control, lo único que no consiguió sobrellevar era a su familia, Hades se había distanciado de todos nosotros gracias a una discusión con Zeus de la cual no me había enterado de que iba, por lo cual siempre me metía en problemas con él, porque solía ir a buscar a Hades pero nunca conseguía mi cometido ya que mi amado marido terminaba por descubrirme y llevarme de regreso al Olimpo, Poseidón iba y venía cada vez que se le venía en gana, aunque en algunas ocasiones podíamos pasar mucho tiempo sin verle hasta que entre los humanos se corrían noticias acerca de un dios colérico que sumergía ciudades enteras o creaba otras nuevas.
Y qué decir de Ares, mi precioso niño, ahora convertido en un guapo joven, comandante de los ejércitos del Olimpo, protector del hogar de los dioses y por supuesto fiel amante de la guerra. Durante este tiempo se había ganado el temor de los humanos y el odio de los dioses y al igual que su padre en la juventud era un completo amante de las mujeres tanto que no había día en que viniesen hasta a mí los maridos burlados a rogarme que alejara a Ares de sus mujeres. Alectrión y él se habían vuelto como hermanos, siempre se les solía ver juntos provocando destrozos en el mundo divino.
Medía década después que yo regresara al Olimpo Zeus y yo concebimos a Hebe, mi pequeña y hermosa hija diosa de la juventud y por supuesto adoración de Zeus y Ares, la cual gracias a las estupideces de su hermano terminó creciendo aceleradamente a los dieciséis años, jurando así no dejarla a su cargo nunca jamás. Mi niña ahora era una preciosa jovencita que a duras penas pasaba la adolescencia, la cual nunca se despegaba de mí en ningún momento, ella a diferencia de su hermano se parecía mucho a mí, aunque la forma de sus ojos era exactamente igual a las de Zeus, pero había heredado los preciosos ojos grises de Hades, recuerdo que enloquecí de emoción el día en que ella nació y le vi por primera vez.
¿Y qué podía decir de mis padres? Thanatos y Dione se habían tomado una extensa luna de miel, a veces venían de visita al Olimpo ya que se mudaron hacia la isla donde en un principio vivieron después de escapar de Cronos. Pasítea e Hypnos regresaron a su hogar en esa obscura isla, la misma a la cual nos llevaron cuando fuimos capturados, ya que hace tres años fueron padres de un precioso niño llamado Iquelo, así que de mi familia únicamente mi querido Morfeo había decidido quedarse aquí.
Helios solía venir en repetidas ocasiones, mis hijos le adoraban siendo así el encargado de desarrollar sus atributos, aunque con Ares su tarea había terminado hace mucho él seguía yendo cuando se enteraba que Helios vendría, Zeus siempre suele ponerse celoso porque Hebe le llamaba papá desde que era tan solo una pequeña niña.
—¡Mamá! — se acercó Hebe agitada sacándome de mis pensamientos.
—Tranquila mi amor, respira — reí alzando mi vista hacía ella —¿Qué sucede? — palmeé mi costado para que se sentase y así lo hizo.
—Papá está buscándote— suspiró recostando su cabeza sobre mi pecho y envolvía entre sus brazos mi cintura. Me había pasado el día completo leyendo bajo la sombra del árbol más grande que había en el Olimpo, algo que se me estaba haciendo una costumbre —Iba a venir a por ti, pero yo me ofrecí— sonrió alzando su rostro —Quería hablar contigo—.
—¿Está todo bien? — acaricié su largo cabello y ella negó —¿Qué sucede mi amor? — pregunté preocupada.
—Quiero enamorarme— murmuró y yo me atraganté con mi saliva.
—Mi amor...—.
—Todas mis amigas han conocido ya su otro extremo de destino— le vi frotarse los ojos —Y todos los chicos solo quieren jugar con mi corazón— sollozó —Mamá nunca seré capaz de encontrar a nadie—.
—Oh no, mi cielo— me alejé para sentarme sobre mis piernas frente a ella —No tienes por qué preocuparte por eso aún mi amor, eres aún muy joven para pensar que todo ha terminado— limpié sus lágrimas —Recuerdo que yo solía pensar lo mismo que tú y mírame ahora, tengo a tu padre y les tengo a tu hermano y a ti— sonreí.
—Porque tú eres preciosa mamá— gimoteó —Cualquiera se enamoraría de ti con solo verte—.
—¡Hebe! — elevé la voz —¿Quién te ha dicho que tu no lo eres? — pregunté molesta.
—Ares— lloriqueó y yo abrí los ojos con enojo —Dijo que era el bicho más feo que jamás pudo ver— tomé una profunda calada de aire relajando mis nervios.
—Mi amor, es tu hermano ya conoces lo idiota que suele ser— suspiré —Solo lo hace por hacerte enfadar, es a quien menos debes de creer lo que diga cuando se trate de hacerte enfadar— puse un mechón de cabello tras su oreja —No es porque seas mi hija, pero eres la criatura más hermosa que jamás vi en los mundos— ella sonrió entre lágrimas —Tus sentimientos y tu físico son preciosos, ¡todo en ti es precioso! — besé la punta de su nariz.
—Es porque me parezco a ti— besó mi mano.
—Oh mi amor— reí retozando en la dulzura que ella me entregaba.
—Te he enviado por ella y has terminado quedándote aquí— escuchamos una voz a nuestras espaldas.
—Zeus— sonreí poniéndome de pie.
—Lo siento papá— dijo Hebe limpiándose las lágrimas.
—¿Sucede algo? — se acercó alarmado.