2040
Los años pacíficos pasaban a un ritmo increíblemente lento, para algunos simbolizaba esperanza, para otros; simbolizaba malos augurios, no se sabía cuál era el motivo de esa maravillosa pausa durante la guerra y la tragedia. El problema, el mal que combatía Heradise todavía seguía con vida y bien protegido. A pesar de la omnipresencia del Joven Creador, los vigilantes y héroes de Heradise eran incapaces de descubrir la posición de Calamidad, el mal divino que azotaba el hogar de ellos. Lo que ninguno de ellos sabía, pero que uno suponía y temía, ocurría paralelamente a los planes de ellos. No tenían idea, de que Calamidad planeaba su estrategia máxima y peligrosa, tras varios años de reposo; fue consciente de que el cuerpo que proclamó como suyo llegaba a sus últimos momentos de vida. Sabía, que no le quedaba mucho tiempo de vida y se molestaba consigo mismo, porque no pensó bien en las consecuencias cuando debía. Si el cuerpo del pobre Ángel que hurtó, fallece, su espíritu y esencia se perderían, morir en tierras que no son suyas, significa la muerte instantánea e irremediable para un ser divino como él y los demás.
Fue consciente del inevitable final que le esperaba, por lo cual; ingenió sus últimos movimientos.
En aquel lugar escondido en el inmenso universo de Heradise, Calamidad y sus hijos fueron capaces de crear una casa espaciosa, pero con materiales básicos que no llamaran la atención, como madera de los árboles aledaños y roca. En la habitación central, Calamidad permanecía sentado en un trono improvisado, con la compañía de sus hijos.
—Al fin, estoy en buenas condiciones para actuar.
Dijo con una mirada severa. Sus gesticulaciones y su mirada expresaban perfectamente la gran molestia que sentía, sus fieles hijos permanecían callados a su alrededor, expectantes y ansiosos de saber cuál sería su próximo movimiento.
—Reporten —dijo Calamidad—, quiero saber qué ha pasado en todos estos malditos años en reposo.
Azriel forzó su garganta para llamar la atención de su padre y suspiró con cansancio, para luego verlo con firmeza.
—En estos años, todos los líderes de Heradise han estado organizándose, se han recuperado de todos nuestros ataques y también están preparados para contrarrestarnos. El niño que tantos problemas nos ha provocado, no se ha detenido en la búsqueda de nuestro paradero. Por otro lado, Draken lleva desaparecido seis años.
Los comandantes se segmentaron en ese momento.
Sitara; la asesina más poderosa, Xhayn; el espadachín estratega y Devika; la única comandante de Calamidad que no fue creada por él mismo, reaccionaron con seriedad. Ellos, al igual que Azriel, eran conscientes de que la muerte de Draken era clara y que su misión en Terra había fracasado, solamente los demás, tenían la esperanza de que él siguiera con vida.
—¡¿Cómo te atreves a afirmar la muerte de Draken, basura?! —gritó Kreiger.
Su basta fuerza e increíble figura iban de la mano con su furiosa personalidad.
—Debe seguir vivo en algún lado, hablamos de Draken. Además, ¿cómo podría perder contra criaturas insignificantes como los humanos?
Roux se oponía a creer que su singular compañero, había fallecido. Ella por propia curiosidad tuvo contacto con el cazador bestraya y sabía, que él no moriría fácilmente y que la humanidad es una raza que en aptitudes físicas pierden contra los bestrayos. Las probabilidades de que él muriera eran casi nulas. Mientras Feyre, se sentía un poco deprimida y aliviada al pensar en ese hecho. Si Draken estaba muerto, la raza bestraya estaría en la deriva, sin ningún líder. Feyre nunca se sintió cómoda con la manera en la que Draken lideraba a su raza. Ella es una súcubo, una raza que destaca por su increíble belleza física y su increíble capacidad de razonamiento y conocimiento de psicología. Criaturas astutas e inteligentes, capaces de seducir a cualquier criatura.
Lo que más ocupaba su mente, era formar parte de la raza bestraya. Las súcubos, al igual que los íncubos, poseían lazos estrechos con los bestrayos. Por lo tanto, ella se sentía capaz de reclamar el trono de los bestrayos y liderarlos de la manera que ella consideraba correcta. Al no ser líder o estrecha compañera de Draken, no tenía el derecho de aconsejarle al dragón cómo guiar a su gente. Pero, en esos momentos que tenía la oportunidad, quería reclamarlo y darle una mejor vida a su raza fraterna, liderando con astucia, inteligencia y amor por ellos. Después de todo, ella también era una bestraya, su herencia lo dictaba. Feyre, además de poseer una hermosa figura femenina, poseía rasgos de la familia de insectos “Mantidae”, específicamente, de mantis orquídea, herencia la cual la hacía más única y poderosa, por la capacidad de camuflaje y adopción de formas seductoras que la hacía más peligrosa.
—Si Draken está muerto…
—¡No lo está! —gritó Kreiger.
Hacía notar que le molestaba bastante que sus hermanos confirmaran eso sin pruebas.
—No me interrumpas, bola de músculo sin cerebro —dijo Feyre—. Si Draken falleció, la raza bestraya queda sin un rey que los guie y Draken no tiene ningún heredero al trono. Por lo que…
—Quieres reclamar el trono de Draken —interrumpió Azriel.
Azriel, al ser el hermano mayor de los comandantes de Calamidad, conocía muy bien a sus hermanos, aunque pocas veces actuaba como tal. No le gustaba interferir en el actuar de estos, por lo que él era consciente de que Feyre quería algo mejor para la raza bestraya, deseo que él quería concederle. Sin embargo, esa decisión caía en los hombros de su padre, el cual analizaba la petición de su hija.
—Ciertamente, Feyre. Tú eres una mujer muy inteligente, astuta y reconozco tu amor por los bestrayos, el amor que te mueve a tomar el trono de Draken para guiarlos a una vida más digna. Acepto que tú los gobiernes y los cuides, no me falles.