Capítulo 17. Premonición.
Miranda le había insistido y rogado a su abuelo para que le diera la oportunidad de salir de la Academia por unos días y refugiarse en la casa de este. Miranda lo había intentado previamente con su padre, Herman Will, quien le negó su suplica. Para su fortuna, su abuelo fue más empático, la escuchó y ahora podía desahogarse sin miedo a represalias. Aprovechó que nadie estaba en la casa de su abuelo, solo la servidumbre, y se tiró a llorar sobre el sillón más cercano. Pensó que estaría sola hasta que escuchó murmullos, parecía que alguien había llegado. ¿Quién podría ser?, se preguntó. Algo asustada se asomó un poco fuera de la sala.
—¡Miranda!
La joven había querido pasar desapercibida, pero él la notó al instante.
—Le-león —murmuró apenada y se regresó a la sala.
—Espera.
León la llamó y la siguió, Miranda se quedó quieta y se giró para contemplarlo. No podía creer lo guapísimo que León se veía en su uniforme militar de diario, el color verde le resaltaba el cabello dorado y sus ojos cafés almendrados, además usar ropa de su talla le venía bien al joven oficial.
—¿Estás bien? —preguntó, Miranda asintió y se sentó en uno de los sillones tratando de sonreír. León se acomodó a su lado—. ¿Segura? —insistió.
—Lo estoy, ¿por qué no habría de estarlo?
—Es que, si mi intuición no me falla, diría que has estado llorando.
Miranda negó con la cabeza.
—¡Claro que no! —dijo—. ¡Qué absurdo! ¿Cómo podría llorar… si yo…? —la voz de Miranda se empezaba a cortar—. Yo soy una cadete, los cadetes… no lloramos —al decir eso unas cuantas lágrimas se le escaparon.
—Miranda, los cadetes son personas, por tanto, lloran.
León la abrazó con ternura. Miranda al sentir el calor y los latidos del corazón del oficial se reconfortó. Ese perfume de notas de madera que usaba León se combinaba con la suave fragancia del almidón que desprendía su uniforme. Para ella era como abrazar a un fuerte roble que la llenaba de seguridad y paz.
—¿Por qué has estado llorando? ¿Qué fue lo que pasó?
—Pues… —Miranda titubeó.
—Puedes confiar en mí —le dijo León y se despegó de ella, la contempló con cariño y le secó las lágrimas con las manos—. No le diré a nadie si así lo deseas.
Miranda asintió.
—Sucede que, que estoy harta de la Academia —al decirlo gimoteó un poco—. Es muy, muy complicada.
—Pero ¿no estás ya en tercer año?
—Lo estoy, pero siento que no soy suficiente. Mi papá le dice a todo el mundo lo orgulloso que está de Melisa. Ella entrará el próximo año, y no como cualquier cadete, sino como una A. Su potencial de FOLD es altísimo, sus calificaciones son las mejores, es un genio. Melisa es perfecta, en cambio yo… —las lágrimas le regresaron a la jovencita—. Yo solo soy una monofolder, soy una cadete D que nunca pude subir a C siquiera —gimoteó.
—¿Eso es lo que te tiene así?
Miranda asintió con la cabeza mientras se cubría el rostro con las manos.
—Siento que no sirvo para esto, quisiera salirme. ¿Qué sentido tiene si nunca seré como Melisa?
León bajó las manos de Miranda para observarla al rostro.
—Tiene mucho sentido si es que esto es lo que tú quieres. Dime, ¿quieres esto? ¿Ser una oficial?
—Lo deseo mucho… —le contestó entre lágrimas.
—Si es el caso, sigue adelante. No tiene nada de malo que no seas como Melisa, todo lo contrario. Ella tiene sus fortalezas, pero también sus debilidades, así como tú. Te conozco desde que eres pequeña y sé que estás llena de virtudes.
Miranda se sonrojó al oír eso y bajó un poco el rostro.
—No puedes decirlo en serio. Además, tú eres igual que Melisa, eres ¡perfecto!
León carcajeó al oír eso de la joven.
—¡Créeme! Soy todo menos perfecto —le dijo entre risas.
—¡Claro que lo eres!
—Para nada. —León respiró profundamente—. No soy nada perfecto, pero no me rendí, Miranda. Decidí hacer esto y tuve el apoyo de Lucia Moral, de mi papá e incluso de Saint al final. De no ser por ellos no lo habría logrado. Y yo creo en ti, seguro que Irving también y me atrevo a decir que hasta Melisa.
—¿Melisa? No creo, ella me odia.
—Lo dudo mucho. Es normal tener conflictos con nuestros hermanos, pero al final con comunicación se pueden solucionar muchas cosas. Lo importante aquí es que muchas personas te queremos y te apoyamos. Yo creo en ti.
Miranda bajó el rostro, algunos caireles se le soltaron tapándole un poco el rostro. León le acomodó unos cuantos caireles detrás de la oreja derecha, la miró fijamente y le sonrió. Miranda sintió que el estómago se le llenaba de mentas y refresco al verlo y tenerlo tan cerca de ella.
—León, ¿me prometerías algo?
—¡Lo que quieras!
—Si me gradúo y me convierto en alférez… ¿me darías mi primer beso?
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Editado: 07.11.2024