Estaba de pie cerca de la puerta media abierta del salón de consejos del rey. Zadhara había escuchado más de lo que debía. Asumió que, si ellos lo platicaban, las habladurías eran ciertas: la Insensitividad se estaba esparciendo como peste, cada vez más habitantes de Brunem presentaban alguna que otra, muchos habían sido obligados a renunciar a sus trabajos y estaban luchando por conseguir otra forma de subsistir. La maldición de Zerve se esparcía como semillas al viento, y a los ojos de la princesa, su padre no lograría soportar el peso de un reino en decadencia, no con su salud siendo consumida más y mas por los fantasmas de sus malas decisiones.
Suspiró.
Dio media vuelta, se aseguró que el vestido le cubriera todo el cuerpo y el manto todo el rostro y salió del palacio. Las gaviotas revoloteaban en lo alto del cielo despejado, ensombreciendo el sol sobre ella de vez en cuando. Las nubes eran inexistentes como siempre, y solo había paso a la inmensa claridad de la mañana, y como la mayoría de ellas, le proveía de un ánimo poco energizante. Una mezcla de aromas frutales, de mangos y naranjos que componían el inmenso jardín, fue arrastrado por la brisa proveniente del océano basto que rodeaba el acantilado, lugar donde se ubicaba el palacio del cual Zadhara jamás salía: Punta Aguijón.
—Princesa
La voz amigable hizo voltear a la princesa antes de ingresar al jardín. Caminando hacia ella a paso lento y marcado, con sus manos escondidas en su espalda, se acercaba Rami, su primo y mejor amigo. Vestía un traje formal, ligero pero ceñido: una camisa de tela marrón con bordeados dorados, sobre esta un chaleco sobrio estampado sin mangas, y pantalones y botas opacas.
—¿Os he interrumpido? —Sus facciones eran amables, cabello corto y enmarañado, los labios finos y ojos oscuros que se escondía detrás de esas gafas de cristal que —ante la falta de barba y bigotes—, se obligaba a usar para parecer mayor de lo que era.
—Jamás —respondió la princesa con simpatía.
—Me alegro ¿Ha sido una agradable mañana?
—Tuve buen sueño —Zadhara alisó su vestido con sus manos cubiertas por guantes de seda. Lo único visible del cuerpo de la muchacha, eran sus ojos amarillos.
—Puedo notarlo en su mirada.
El joven, ya al lado de la princesa, sacó detrás de su espalda un ramo de flores silvestres que lograron hacer sonreír a la princesa (sonrisa que Rami no logró ver).
—No pierdes el tiempo.
—No cuando se trata de usted, su alteza —agregó Rami extendiéndole el ramo a la princesa, quien lo recibió con delicadeza.
El chico frente a ella era su mejor amigo, mayor que ella por cuatro años, y cercano a la realeza por los lazos sanguíneos que lo unían a ella. Era bien conocido por su inagotable paciencia en búsqueda de enamorar a mujeres fuera de su alcance, y por ser uno de los pocos jóvenes del reino a los que las espadas no les lucía en la mano, sino mas bien un par de libros.
—Son hermosas —admiró ella oliendo las flores de colores azulados, purpuras y naranjas suavemente.
—¿Me permite? —preguntó Rami ofreciendo su brazo a la princesa para acompañarla en su paseo por el jardín.
Ella asintió tomando aceptando el gesto, comenzando a caminar entre los árboles que rodeaban la gran fuente de bronce resplandeciente en el centro del jardín, cuyo sonido era lo más destacable que se podía escuchar en el lugar.
—¿Has visto a Pobe? —preguntó la princesa sintiendo el aroma cítrico y frutal perfumar el aire a su alrededor, mientras mantenían una caminata suave bajo la sombra de las ramas altas.
—Esperaba con ansias tener una conversación que no involucrara a mi hermana —respondió Rami con una sonrisa de desilusión.
—No la vi en mi alcoba esta mañana —agregó algo preocupada la princesa.
—Creo que fue al mercado de telares, pero no le digas que te lo he mencionado.
—Está obsesionada con hacerme otro vestido —resopló la princesa.
—Le gusta sentirse necesitada.
—Es el polo opuesto a ti: amable y hermosa.
—Pretenderé que no he escuchado eso.
Ambos soltaron una risa. Su amistad se había forjado desde pequeños, cuando los padres de Rami y Pobe habían naufragado, y el rey los acogió bajo su supervisión por petición de la reina Kesia.
—¿No has salido de Ciudad Real? —preguntó la princesa.
—No aún, he estado con las manos llenas ayudando a redireccionar a los viajeros que han llegado desde los pueblos costeros. No podemos dejarlos entrar a Ciudad Real por órdenes, pero partiré en un par de días hacia el norteste.
—¿Mi padre ha solicitado tus servicios? —Zadhara no estaba sorprendida de que así fuera. Rami era un excelente contador, era un genio matemático, o así lo habían catalogado desde pequeño los consejeros del palacio para usar su cabeza a su conveniencia con el fin de aligerarles la carga, y había sido usado para proveer de estadísticas al rey sobre cualquier tipo de materia, y era entonces, uno de los tantos que ayudaban al conteo emergente de casos de Insensitividad y el complejo trabajo de reacomodar a los tantos habitantes y segregarlos de los Insensitivos.
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Editado: 05.10.2021