Al amanecer del jueves, Megan se encontró de nuevo en la misma situación desesperante. La oficina permanecía cerrada, y sabía que no podía permitirse el lujo de esperar indefinidamente a que Antonio apareciera. Tenía que actuar. Decidida, optó por ir al pueblo vecino, Altamira. Subió a una buseta, era la primera vez que usaba el transporte público, así que notó las miradas curiosas de los habitantes. Los ojos de la gente la seguían, sorprendidos por verla allí, pero Megan, con el corazón acelerado, los ignoró. Sabía que había cosas mucho más urgentes que atender.
Cuando finalmente llegó al hospital, una nueva desilusión la golpeó. Le informaron que Antonio no había estado allí para ninguna consulta. La noticia la dejó desconcertada. Venía con la idea de que realmente podría estar enfermo, pero la falta de registros médicos la hizo dudar de todo. ¿Había mentido desde el principio?
Decidida a no dejar ningún cabo suelto, Megan amplió su búsqueda a los pueblos vecinos. Visitó los hospitales y clínicas locales, preguntando por Antonio Plazas. Pero en cada lugar la respuesta era la misma: no figuraba ningún paciente con ese nombre. "Tal vez lo están atendiendo en una consulta privada", pensó, consciente de que rastrear todos los consultorios particulares sería una tarea agotadora y probablemente infructuosa.
Las dudas seguían creciendo en su mente. ¿Estaba realmente enfermo o simplemente la estaba evitando? Desesperada por respuestas, decidió regresar a Monteverde y fue directamente a la oficina del alcalde. No podía perder más tiempo. Le explicó brevemente la situación, mencionando que no había podido localizar a Antonio y que necesitaba urgentemente acceder a los documentos familiares que estaban en su poder.
Megan esperaba que el alcalde, quien siempre había sido amable con su familia, le ofreciera algún tipo de apoyo o, al menos, una solución práctica a su problema.
—Alcalde, necesito tu ayuda. No puedo encontrarlo, ¿puedes pedir a la policía que lo busque?
El alcalde, que en otras ocasiones se había mostrado amistoso con su familia, se recostó en su silla, mirándola con una expresión distante.
— Megan, entiendo lo que me dices, pero no veo cómo puedo ayudarte. Buscar a Antonio no es tan simple —respondió, ladeando la cabeza—. Además, no puedo involucrar a la fuerza pública por un asunto personal.
Megan respiró hondo, tratando de contener su frustración.
—¿Y si al menos abres su oficina? —insistió—. Necesito revisar los documentos de mi padre que están en su despacho. Los tomaré con testigos, si es necesario.
El alcalde suspiró y negó con la cabeza, cruzando los brazos con firmeza.
—Lo siento, Megan. Lo que pides es ilegal —dijo, con una expresión severa—. Aunque entiendo tu situación, no puedo abrir el despacho ni permitirte retirar esos documentos, aunque traigas testigos.
Megan, al ver la intransigencia en su respuesta, comprendió que el alcalde, quien alguna vez fue cercano a su familia, ahora les estaba dando la espalda cuando más lo necesitaban.
—No lo entiendo —insistió Megan, esforzándose por mantener la calma—. No estoy pidiendo más que lo que nos pertenece. ¿Qué te cuesta hacerlo? Esto es una emergencia. Hazlo por mi padre, fueron amigos durante tantos años.
—Lo lamento, Megan —respondió el alcalde, inclinándose sobre el escritorio—, pero las reglas son claras. El abogado lleva desaparecido solo dos días, no es suficiente para tomar acciones. Es muy probable que esté en un viaje de negocios o de vacaciones, y sin una orden judicial, no puedo abrir su despacho ni dejar que tomes los documentos. La ley es estricta en estos casos. Entiendo tu desesperación, pero no puedo hacer nada sin seguir los procedimientos legales.
Megan apretó los labios, sintiendo cómo crecía la frustración. Sabía que el alcalde tenía razón, pero la sensación de abandono era más fuerte que cualquier justificación lógica.
Entendió que allí no lograría nada, así que decidió recorrer el pueblo nuevamente. Dejó instrucciones con algunos conocidos para que le avisaran tan pronto el doctor Antonio regresara. Incluso habló con otros clientes del abogado, quienes también lo buscaban sin éxito y mencionaron que, en los últimos días, había estado comportándose de manera extraña. Ellos también estaban desconcertados por su silencio, ya que Antonio siempre había sido muy accesible. Algo no encajaba, y la sensación de que todo se desmoronaba a su alrededor, no dejaba de intensificarse.
Como último recurso del día, Megan volvió a la casa del abogado. Al llegar, la vecina, una mujer mayor con una sonrisa afable pero llena de inquietud, se acercó a ella con cautela.
—Megan, querida, tengo que contarte algo —dijo la mujer en un susurro tembloroso.
El corazón de Megan pareció detenerse por un instante, temiendo lo que estaba por escuchar.
—Anoche vi a dos hombres sacando cosas de la casa del abogado —continuó la vecina—. Me pareció sospechoso, así que llamé a la policía, pensando que eran ladrones. Pero cuando llegaron, los hombres mostraron un contrato de mudanza y las llaves de la casa. Al parecer, todo estaba en regla.
—¿Desocuparon la casa? —preguntó Megan, la impaciencia apoderándose de su voz.
—No, no se llevaron las cosas pesadas. Si te asomas, aún puedes ver los muebles. Creo que estaban caminando en el segundo piso.
#6845 en Novela romántica
#1232 en Novela contemporánea
cadena de engaños, las mentiras no desaparecen, la verdad encuentra su camino
Editado: 02.12.2024