El aire dentro de la casa se sentía pesado, casi sofocante. Había leído la carta de mi abuelo y descubierto un fragmento de la verdad sobre nuestra familia. El tiempo ya no era lineal para mí, y comenzaba a comprender que los cambios que sentía en mi cuerpo y mi mente no eran simples fantasías. Pero había algo más. Algo que mi abuelo había insinuado, algo que papá me había estado ocultando durante años. Necesitaba respuestas, y solo él podía dármelas.
Sabía que hablar con mi padre no sería fácil. Desde que mi madre había muerto cuando yo era una niña, nuestra relación había sido distante. Siempre había una barrera entre nosotros, como si él estuviera protegiéndome de algo más que solo el dolor de perder a mi madre. Ahora, con lo que acababa de descubrir, estaba segura de que esa barrera era más profunda de lo que jamás había imaginado.
Lo encontré en el estudio, sentado detrás del viejo escritorio, absorto en un montón de papeles. Su rostro estaba cansado, como si el peso de los años y los secretos lo hubieran desgastado. Cuando levantó la vista y me vio en la puerta, algo en su expresión cambió. Sabía que este momento llegaría, pero ni él ni yo estábamos realmente preparados para ello.
—Tenemos que hablar —dije, cruzando los brazos frente a mí, tratando de reunir la valentía para enfrentar lo que estaba por venir.
Papá suspiró profundamente y dejó los papeles a un lado. No me invitó a sentarme, pero lo hice de todas formas. Mi corazón latía con fuerza mientras me acomodaba en la silla frente a él, como si estuviéramos a punto de comenzar un duelo silencioso.
—Ya sé lo que has estado ocultando, papá. Lo que nuestra familia es, lo que soy. Leí la carta del abuelo.
Por un segundo, vi un destello de sorpresa en sus ojos, pero rápidamente volvió a su habitual semblante de piedra.
—¿Qué te dijo? —preguntó en voz baja.
—Todo lo que no me has dicho tú. Sobre el poder que corre en nuestra sangre, sobre el tiempo, y... sobre lo que ocurre cuando cumplimos 21 años.
Papá cerró los ojos por un momento, como si las palabras que acababa de escuchar lo hubieran golpeado físicamente. No respondió de inmediato, y el silencio que siguió fue tan tenso que casi podía escucharlo. Finalmente, se pasó una mano por el rostro y me miró directamente a los ojos.
—Te lo iba a contar. Pero no de esta manera —dijo, su voz pesada por el remordimiento.
—¿Cuándo, papá? ¿Cuando ya no tuviera opción de manejarlo? ¿Cuando fuera demasiado tarde? —No podía evitar que la rabia se filtrara en mi voz.
—No querías saberlo, Lyv —respondió, su tono más firme esta vez—. No sabías que lo necesitabas.
—Eso no es cierto, y lo sabes. He sentido cosas extrañas durante años. Siempre he sabido que había algo que no cuadraba. Algo que me estabas ocultando.
Papá me miró, su rostro más serio de lo habitual. Por un momento, pensé que iba a ignorar mis preguntas, como tantas otras veces lo había hecho. Pero esta vez, sabía que no podría esquivarlo.
—Nos fuimos de VillaSerena cuando eras una niña porque era lo mejor para ti —comenzó, con un tono sombrío—. Había demasiado en juego, y si te hubieras quedado, no habría podido protegerte. Ni siquiera ahora estoy seguro de que pueda hacerlo, pero al menos te mantuve a salvo todo este tiempo.
—¿De qué me estabas protegiendo? —pregunté, sintiendo que mi paciencia se agotaba—. ¿De los poderes? ¿De nuestra propia familia?
Papá bajó la vista por un momento, como si lo que estaba a punto de decir le pesara demasiado.
—De tu tía, Sofía —respondió finalmente, su voz apenas un susurro.
El nombre de Sofía me golpeó como una ráfaga fría. Sabía muy poco de ella, solo lo que mi padre había dejado escapar en contadas ocasiones, pero siempre me había parecido que la mencionaba con un temor profundo, casi reverencial. De pronto, todo comenzó a encajar en mi mente: las advertencias silenciosas, la distancia que siempre había mantenido con el resto de la familia, las razones por las que nunca volvíamos a VillaSerena.
—¿Qué tiene que ver ella con todo esto? —pregunté, mi mente corriendo con posibilidades oscuras.
—Todo —respondió papá, su rostro lleno de una mezcla de tristeza y arrepentimiento—. Sofía es... o era, como tú. Tenía los mismos poderes, pero eligió usarlos para el mal. Por eso te alejé de VillaSerena, para que no siguieras el mismo camino. Sabía que, tarde o temprano, tus poderes se manifestarían, y no quería que te influenciara.
Su confesión me dejó sin aliento. Nunca había considerado a Sofía como una amenaza. Apenas la recordaba, solo imágenes vagas de una mujer altiva y distante, pero ahora parecía que había mucho más en ella de lo que jamás había imaginado.
—¿Qué hizo ella? —pregunté, necesitando saber más.
Papá se levantó de su silla y comenzó a caminar por la habitación, como si no pudiera quedarse quieto mientras revivía aquellos recuerdos dolorosos.
—Sofía y yo éramos muy cercanos cuando éramos jóvenes. Ambos heredamos los dones de nuestra familia, pero mientras yo intentaba entenderlos y usarlos con cautela, Sofía no podía soportar los límites. Quería más. Más poder, más control. Y cuando cumplió 21 años, sus poderes se hicieron incontrolables. Al principio, pensábamos que solo era algo temporal, que aprendería a manejarlos, pero... —papá hizo una pausa, y su voz se quebró ligeramente—. Se dejó llevar. Comenzó a manipular el tiempo a su antojo, no solo para sí misma, sino para dominar a los demás. Jugaba con las vidas de las personas como si fueran simples peones en su tablero.
Escucharlo me hizo estremecer. No podía imaginar lo que significaba tener ese tipo de poder en manos equivocadas.
—¿Por qué no me lo contaste antes? —pregunté, sintiendo una mezcla de ira y tristeza—. ¿Por qué me alejaste de todo sin decirme la verdad?
—Porque no quería que fueras como ella —dijo, sin mirarme—. No quería que supieras lo que eras capaz de hacer antes de estar lista. Sabía que los poderes llegarían, pero esperaba que, al mantenerte lejos de VillaSerena y de nuestra familia, no caerías en la misma tentación que Sofía.