Herencia Oculta

Capitulo 3: Secretos

El cielo estaba gris el día que enterramos a mi abuelo Arturo. Parecía que el mundo entero estaba de luto, pero por dentro, yo apenas podía sentir su ausencia. No lloré. No porque no lo quisiera, sino porque nunca lo conocí del todo. Papá siempre mantuvo una distancia entre nosotros y él. Decía que era por nuestra seguridad, pero en el fondo sabía que había más. Algo que papá jamás me contaba.

Ahí estábamos, junto a la tumba, observando cómo bajaban el ataúd lentamente. Las flores alrededor no me ofrecían consuelo; solo intensificaban el vacío que sentía. El cura hablaba, pero sus palabras se sentían huecas. Decía que mi abuelo era un hombre de sabiduría y compasión, pero eso no se correspondía con la imagen que yo tenía de él. Sabiduría, sí... pero compasión, no estoy tan segura. En realidad, no sabía mucho sobre él, y ahora que ya no está, siento que lo poco que supe siempre estuvo envuelto en sombras.

A mi lado estaba papá, como una estatua. Inmutable. Ni una palabra, ni un gesto que mostrara lo que sentía. Sabía que estaba afectado, pero como siempre, prefería esconderlo detrás de esa máscara fría. A veces pienso que mi padre ha pasado tanto tiempo evitando el dolor que se ha vuelto incapaz de sentirlo. Miré de reojo, esperando que dijera algo, cualquier cosa, pero solo permaneció en silencio.

Y luego estaba Lucas. Lo noté parado bajo un árbol, observándome desde la distancia. No sé qué es lo que hay en él, pero cada vez que nuestras miradas se cruzan, siento una electricidad en el aire, como si algo esta a punto de suceder. Pero en ese momento, no tenía tiempo para pensar en él. Mi mente estaba llena de preguntas, y ninguna parecía tener una respuesta clara.

Después del funeral, mientras todos comenzaban a dispersarse, noté a algunas personas extrañas entre la multitud. La señora Ramírez, una vieja conocida del pueblo, estaba ahí, mirándome con esos ojos oscuros que me inquietaron desde el primer dia que llegue a Villaserena. Parecía que quería decirme algo, pero se mantuvo a la distancia. Luego estaba Sebastián, un hombre que había visto pocas veces pero que nunca me causó buena espina. Y por último, una chica que no conocía, Amalia, que tenía una expresión de concentración tan intensa que me hizo sentir incómoda. No sé por qué estaban allí, pero algo me decía que sabían más de mi familia de lo que yo misma sabía.

Cuando todos comenzaron a irse, yo me quedé atrás. No podía moverme, como si mis pies estuvieran anclados al suelo junto a la tumba de mi abuelo. La señora Ramírez se acercó, susurrando algo que me hizo estremecer.

—Niña... es mejor que te mantengas lejos de lo que no entiendes —dijo, sus palabras resonando en mi mente como una advertencia oscura.

—¿Qué quiere decir con eso? —le pregunté, pero no obtuve respuesta. Ella simplemente se dio la vuelta y desapareció entre las tumbas, dejándome aún más confundida de lo que ya estaba.

Horas más tarde, ya de vuelta en la casa de mi abuelo, esa sensación de incomodidad no me dejaba. La casa era un lugar extraño. Cada rincón parecía estar impregnado de recuerdos y secretos. Secretos que ahora tenía más ganas que nunca de descubrir. Mi padre estaba encerrado en el salon, como de costumbre, revisando papeles, tratando de ignorar lo que acababa de suceder.

Yo, en cambio, no podía ignorarlo.

Caminé por los pasillos oscuros de la casa hasta que me detuve frente a esa puerta, traté de abrirla muchas veces. Ahora, curiosamente, la puerta se abrió con un simple empujón. Dentro, el aire estaba denso, como si no hubiera sido tocado en años. El polvo cubría cada superficie, y los muebles viejos parecían espectros de tiempos pasados.

Fue ahí donde encontré la caja.

Era una caja de madera oscura, tallada con símbolos que no reconocía. Mi corazón comenzó a latir más rápido mientras me agachaba para abrirla. Dentro, había un manojo de cartas, atadas con una cuerda de cuero. Las cartas de mi abuelo.

Tomé una de ellas con manos temblorosas y comencé a leer. Las palabras eran crípticas, fragmentadas, pero había algo en ellas que me atrapaba. Eran más que simples cartas familiares; contenían secretos, advertencias, promesas de algo que estaba por venir. Aunque no entendía completamente lo que decían, una sensación de temor comenzó a formarse en mi pecho.

No estaba sola en la habitación.

Sentí una presencia detrás de mí y me giré rápidamente. Ahí estaba, era Lucas parado en la penumbra del pasillo, observándome con esa misma intensidad de siempre.

—Sabes que no deberías estar aquí —dijo en voz baja.

Mi corazón dio un vuelco. ¿Qué quería decir? ¿Cómo sabía lo que estaba haciendo?

—¿Por qué? —le pregunté, tratando de mantener la calma—. ¿Qué es lo que todos intentan esconder de mí?

Lucas dio un paso hacia mí, sus ojos brillando en la oscuridad.

—Hay cosas que es mejor no descubrir —respondió, su voz cargada de misterio.

No sabía si debía sentir miedo o curiosidad, pero algo en su tono me hizo entender que estaba en el centro de algo mucho más grande de lo que había imaginado. La tensión entre nosotros era palpable, pero también lo era la atracción. No podía negar que había algo entre Lucas y yo, algo que no había sentido antes, pero no era el momento de pensar en eso.

Esa noche, no pude dormir. Las palabras de mi abuelo, la advertencia de la señora Ramírez, la presencia de Lucas... todo me daba vueltas en la cabeza. Sabía que había secretos ocultos en esta familia, pero no tenía idea de cuán profundos podían ser.

Al día siguiente, encontré más cartas. Fragmentos de información que apenas comenzaban a formar una imagen más clara de lo que estaba sucediendo. Mi abuelo había estado involucrado en algo mucho más grande de lo que yo podía imaginar. Y ahora, parecía que todo estaba cayendo sobre mis hombros.

Papá seguía sin decirme nada, como si estuviera tratando de protegerme de algo. Pero ya no podía ignorar lo que estaba pasando. Tenía que saber la verdad. Aunque eso significara descubrir cosas que cambiarían mi vida para siempre.




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