—¿Tuviste un duelo con la fotocopiadora?
Eva tragó saliva. Y sonrió.
—Prefiero que me digan solo López. Y no, la fotocopiadora no anda —respondió y, entonces, sintió que había estado mal: que los demás no esperaban que ella contestara nada—. Por eso tardé.
—Eso, o el café de la sala de descanso tardaba en lle...
—No me hice ningún café. No descansé en ningún momento. —A Eva le subió el calor; cerró las manos y se plantó, con su metro cincuenta y nueve delante de un hombre que debía de medir más de un metro ochenta—. Y no soy ineficiente. Al contrario. Hago todo rapídisimo. ¡Pregúntele a Valeria! O a Clara.
El detective abrió los ojos. Valeria empezó a toser.
—¿Ah, sí?
—Le juro que sí. Si cambiaran esa fotocopiadora... Mire, si usted me puede dar una impresora, yo lo hago en cinco segundos. ¡Pero no! Me mandas al centro del Infierno, el lugar con más olor a moho del...
—Deje de hablar un segundo, López Novak —interrumpió el detective—. No me interesa la fotocopiadora. En cinco minutos la quiero en la puerta del edificio, con todas sus cosas.
Eva se quedó dura en el lugar. El detective dio media vuelta y se dispuso a irse, cuando la voz de Eva lo interrumpió:
—Le dije que era solo López, señor.
El detective frenó, la miró de costado y siguió caminando.
—Él es tu superior. Tenés los días contados, nena —le dijo Abigaíl, apoyándole la mano en el hombro a Eva.
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Editado: 07.11.2021