Perfecto
Era un bello día de otoño, las hojas caían con armonía al suelo y una ligera brisa paseaba sobre el pacífico paisaje.
Sin embargo todo parecía ser un caos dentro de la casa de la familia Laugmore. Todos estaban más coléricos que emocionados por el evento que ocurriría esa misma tarde, todo tenía que salir perfecto para la ocasión.
Si salía de acuerdo al plan todos los problemas financieros de la familia estarían resueltos y vivirían como reyes el resto de sus vidas.
Su futuro dependía de esta noche y así que como se mencionó, todo tenía que salir perfecto.
—¡Nathan! —un hombre de edad madura llama a su hijo mayor y al llegar a la sala lo ve con los esposos de sus hijas, cosa que no le interesa e interrumpe la conversación— ¿Dónde están tus hermanas? —pregunta inquietante volteando a ambos lados—, ¿Y dónde está tu madre?, ¿Porque parece ser que nadie está listo aún?
—Están arriba, padre —Dice aquel joven castaño sin preocupación alguna.
—¿Todas? —cuestiona el viejo.
—Si señor —interrumpe Darlon, aquel hombre pelirrojo que desposó a su tercera hija, Juliet—, están ayudando con los últimos preparativos.
—No puedo creerlo —el señor Laugmore mira al reloj de la sala—, los carruajes no tardarán en llegar y a la familia Hansford les gusta la puntualidad.
—Bueno padre —su hijo posa una mano en su hombro—, no todos los días uno se prepara para un evento tan especial como este con la familia Hansford.
—Esto es inaudito —el hombre arruga su frente y su hijo quita la mano de su hombro—, tendré que ir a ver qué está pasando —pero justo cuando se iba a dirigir a las escaleras, varias voces se escucharon y al percatarse las mujeres de la familia Laugmore ya estaban bajando por las escaleras, los hombres se levantaron al escucharlas y él pudo soltar un suspiro de alivio— Al fin… —Susurra para sí mismo al ver que todas estaban en su propia plática, pero al menos estaban listas para la fiesta.
Todas las damas se veían satisfechas con su participación y hacían comentarios al respecto. Pero no fue hasta que Cornelia, la esposa del Sr. Laugmore hablo que todas guardaron silencio.
—Mi señor —Cornelia le toca el hombro a su esposo, ella está sonriendo de oreja a oreja—, lamentamos la espera, pero creemos que ha valido la pena —añade con entusiasmo y el sr. Laugmore asiente con la cabeza.
—Espera a mirarla —comenta Salma su segunda hija—, está hermosa.
Y todas comenzaron a exclamar emocionadas.
—¡Querida! —llama Cornelia hacia las escaleras— Ya puedes bajar.
—Está bien, madre —se escuchó una voz desde el segundo piso, y posterior a ello una doncella empezó a bajar por las escaleras.
La joven traía un vestido color crema, con bastante encaje, de corsé ajustado y que perfectamente acentuaba su hermosa figura, flores de color guinda adornaban el vestido, y en su cuello resaltaba el collar de perlas que complementan el atuendo. Se cabello negro estaba medio recogido, dejando que la parte suelta de su cabello estuviera ondulado. Se le maquilló de manera discreta puesto que todas optaron por enfocarse en resaltar esos enormes ojos azul celeste.
—Lamento los inconvenientes, padre —dice la criatura con una pequeña reverencia al estar frente al sr. Laugmore, que en estos momentos se había quedado sin habla.
Sin lugar a dudas su hija se veía perfecta este día.
Pero antes de que pudiera pronunciar algunas palabras, todos escucharon sonidos de afuera.
—¡Ya han llegado los carruajes! —exclama Emil, el esposo de Salma que se había asomado por la ventana.
Entonces el sr. Laugmore parpadeo y comenzó a poner a todos al corriente.
—Será mejor que todos se apresuren —dice al salir por la puerta mientras todos lo siguen—. ¡Natha! Tú y Alice compartirán con Emil y Salma. Darlon tendrás que ir con ellos y Juliet, tú irás con nosotros. ¡Andando! —aplaude para que todos hagan lo que él ordena— No quiero que lleguemos tarde —añade—. Por cierto, Marion te vez hermosa —menciona al pasar al lado de su hija y ella sonríe en respuesta.
Marion al subir al carruaje con sus padres y hermana se preguntó si lo que estaban haciendo era lo correcto, si la pequeña Marion de 12 años aceptaría una propuesta sin amor, o si el dinero solucionaría todos los problemas como lo creía su familia; pero decidió que lo mejor sería no pensar tanto en ello, esos pensamientos la terminarían acechando y con ellos la culpa.
Y así, todos los adultos de la familia Laugmore empezaron a dirigirse a la mansión de los Hansford donde por fin se le haría la propuesta de matrimonio, el compromiso se volvería oficial y no solo se trataría de los sueños de una familia que se esforzaba en no terminar en la bancarrota.