Dejamos Nagoya dos días después de la charla en el parque, la señorita no cruzaba palabra conmigo más que para darme indicaciones o los protocolarios “buenos días” y “buenas noches”. Durante el día, se la pasaba leyendo el libro de su mochila, o haciendo cosas en su celular, conversaba mucho con un chico llamado Gustavo y con una chica llamada Ana, a veces la llamaban o ella les llamaba, mientras estuvimos en Nagoya, nunca la observé hablar con sus padres, y cuando preguntaba por ellos, volteaba la vista en otra dirección e ignoraba mis palabras. La señorita evitaba todo contacto conmigo, a pesar de estar todo el día juntos.
En el aeropuerto, ella se sentó a leer su libro mientras yo hacía todos los preparativos para el viaje, y cuando regresé con ella, me dio otra tarea a realizar, hacía lo posible por mantenerme ocupado. La humana del altavoz anunció nuestro vuelo y caminamos a través del complejo para llegar a nuestra puerta. Me entregó un boleto y caminé detrás de ella, el pasillo estaba abarrotado de humanos, fue un desfile de pecados y cruces impresionante.
- Su boleto, por favor. – le dijo una chica rubia con uniforme a la señorita Mendoza. Ella extendió su boleto y la mujer lo revisó. – Su asiento es el A17, entrando al avión, al fondo a mano izquierda.
- Gracias. – dijo mi ama con una sonrisa y luego caminó hacia el interior de otro pasillo sin esperarme.
- Su boleto, por favor. – me pidió la señorita, extendí mi boleto y la mujer me orientó como lo hizo con la señorita Mendoza. – Su asiento es el G28, entrando al avión, a mano izquierda en la fila de en medio y camine hasta casi el fondo del avión.
- Gracias, señorita. – contesté cortésmente y comencé a caminar.
Al entrar al avión observé que la señorita ya estaba sentada en su asiento junto con otras dos personas que parecían de nacionalidad española, continuaba leyendo su libro, sin siquiera levantar la vista. Me acerqué a los asientos donde se encontraba la señorita Mendoza y me dirigí a la mujer que estaba sentada a un lado de ella.
- Disculpe madame, pero creo que está en mi asiento. – dije con amabilidad. La señorita volteo a verme discretamente y luego regresó a su lectura.
- Claro que no, este es mi asiento. – contestó con un tono de voz despótico.
- Señora, perdone, pero este es mi asiento, a lado de mi querida ama. – dije señalando a la señorita Mendoza. La mujer volteó a verla en busca de una explicación y la chica no contestó, ni despegó su vista del libro.
- Pues nosotros compramos personalmente los boletos para que mi esposo y yo estuviéramos juntos, me aterra volar y necesito de su compañía. Es imposible que su asiento sea este.
- ¿Hay algún problema? – preguntó atentamente la aeromoza de ojos miel y cabello rojizo.
- Si, que este señor quiere quitarme mi asiento a la fuerza. – contestó la mujer a la pregunta, estaba enojada y molesta, viendo a su marido a cada instante esperando una reacción por parte de él.
- Perdone, pero yo en ningún momento he ejercido violencia contra usted. – expliqué serenamente, mientras esperaba a que la aeromoza hiciera la pregunta que solucionaría el problema.
- ¿Me permite su boleto señor?
- Con gusto. – extendí mi boleto como si hubiera sido una bandera y lo puse en la pequeña mano de la aeromoza. La señorita Mendoza había dejado su lectura y observaba atentamente el desenlace.
- El señor tiene razón, señora. Le tengo que pedir que se retire a su asiento. – dijo amablemente la señora, no pude evitar esbozar una sonrisa de orgullo y victoria, aunque ya sabía que ese sería la resolución.
- Debe ser un error. – habló finalmente el marido de la mujer. – Nosotros en persona escogimos el número de asiento, y compramos los boletos hace tres meses.
- Perdóneme, pero no es ninguna equivocación. – debatió la señorita y luego volteó con la señora. – ¿Me permite su boleto?
La mujer le entregó iracunda el boleto, la señorita lo revisó y luego les informó a los esposos.
- Como puede observar en esta parte de su boleto, aquí indica que su número de asiento es el G28, señora. Voy a tener que pedirle que se retire o llamaré al capitán para que hable con usted.
- Llámelo, faltaba más. – dijo el esposo. – Esto es un atropello a mis derechos como usuario. Pero hasta creen que volveremos a viajar en su aerolínea. Tranquila, cariño, yo lo soluciono.
El hombre se levantó y caminó hacia la cabina, mientras que la esposa se cambió de asiento ocupando el de la orilla. La aeromoza me pidió que tomara asiento, yo afirmé con la cabeza y ella caminó hacia la cabina.