Capítulo 23: Si quiero.

Me levanté, ese domingo no tenía pensado nada más que hacer que la sorpresa de Rubius. Desperté a Itzel para que me ayudara a conseguir las cosas, me empezó a maldecir cuando la tiré de la cama, pero era eso o tirarle agua encima.

Nos fuimos en mi motocicleta al centro comercial, le dije que tenía que conseguir unos globos y yo iría a por lo demás. Luego de unas horas buscando algo perfecto para Rubén, me encontré con un brazalete muy mono, lo compré sin dudarlo.

Al llegar al estacionamiento, Itzel estaba dormida sobre mi motocicleta con los globos atados a la muñeca, la desperté y comenzó a maldecirme otra vez porque la tiré de la moto, yo no tenía la culpa de su sueño pesado.

No almorcé ese día, estaba más pendiente de que todo quedara perfecto, mientras que mi amiga alejaba a Alex de los globos y las rosas. Y cuando terminé de arreglar todo, los nervios llegaron a mí.

—Estoy nerviosa, Itzel —le dije a mi amiga mientras frotaba mis manos con angustia.

—No te preocupes —habló con tranquilidad—, si Rubius te quiere, te perdonará —yo seguí caminando de un lado a otro, era fácil para ella decirlo, no era ella quien la había cagado.

Estábamos en mi casa —bien lejos de la casa de Rubén—, desde que me había visto con Kevin no me había contestado los mensajes y había ignorado mis llamadas, ya era diez días ¡diez putos días! Y cinco de ellos había estado por lo menos una hora esperando fuera de su casa por si llegaba a abrirme, pero nada.

Quería arreglar todo lo que había pasado, no pensé que se fuese a enojar porque Kevin estaba conmigo en mi casa, además estábamos en pijamas abrigadoras por el maldito frío que hacía ese día ¿Había algo que malpensar? ¡No! Itzel estaba conmigo dándome ánimos para poder hablarle sin miedo, porque si no me cagaba por el frío, lo haría por la vergüenza.

—¿Crees que esto es fácil? —Dije con hostilidad, Itzel me miró molesta—. Perdón… Pero es que tengo miedo —me senté en el sofá junto a la pelinegra.

—No te rechazará, _____ —la miré y esta tenía una reconfortante sonrisa—. Ten fe, además, se nota a leguas que ambos se quieren. Y tienes a esta nena —se señaló a ella misma con sus pulgares—, que te apoya en todo.

—Gracias, Itzel. Te quiero —le di un abrazo y me levanté del sofá—. Tienes razón, tengo que intentarlo al menos.

—Y si te rechaza, esta misma nena, le va a hacer entender que está perdiendo a una chica genial, ya sea con palabras o a golpes —reí.

Tomé las cosas que había reparado: un ramo de rosas, un cartel y una cajita con el brazalete que hacía juego con el otro que compré hacía unos meses en la misma tienda —muy cursi, pero él merece eso y más—; comencé a caminar con pasos firmes a la casa de mi vecino, Itzel me seguía con muchos globos metálicos en la mano.

Estando frente a la puerta empecé a temblar ¿y si me ignoraba como los otros días? Mi amiga tenía los globos y las rosas, mientras que yo tenía la cajita con el brazalete y el cartel mostrando lo que estaba escrito. Toqué el timbre y esperé unos minutos, hasta que me cansé.

—¡Entrega especial para Rubén Doblas! —Grité fingiendo otra voz con esperanza de que me oyera y no me conociera—. ¡Me cago en to’o! ¡Abre la puta puerta! —Toqué la puerta con el puño cerrado ya molesta.

Finalmente, la puerta se abrió, mostrando a un Rubén con ojeras y ojos hinchados, parecía que había llorado.

—¿_____? —¡No, tu madre! Sonreí y él hizo lo mismo, solo que era una sonrisa cansada—. ¿Qué haces aquí? Y… ¿Con todo esto? —Señaló las cosas que llevaba. Pues… Lo estoy vendiendo ¡Qué más iba a hacer!

—Bueno… Yo esperaba que me perdonaras —miré hacia abajo, ¿dónde quedó mi orgullo? Mis ojos se aguaron y no quería llorar frente a él, no de nuevo. ¡Apareció!—. Yo… ¡Te extraño mucho! ¿Sí? ¡Me haces falta, como no tienes una idea! Y es increíble que me haya enamorado de ti en tan poco tiempo —no sabía si estaba riendo o llorando, porque hacía ambas a la vez.