-Annie-
3.
El que Jane le hiciera ver aquella verdad, llevó a Charlotte a una noche de insomnio a la luz de las pequeñas luces que iluminaban de forma cálida su habitación. Estas luces, llamaron a Steven a través de la puerta entreabierta, y la yaciente figura de su hermana, frente al papel y la plumilla en la mesa. Charlotte, sentada allí, con desaliento, le hizo bajar la guardia y Steven pretendió encontrar el motivo de su desvelo.
—¿Te ha caído mal la cena? —comentó con perspicacia, llevando sus manos a la parte baja de sus espaldas.
—Me ha caído mal aquella verdad que Jane arrojó de mí luego de volver de mi reunión.
—¿Ha dicho algo que te haga dudar?
Charlotte contestó otorgando un largo silencio, entonces, Steven comentó tomando asiento al borde de la cama:
—Bueno, lo entiendo, Jane no sería Jane si no hace que alguien cuestione su propio criterio.
—Nadie suele hacerme dudar de mi criterio, considero que tengo un criterio muy apropiado, pero de pronto, lo que ella dice, mi juicio… se nubla.
—Cuando la bruma reposa en la cabeza de alguien, normalmente llevan consigo a quienes les rodean; por más que Jane diga o haga lo que le plazca, con el fin de extendernos sus tormentos, no lo conseguirá si no lo permitimos.
—Me consume, todo el tiempo, me consume porque somos sangre, y somos pedazos de las mismas carnes… esta aflicción… —Charlotte alzó la mirada hacia su hermano— ¿crees que mi alma es oscura y reprimida?
—Creo que cada cual es libre de clasificar a su propia alma, y nadie debe ser capaz de inquirir términos de ellas. Pero en vista de que eso no suele ser así, te sugiero que no tomes importancia acerca de lo que otros dicen de ti.
—¿Y qué hay de lo que yo digo de otros? ¿Eso debería importarme?
—Debería, si es que eso expone algo de ti, más que del otro.
—¿Incluso si es respecto al profesor William?
—¿Qué hay con el profesor? ¿ha sucedido algo de lo que deba darme por enterado?
—No hermano, nada sucede. Temo que estoy muy agotada y debería descansar pronto —Charlotte tomó el papel y levantándose del asiento, meneó su figura por la habitación, deslizando su vestido como algodón flotante, hacia la cajonera de pino —. Tú también debes descansar ¿no es así? debes encontrar el modo de sobrevivir a este infierno por los próximos dos días.
Steven afirmó con su cabeza y deseando las buenas noches a su hermana, se apartó de la habitación. El aspecto de Charlotte, ese que denotaba inquietud y la represión de sus más grandes pesares, llevó a Steven al desengaño, especialmente, de aquel papel que con tanta cautela guardó en su cajón, tanta como una intimidad cual no podría atreverse a quebrantar, si es que sintiera que, no podría ser de ayuda.
La mañana siguiente, se aproximó a la habitación de Charlotte, alistado con su traje azul y sus puños abotonados, su coleta de caballo y en el rostro, ese aspecto duro, emblandeciendo como borrego la mirada que solo se doblegaba ante las angustias de sus más queridos. Llamando a su hermana y sin una respuesta de ella, accedió, y con la mayor cautela, mientras bailaba sus ojos por la habitación, caminó hacia el mueble, y estiró el primer cajón de la agarradera, hurtando así, por unos momentos, lo que su hermana tintó con su excepcional precisión, la noche anterior:
“Mi corazón arde.
Me vi expuesta como un pedazo de carne ante la bestia más abominable de Hidelton.
Fui parte de un juego, ese turbio y retorcido juego de Jane.
En su presencia desaparezco, en su presencia no soy más que una tonta y desgraciada que ama fantasmas, pero que también, carga un alma en semejanza al mismo diablo.
Mi existencia llena de dudas, mi alma, inservible… no soy nada”.
……
Aquella comparación «un alma en semejanza al mismo diablo» hizo a Steven una mayor revelación. El martirio, el castigo, la lucha eterna, la rivalidad… eso no pudo ser más que un producto del mismísimo William. «El diablo» es como le llamaban; William era poderoso y también uno de los varones más intocables de Hidelton, sin embargo, nadie atrevía a enfrentar su volátil temperamento y a pasar por encima del poder que no poseían. Los Crompton eran diferentes y Steven le haría ver su error.
Steven salió a la brevedad hasta la residencia privada, y una vez encontrándose fuera de su puerta, fue sorprendido con la pronta respuesta que Annie le otorgó, esta, antes de que se dispusiera a golpetear un par de veces.
—Buen día, lady —comunicó Steven, manteniendo la compostura ante su asombro, y evitando su repentino interés por aquellas mejillas rosadas y los ojos color miel —. No es de mi agrado el interponerme ante sus rutinarias actividades, pero mi intromisión no pretende más que conservar la integridad de mi hermana, esto, referente a las incesantes insinuaciones que su hermano expresó hacia ella, el día de ayer, ¿sabrá algo al respecto?
—Debía suponer que tan pronto se enterase, encontraría el modo de hacer presencia en esta residencia. Adelante —dijo Annie danzando hasta el salón principal.
—La situación lo amerita, lady —continuó Steven persiguiendo los pasos—. Desearía que le comunicara con inmediatez a su hermano William la solicitud que hago a su presencia.
—William no se encuentra —contestó Annie dándole las espaldas y mirando hacia el enorme cuadro de flores rosas pintadas, que colgaba en la pared del frente. Después, giró su cabeza por encima del hombro, y dijo —pero podría hacerle llegar su comunicado.
—Estaré agradecido eternamente por ello.
Annie devolvió la mirada al cuadro y añadió:
—Pero ¿qué podría hacer usted por mí?
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Editado: 12.01.2024