—William Maxwell—
Dos días más tarde, Charlotte intentó un encuentro con Annie, pero el acceso le fue negado. Steven marchó de vuelta a aquel pueblo al cual escapó, para huir de las pesadillas de Hidelton y su frío y vergonzoso pasado. Las hermanas Crompton no volvieron a ver a Steven. Apenas supieron de él a través de una carta que llegó a inicios de noviembre, exactamente, dos meses después de que la sirvienta de los Maxwell, le negara el acceso e interpusiera la puerta.
Charlotte, se mostró perdida ante las letras de su hermano y Jane, no hacía más que mirar a través de esa ventana, hacia la sombría y gélida noche, hacia la lateral de la luz de la chimenea. El resplandeciente fuego, iluminaba los blanquecinos brazos, y los destellos dorados realzaban la melena de la hermana menor, con la carta abierta, en medio del salón principal. Su ceño fruncido, su mirada de confusión… aquellas palabras de Steven eran compasivas para con ambas hermanas, pero, sobre todo, resaltó un cierto interés por el estado emocional de Charlotte. Por otra parte, Jane se mantuvo distante, con falta de interés al contenido de esta, manifestando la mirada esquiva y el duro semblante. Sin embargo, su quijada marcada y la saliva a través de su garganta, el floreciente dolor entre su cuello era indicio de un malestar reavivándose, como cada año, en las mismas fechas.
El hecho tuvo lugar mucho tiempo antes de que ambas hermanas obtuvieran madurez, y cuando las condiciones eran poco favorables. La falta de valor de Jane de hablar de esto ante Charlotte, por su gran participación en el desastre, se arrojaba a los brazos de su madre, más bien, a las críticas de su madre, y a la única forma amarga que le quedaba de desahogo.
—Steven está bien —comunicó Charlotte a suave voz—. Ha enviado amor y buenos deseos para las dos.
—Cuando salgas de aquí ¿podrías marcharte en silencio? —dijo Jane con un tono apático, mirando a una pareja de enamorados cruzar por el centro, ante la brisa ligera y los nebulosos destellos de luz.
Charlotte marchó en silencio hacia algún otro rincón de la casa pensando que, los tormentos de su hermana podrían encontrarse aquella noche, más vivos que nunca.
La historia se revivió ante la aparición de los dos enamorados, en el campo abierto de Hidelton, durante los años más genuinos de lo que fue Jane Crompton, junto a un varón de nombre Phineas Harrelson. Jane irradiaba la vida, sus ojos la ilusión, y su cabello negro, la libertad…
»—¡No podrás escapar de mí, Jane Crompton! —exclamó el joven persiguiendo el turbulento cuerpo de Jane, entre el campo verdoso.
Ella, riendo, huía lo más pronto que podía, hasta que, por voluntad, se rindió. Se echó unos metros más adelante, y el joven la alcanzó. Sus ojos castaños, el cabello descontrolado y las prendas oscuras, reposaron por la superficie. Agitados, sin ocultar su amor, se admiraron con perdición, como si la caída de la noche les fuese a arrebatar el momento.
—¿Ya debes irte? —cuestionó el joven.
—Deberé hacerlo si pretendo evitar un interrogatorio de mi hermano.
—Algún día deberás presentarnos. Es tu único hermano, y tú eres su única hermana. Entendería todo cuestionamiento que recaiga sobre mí… ¿qué tan malo podría ser? «
—Han pasado seis años —dijo la señora Crompton al entrar al salón principal, mirando a Jane.
—Seis años desde que ella lo robó de mí —rectificó Jane, como cada año.
—Charlotte no hizo nada, ella no podrá ser objeto de tu victimismo por siempre, Jane. Phineas fue el culpable; él fue quien se acercó a ella en aquel baile a la luz de la noche y quien susurró palabras a su oído.
—Y la hizo reír, y la invitó a bailar… —continuó Jane—. Ella lo robó de mí.
—Charlotte nunca hurtó algo que fuera tuyo. Phineas fue quien lo intentó; él, intentó robar a tu hermana, pese a no saber de su existencia.
—Cuando lo vi junto a ella, sabía que haría todo para intentar enamorarla. Y murió antes de siquiera intentarlo.
—Y pese a la traición que veías por venir, es inexistente el odio por él. Le lloras su muerte, y pasas lamentándote no haber disfrutado unos días más con él. En tu afán, en tus suposiciones, él estaba dispuesto a engañarte.
—Iba a hacerlo…
—¡No tienes nada a tu favor para validar ese pensamiento, más que tu inseguridad! Lo que lamentas es la idea de creer que estuvo esperando tu regreso a él, antes de que partiera a la guerra, donde moriría de un despiadado y frío tiro. Mi pobre Jane… cualquiera que se enamore de ti, se condena a la indiferencia y a una muerte fría y solitaria.
—Nadie se libra de una fría y solitaria muerte, madre. En estos tiempos, eso es lo único seguro que tenemos.
Jane, permaneció recordando la noche gris y el pardo de aquellos ojos. Tomó su sueño nocturno y el día posterior, no amaneció mejor que el día anterior, pero hacía un intento sobrenatural por levantarse y no lamentar seguir allí, en aquella habitación que complacía en escasas ocasiones sus desdichas.
Su infortunio comenzó con una pequeña risa y un suave portazo proveniente de la puerta principal. Divisando por la ventana de su habitación, miró a Charlotte escapar con sus rubios cabellos, taconcillos blancos y vestido celeste, junto a la mimada Annie de cabellos castaños y alzados cual vil maraña.
Una hora más tarde, el profesor William llamó a la puerta de la morada.
—Buen día, lady —dijo comunicándose a la pelinegra—. Disculpe la intrusión. Estoy en busca de mi preciada hermana menor. ¿Sabrá usted de su paradero, ella está aquí con usted y con Charlotte?
—Nada me provocaría más infelicidad que relacionarme con dos almas tan descarriladas como ellas, señor —Jane dio media vuelta—. Pero es mi deber informarle que esas dos se encuentran por algún sitio, lejos de este hogar. Charlotte salió esta mañana entre puntillas. La miré marcharse con su hermana entre risas, como dos jóvenes bobas camino a hacer fechorías.
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Editado: 12.01.2024