Se quedó callado por un segundo que me pareció eterno, sus profundos ojos se encontraron con los míos. No podría saber qué pasaba por su mente.
—Que el sol te proteja —dijo con un dejo de tristeza.
—Para eso tengo a luna.
El cielo comenzaba a teñirse de dorado, el amanecer comenzaba. Sonus asintió con la cabeza, dio media vuelta y desapareció antes de que pudiera arrepentirme de mi decisión.
Corrí lo más rápido que pude dentro de la casa, todo estaba tranquilo, por primera vez sentía el verdadero significado de "la calma antes de la tormenta". Aarón se había quedado dormido en su sillón favorito. Lo desperté alterada, con lágrimas en los ojos y balbuceando palabras que seguramente no tenían sentido para él. Tomó mis manos e intentó tranquilizarme, pero no pude.
—Elige tus mejores armas —logré decir antes de salir corriendo por el pasillo en busca de Sirena.
Irrumpí en la habitación de la chica, todo estaba en silencio, ella dormitada en su cama perfectamente acomodada, parecía que no se movía ni un centímetro cuando dormía, puesto que sus cobijas estaban sin arruga alguna. La llamé desesperada, pero tardó en recobrar la conciencia y el tiempo se acababa.
Aarón y Sirena tenían muchas preguntas, pero no lograba explicarles cómo sabía que pronto nos atacarían, y por supuesto, mi versión de los ataques por orden de Iris era poco creíble puesto que se necesita la aprobación de la mayoría de los hijos de la Luna para llevar a cabo semejante acción.
En la sala, mientras ellos seguían alegando que solo había tenido un mal sueño, yo buscaba entre el suelo de madera una tabla floja, era difícil de identificar y con los nervios no recordaba el lugar exacto. Pasé mi mano por el suelo como loca antes de dar con la correcta, la retiré de su lugar y tomé dos dagas, mi juego de cuchillos, dos frascos de veneno y un delicado anillo tallado en zafiro.
—Moon, cálmate, primero hay que discutirlo —dijo Sirena amablemente—. No es necesario sacar todo eso.
—No podremos cargar con mucho —respondí haciendo caso omiso a su comentario.
Guardé todo en una mochila, ajusté las correas y me alisté para salir.
—Vámonos —exigí
Sin embargo, ninguno de ellos se movió, únicamente intercambiaron miradas extrañadas.
—Escucha bonita... —comenzó a decir Sirena, pero un extraño sonido la interrumpió.
Había alguien en la casa.
Les había advertido, por luna que lo intenté. Pero era demasiado tarde, los hijos del Sol nos habían encontrado, aunque tenía la esperanza que Sonus los hubiera desviado.
—Iré a investigar —susurró Aarón, aunque se había puesto tan pálido como su cabello.
—No —le reproché—. Nada de investigar, tenemos que salir ¡Ahora!
Podía escuchar las escurridizas pisadas en el techo, era una casa pequeña, faltaba poco para que dieran con nosotros.
—Si lo que dices es verdad —susurró Sirena—. No tenemos escapatoria, deberíamos estar rodeados en estos momentos.
Dudaba que fueran tantos, Sonus había dicho que buscaban, más no que sabían con certeza quiénes éramos, al menos que alguien les haya advertido.
—Probablemente —respondí.
La sala se encontraba justo al lado de la recepción, por lo que pude moverme fácilmente junto a un ventanal cubierto por unas gruesas cortinas de un azul profundo. Aarón y sirena se quedaron inmóviles observándome. Quería asegurarme de tener una escapatoria.
Moví delicadamente la tela para poder ver el exterior por una rendija. La luz dorada comenzaba a iluminar las calles, y justo afuera, se encontraban tres sujetos, a simple vista parecía que eran personas normales que esperaban algo o a alguien, pero pude identificar perfectamente la marca del sol en ellos.
Cuando un mortal se une a un astro queda marcado, algunos de nosotros decidimos esconder la marca, sin embargo, otros la muestran con orgullo o no tienen opción. Yo, en particular, escondía una pequeña marca en forma de luna en mi tobillo derecho. Sin embargo, estos tres la portaban a simple vista, la chica contaba con un pequeño son en el hombro izquierdo, el otro lo tenía en la palma de la mano izquierda y el último lo mostraba entre el cuello y la clavícula.
No teníamos salida, si acaso, podría pasar desapercibida como una transeúnte más, pero Sirena y Aarón no contaban con la misma suerte. Sirena tenía la marca en una de sus sienes y Aarón en el cuello. Era apenas un pequeño lunar, pero sabíamos perfectamente como identificarlo.
—Tendremos que pelear —les advertí.
—Me sorprende que conserven ese espíritu por la mañana —exclamó divertido un joven detrás de Sirena—. Y yo que pensaba que preferirían esconderse.
Lo conocía, su nombre era David, un hijo del so lel mejor guerrero que había visto hasta entonces, Pelirrojo, pálido y extrañamente atractivo, para mi desgracia, cada vez que nos encontrábamos, había más de una muerte.