Hija de la Luna

Susurros de estrellas

—Debemos movernos —advirtió Isshtar—. Antes de que vuelvan con refuerzos.

El silencio reinaba en la habitación, todos asintieron sin decir una palabra, sabíamos que teníamos el tiempo contado. Los hijos del sol no perdonarían más bajas, aparentemente, nos habíamos convertido en los villanos de la historia.

Mientras frotaba mis manos, me di cuenta que aún seguían con manchas de sangre, sin embargo se ya habían vuelto oscuras. Eran el símbolo de un asesino, aun así no podía dejar de verlas. Escuchaba las voces de mis compañeros cada vez más lejanas, y el recuerdo de la pobre chica que había matado llegó a mi mente, estaba indefensa, confundida y con miedo. No me había convertido en un monstruo, ya lo era tiempo atrás, la diferencia radicaba en que antes de conocer a Sonus, no sentía arrepentimiento alguno al acabar con algún hijo del sol.

—Moon.

Me sobresalté al escuchar a Bastian a mi lado ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Quizá lo suficiente para pensar que algo me había afectado o que me había vuelto débil. A decir verdad, ni yo estaba segura si seguía siendo la misma.

Cruzamos miradas, le sonreí con dificultad y él asintió y me devolvió la sonrisa, no había palabras, pero con ese simple gesto le había indicado que estaba bien, al menos por el momento. Para el momento en el que decidí volver a prestar atención, ya se había tomado una decisión: huiríamos hacia el norte, pasaríamos unos cuantos días a la defensiva mientras nos recuperábamos para después viajar a Verona, Italia, que era en dónde se encontraba Iris, quien ya había convocado a una reunión. Eso solo podía significar el inicio de algo aún más grande que esto, ya no serían guerrillas o pequeños enfrentamientos; Un clan desaparecería para siempre.

La historia se repetía, hacía más de mil años que algo así había pasado, en ese entonces existían tres clanes, Los hijos del Sol, Los hijos de la Luna y Los hijos de las estrellas. Estos últimos eran conocidos por ser valientes guerreros, además de ser considerados los más justos entre los tres clanes. Pero todo llega a su fin y su líder cometió un error al querer obtener más poder que los hijos del sol que, como siempre, eran los más fuertes. Como era de esperarse, el clan terminó extinguiéndose, Luna no intervino en aquella guerra, sin embargo, no conozco a algún hijo de la Luna que haya vivido en esa época, lo que significa que no pasó mucho tiempo antes de comenzar la rivalidad entre la luna y el sol.

No podíamos renunciar a luna, pero algo era seguro, todos los presentes en ese momento, en esa misma habitación, opinábamos lo mismo; nos mantendríamos al margen de la guerra, así, cuando todo acabara, podríamos arreglar las cosas con los hijos del sol y el clan sobreviviría. Aunque existía una mínima posibilidad de ser llamados traidores o cobardes, sabíamos que luna apoyaría la causa, tan solo teníamos que lograr que nos escuchara, aunque fuera una vez.

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No volví a aquel lugar, aunque fuera todo el legado de Sirena. Esperaba que estuviera viva, lo deseaba con toda mi alma, pero la habían capturado. Se decía que los hijos del sol podían ser compasivos, pero después de la matanza que provoqué, seguro saldarían cuentas.

Pasé días con los pensamientos girando en torno a mi amiga, no había tenido noticias sobre ella, aunque tampoco nos habían encontrado de nuevo. Nos movíamos cada día de lugar, prácticamente nos escondíamos en las sombras, nos encargábamos de luna por las noches, pero nos turnábamos para no gastar energía, así mientras unos dormían, otros hacían guardia y cumplían con las tareas de luna.

Las criaturas del tártaro redujeron su actividad y la mayoría que lograba colarse al mundo humano, terminaba siendo reclamado en nombre del sol. El clan se debilitaba cada vez más, nos habíamos convertido en la presa.

Una noche, mientras vigilaba las olas a lo lejos y mantenía el viento a raya, pude hablar con Bastian, eran pocas las oportunidades en las que nos encontrábamos solos, pero en ese momento todos dormían mientras yo vigilaba.

—Son tiempos difíciles —aseguró después de sentarse a mi lado.

—Lo son —confirmé.

Nos escondíamos en la azotea de un edificio tan alto que daba miedo siquiera mirar abajo, balanceaba mis piernas por uno de los bordes, después de todo, tenía claro que no me pasaría nada. Bastian por el contrario, estaba tranquilo mirando al horizonte.

—No te preocupes por ella —dijo —. Estoy seguro no le han hecho nada.

Hablaba de Sirena, se había dado cuenta de lo que rondaba mi mente.

—¿Por qué lo dices? —respondí bajando la mirada hacia mis manos que destrozaban nerviosas un pedazo de papel.

  —Me lo dijeron las estrellas.

Media sonrisa se dibujó en su rostro y una vez más sus ojos se encontraron con los míos, su rodilla empujó la mía y no pude evitar desviar la mirada. Él suspiró con pesar y pasó una mano por su rostro cansado.




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