Hija De Una Mafiosa © [#2 Mortem]

Capítulo 16.

ARIADNA.

Observo disimuladamente hacia los asientos delanteros, donde a pesar de que mi padre y mi madre van conversando, la tensión dentro de la Range Rover es algo que no se puede esconder. Desde que los McChrystal hicieron acto de presencia es como si hubieran encendido las brasas de un fuego que ya había sido apagado y olvidado. Realmente, por un momento —un muy pequeño momento— creí que esta noche íbamos a finalmente tener una cena “normal” y tranquila, algo que en parte estábamos logrando, hasta que aparecieron los McChrystal.

Cierro los ojos y un profundo suspiro escapa de mis labios. En verdad, ¿llegará alguna vez que podamos tener una cena sin algún inconveniente? Abro los ojos nuevamente y volteo hacia la ventana, donde mi reflejo me devuelve una expresión preocupada. Por alguna razón siento que habernos encontrado con esa familia, fue lo peor que nos pudo haber pasado. Lo que todavía no sé es hasta qué punto.

—Ariadna...

Parpadeo, saliendo de mis pensamientos al escuchar a mi madre hablarme. Enderezando mi postura volteo a ver en su dirección, la cual me da una mirada por encima del hombro.

—¿Sí?

—¿La hija de los McChrystal también estudia derecho? —responde ante mi mirada curiosa. Mi entrecejo no tarda en fruncirse, tanto por el hecho de que me haya preguntado eso,  como el que por alguna razón sonó más como una afirmación que una pregunta.

—¿Sí? —no puedo evitar sonar  confundida—. Compartimos la misma sección, así que somos compañeras de carrera.

—Así que los McChrystal siguen en el mismo camino —murmura y voltea a ver hacia el frente nuevamente. Cuando creo que no me volverá a preguntar nada, lo siguiente que dice me deja sudando frío—. Si no mal recuerdo los McChrystal siempre tuvieron una estrecha amistad con los Harris. Creo haber escuchado que Karl tenía una hijo estudiante en la Élite NY. ¿Lo conoces?

Y voltea a verme por encima del hombro. Mi mirada no se aparta de su rostro, pero dado que el interior de la camioneta va en completa oscuridad y la única luz que entra por las ventanas tintadas pertenecen a los faros del barrio residencial en el que vivimos; no puedo ver del todo su expresión. Sin embargo, aunque yo no sea capaz de verla muy bien, de alguna forma trato de controlar la expresión de mi pálido rostro, porque si algo tiene es que es una profesional para leer las expresiones de los demás.

Ella... ¿acaso lo sabe? ¡No, eso es imposible!

—¿Harris? —de alguna manera consigo sonar neutral, como si no supiera de qué o quién habla—. Creo haber escuchado a Jade —una de mis compañeras— mencionar a un chico con ese apellido, pero no sabría decir si se trata de la misma persona.

Mamá responde con un simple e indiferente «Ya veo». Un escalofrío sube por mi tensa espalda, hasta subir a mi cuello donde los vellos de mi nuca se erizan. Mi corazón late tan a prisa dentro de mi pecho que realmente no sé cómo no son capaces de escucharlo. Pero aún cuando sienta que en cualquier momento el alma escapará de mi cuerpo, no me muevo y no altero mi expresión.

—Por cierto rubia falsa, ¿acaso no piensas volver a la Universidad?

¡Te amo tanto, Wyatt! ¡Juro que nunca volveré a decirte que eres el hijo del diablo y un engreído! 

—¡Por supuesto! —mi hermano me mira como si fuese una loca por la sonrisa que inevitablemente se forma en mis labios—. Pero ya que estamos acabando la semana, decidí mejor esperar.

—Sí, igual ya llamé a la directora para hacerle saber que por cuestiones personales ibas a faltar unos días —agrega papá, y en el fondo de mi corazón le agradezco infinitamente el haberme ayudado a cambiar de tema.

Si mi madre me sigue preguntando sobre los Harris, creo que no podré seguir con el acto, aún cuando no comprenda del todo porqué ella no debe de saber que conozco a Ian. Tal vez se deba a que su familia es íntima con los McChrystal. La verdad no sé, y ni aunque me apunten con un arma pienso tentar mi suerte en preguntarle. Al final, llegamos a la mansión sin ningún otro contratiempo y mientras los guardaespaldas se hacen cargo de la camioneta, otros de acompañarnos al inferior; me permito huir a mi habitación.

—¡Al fin! —exclamo feliz y un sonoro “puff” acompaña mi gemido de placer cuando me deshago de los tacones y me tiro sobre los suaves edredones blancos de mi bella cama.

Ni siquiera encendí las luces al entrar, levantarme, quitarme el maquillaje y cambiarme está completamente fuera de discusión. Además, dudo que mi cuerpo vaya a moverse, una vez desaparecida la tensión es como si toda mi energía hubiera sido drenada.

Mañana pensaré en lo sucedido. Mañana...

Y sin terminar aquel pensamiento, caí profundamente dormida.

Con la música sonando lo suficiente fuerte y colandose al cuarto de baño, me permito disfrutar de una larga pero bien merecida ducha       



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En el texto hay: drogas narcotraficantes mafiosos

Editado: 09.10.2020

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