Hijas Del Orfanato

CAPITULO 4: HERMANAS.

PRISCILLA.

"Aunque no hubiera nadie a mi lado, sabía que no estaba sola, estaba conmigo misma y eso era suficiente".

Los bellos bucles dorados de Angelic, la hermosa piel trigueña de Damiana, el espeso afro de Amaral y la maravillosa personalidad de Star eran algunas de las razones por las que quería quedarme, vivía ese infierno para tratar de protegerlas y para tratar de que no hicieran con ellas lo que hicieron con Agatha y conmigo, no quería que me vieran como una víctima o una mártir, mejor como una guerrera.

Unos meses antes de que el verano posara sus abrazadoras alas sobre el pueblo, Cetrina y mamá Rosita intentaron que Star y Amaral hicieran lo que yo y Agatha hacíamos, pero nos opusimos, nunca dejaríamos que ellas pasaran por lo mismo.

―Muy bien, pero ustedes tendrán que recibir clientes también las noches de los lunes. Rosa sonrió y encendió un cigarrillo.

Un sentimiento de impotencia recorrió todo mi cuerpo y aunque por muchos años lo había evitado, en ese momento odié a Rosa como nunca pensé poder odiar a alguien.

―Yo las ayudaría en sus labores, pero no soy tan linda como ustedes, pequeñas. Dijo Cetrina soltando una enorme carcajada.

―Nadie pagaría un centavo por ti. Susurró Agatha pensando que Cetrina no la iba a escuchar.

Como un proyectil de arma de fuego voló un pequeño jarrón de porcelana desde las manos de Cetrina hasta el rostro de Agatha, quien cayó el suelo llorando de dolor, con sus labios partidos y sangre brotándole de la nariz y la boca.

― ¡Sáquenla de aquí! ― les ordenó Rosa a Amaral y a Star y entre las dos sacaron arrastrando a Agatha del despacho. ―Estas chicas se me están saliendo de las manos. Dijo y le dio un jalón a su cigarrillo.

Me estremecí de dolor y me aguanté las lágrimas al ver como Agatha era arrastrada hacia afuera del despacho con el rostro hecho trizas y su sangre brotando, pero al parecer, a ninguna de esas brujas le importó.

― ¿Cómo nos convertimos en esto? ― Esmeralda abrió la puerta del despacho de Rosa y salió de él a toda prisa, con un sentimiento de indignación en su cara.

No supe si tenía que salir o no, tenía miedo de moverme.

―No le hagas caso, ya se le pasará―. Dijo Rosa mientras el humo de su cigarrillo ondeaba vacilante, creando formas raras en el aire. ― ¿Estás de acuerdo con el trato? ― me preguntó.

En medio de lágrimas y espasmos cardíacos acepté, aunque eso significara odiar mi cuerpo cada vez más y sentir asco de mi mismas al verme al espejo, pero lo valía, claro que lo valía.

Habían pasado dos semanas desde que firmamos el trato con Rosa, creí que iba a soportar más, pero no podía, era demasiado dolor, me estaba quemando por dentro, cada vena de mi cuerpo ardía, mi sangre era gasolina que alimentaba ese incendio, tenía que vaciarme.

Los azulejos blancos y el eco del baño me acompañaban, había llenado la tina casi hasta rebalsarse y llevaba puesto el vestido negro que tanto me gustaba; observé el frasco de píldoras para dormir que encontré en el cuarto de Rivaldo (el velador) y lo abrí; tomé una por una hasta vaciarlo, lloré por un rato pensando en todo lo que iba a dejar atrás, pero después de unos minutos me metí en el agua y esperé a que los calmantes hicieran efecto. No quería seguir, me lastimaba tener que vivir cada día en ese lugar.

―Espero que me perdonen. Dije con lágrimas silenciosas rodando por mi rostro y metí mi cabeza en el agua, iba a morir.

Dolores estomacales empezaron a aparecer en mi cuerpo, luego dolores de cabeza y mareos. La falta de aire y la sobredosis me estaban matando, mis ojos y mis músculos ya no me obedecían, creí por un momento que ya había muerto, que había alcanzo el eterno campo de margaritas amarillas, pero no era así.

―Soy Amy, ayúdame, no me dejes sola. Dijo una chica con una voz tan angelical que me estremeció.

Abrí mis cansados ojos bajo el agua, miré hacia arriba y una chica como de mi edad con cabello rojo y con un camisón blanco me observaba entre las ondas del agua.

―Vive, no te rindas. Susurró esa chica misteriosa.

Cerré los ojos, perdí el conocimiento, pero entre mis lagunas de pensamiento recuerdo a Agatha y a Queen sacándome de la tina y a Esmeralda metiéndome los dedos en la boca para que vomitara. Nunca más volví a ver a esa chica, tal vez era un ángel guardián o un fantasma, nunca lo supe.

― ¡No nos dejes Priscilla! ¡Quédate! ― retumbaba la voz quebrada de Damiana y Star en mi mente, no recuerdo nada más de ese día.



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En el texto hay: asesinatos, fantasmas, feminismo

Editado: 05.10.2018

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