Hijos De La Desgracia: El Camino De Celestino.

Repaso del libro anterior:

En la crónica que precedió a la presente, la trama giró en torno a Celestino y Lucia, gemelos infantes que, a causa de designios más allá de su dominio, se vieron separados de sus progenitores, mediante la disposición propia de él, y por el juicio de sus camaradas y subordinados: Augusto y Amadeo. Estos dos últimos, con un notable empeño, lograron sustraerlos de la acometida despiadada de los centauros, seres que resurgieron en el reino un cuarto de siglo después de lo que se suponía había sido su exterminio.

Separados por las brutales bestias en aquel oscuro paraje boscoso al cual huyeron, los destinos de los infantes quedaron divergentes. Celestino halló salvaguardia a manos de Augusto, quien lo condujo al encuentro del Baron Fulgencio, un varón con el cual forjaría lazos amistosos y quien, al mismo tiempo, compartía una historia de antigua amistad con su padre, Charles. En la compañía de estos dos, la senda lo guió hacia la metrópoli, cuna de reyes y epicentro de noticias. Fue en ese enclave de magnificencia donde el sendero de Celestino se enlazó con un acontecimiento de insigne magnitud, al ser agraciado con el fruto del árbol Strennus, un obsequio de manos del propio Strennus, que lo dejó caer desde sus erguidas ramas. En ese instante conoció al comandante Laureano, quien, en los sucesos subsiguientes narrados en esta crónica, asumirá el papel de mentor y amigo leal, revelando su rol preeminente.

Un ineludible devenir de los acontecimientos los guió hacia las estancias del rey Fausto, vástago de Tito, monarca que recibió las nuevas con un justo escepticismo. Sin embargo, desentrañando un confín de identidades ocultas, el rey desveló la verdadera estirpe de Charles, reafirmando su compromiso de velar por la protección de Celestino. El vástago del hombre que en su momento le otorgara salvación merecía tal honra y amparo, un legado que se manifestó con resonante solemnidad en la recuperación y honra de los restos mortales de Charles y su amada Celia, en un funesto adiós que conmemoró sus vidas ejemplares. En ese umbral, Celestino solicitó al comandante Laureano ser su pupilo en el arte de la guerra, un propósito que marcó el inicio de una nueva fase en su viaje. Por su parte, Lucia fue apresada por el Goblin Thrill, quien luego la liberó en un acto de insólita clemencia, en el cual Amadeo se sacrificó para permitirles la fuga. Posteriormente, durante la persecución, Lucia logró escapar del bosque de abedules y se encontró con un grupo de centauros que urdía su muerte. En aquel instante, Aelius intervino (quien ya había anunciado su presencia en el cielo) y la rescató, llevándola al pie de la única y majestuosa montaña, la cual Lucia ascendió en compañía del mago Thalindor y el hada Luminia. Posteriormente, fue adoptada por este grupo al llegar a la Cumbre del eterno invierno. 

Cuatro años transcurrieron desde esa coyuntura trascendental, y ahora, en estas mismas páginas, despliega la narración de lo que sucedió en los días posteriores, en las travesías y vicisitudes que han seguido forjando esta historia.




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