Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Capitulo 10

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
30mo Día De Julio.  

Tras los enigmáticos sucesos del capítulo previo en el que Thalindor y Luminia se presentaron ante Lucía, muchas incógnitas quedaron entre el nuevo trío. Por ello, se dispusieron a ascender por el conocido "Ascenso":

Aconteció que Lucia se hallaba en total sorpresa ante el curso de los eventos que se desplegaban ante sus ojos, eventos en los que se veía inmersa. La vestimenta que le obsequiara Thalindor mediante un sutil gesto de sus manos mágicas resultaba ser de un confort sin igual, como si hubiera sido tejida con exquisito cuidado. La esmeralda que centelleaba en el corazón de su flamante collar de plata ostentaba una hermosura desmedida y, tal como expresara Thalindor, "realzaba la tonalidad de sus ojos".

Se detuvo a la diestra del Mago, quien dio inicio a su caminar al compás de su cayado, pasos pausados y seguros, en tanto los copos de nieve suspendidos en el aire, obstáculo a la claridad visual, se disipaban ante ellos como si alguna orden invisible hubiera sido impartida por algún ser o fuerza. Así, el sendero se despejaba mientras Lucia, Thalindor y Luminia proseguían su avance. Los pliegues de la senda les llevaron tras las montañas, con el propósito de circunvalarlas. La nevada se mostraba densa y glacial. A medida que recorrían los extensos metros de camino, a los ojos de Lucia se reveló el abismo, apenas a unas escasas zancadas de la primera cumbre del trío que conformaban. Perpleja ante la dirección tomada, Lucia no lograba comprender el porqué de su itinerario, pero Thalindor permanecía imperturbable.

Alcanzaron el precipicio, cobijados tras la prominente montaña que alzaba su perfil a la diestra. Lucía, con un amalgama de temor y asombro, contempló aquel panorama que se desenvolvía ante sus ojos. Abarcaba cada colina, cada bosque, claro, río y arroyo, todos sepultados bajo el manto níveo o petrificados en su inmutable quietud. Nada más que esa visión se desplegaba: un frío eterno, una serenidad constante que, de algún modo, rivalizaba con el mismísimo núcleo de la vida. Sin embargo, pese a tales rigores, Lucía encontró una suerte de hermosura en aquella panorámica invernal. Se vio a sí misma allí, recostada, moviendo manos y piernas en un fugaz atisbo de juego. Visualizó el lanzar de esferas de nieve, proyectiles gélidos y contundentes capaces de derribar incluso al más estoico. Y precisamente este pensamiento la embargó, pues su mente se posó en su gemelo, en su hermano.

Celestino surgió en su memoria, y la mirada de Lucía se dirigió hacia la nieve con un pesar recién adquirido. Ansiaba la presencia de su hermano, deseaba con fervor conocer su paradero, imaginar su bienestar, elevando una plegaria silenciosa al viento helado, esperando que su gemelo estuviese a salvo, resguardado bajo la tutela de Augusto, pues Celestino era el último pilar de la familia que le restaba, una necesidad ineludible en su corazón. Todavía resonaban en su mente y en su ser las palabras que Thrill le comunicara con fría solemnidad: "Tus padres han partido, pequeña". Ni la nieve ni el frío lograban erosionar esa verdad que latía en su interior con mucho dolor. 

No obstante, sus reflexiones fueron truncadas en breve plazo, ya que Thalindor apretó con firmeza su báculo de ébano opaco y, en tres golpes resonantes, hizo contacto con el suelo cubierto de nieve.

— ¡Escuchad, gélidas y majestuosas cumbres de blancura eterna! ¡Escuchad al grandioso Thalindor! Pues Thalindor os insta a revelar vuestro sendero oculto. ¡Dejaos ver en vuestra autenticidad! ¡Mostrad el camino que yace velado ante nosotros! ¡Pues Thalindor se dispone a ascender!

Repentinamente, como si el propio corazón de la tierra hubiese sido golpeado, un temblor de moderada envergadura estremeció la capa de nieve. Por un instante, el claro en su totalidad pareció oscilar, y en los ojos de Lucía se desvanecía el sentido del equilibrio, cediendo ante el brote del miedo. Contempló el precipicio de la caída potencial e instintivamente profirió un grito, mientras el control sobre sí misma se desvanecía como sombras errantes. La inevitabilidad de su descenso se apoderó de ella, un descenso sin fin, un abismo sin fondo. Sin embargo, en el momento más oportuno, la hermosa Hada Luminia, con su presencia etérea, se alzó grácilmente sobre su hombro diestro, y con la suave caricia de su mano siniestra, rozó la mejilla derecha de Lucía.

—Tranquilízate, Lucía, no hay motivo para albergar temor alguno. Pues toda senda que anhele desvelarse ante los ojos mortales, se encuentra antecedida por una prueba, ¿y cómo podrías emprender el ascenso si no has sabido mantener la estabilidad en el lugar en el que te hallas? Equivale a anhelar alzar el vuelo, sin antes dominar el arte de caminar—susurró con una voz apacible y melodiosa.

Y así, en el roce de Luminia, Lucía experimentó un suave y reconfortante ardor, que gradualmente desvaneció sus aprehensiones. Poco a poco, aquel temor que la asediaba cedió ante la lenta fusión con la placidez, hasta que, al fin, en lugar de contemplar la abismal caída, retornó su mirada al mundo que le rodeaba. En ese instante, percibió cómo la luna, aún en pleno mediodía glacial, se alzaba cercana en la distancia, derramando su luz. Después de absorber la visión de aquel astro plateado en el firmamento diurno, desvió su atención, posando su escrutinio en el hombro derecho donde Luminia permanecía.

—Te agradezco—pronunció en voz baja, y una sonrisa afloró en sus labios.

Posteriormente, las dos dirigieron su atención hacia Thalindor y contemplaron cómo ante él, en el lugar que se presumía ser el flanco de la montaña, se gestó un sendero de piedra azulada, salpicado por los copos de la nevada que descendía de sus alturas. Lucía continuó la traza de aquel camino en tanto sus ojos se lo permitieron, y distinguió que serpenteaba en torno a la falda de la montaña misma.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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