Hijos De La Desgracia: Preludio, Tomo I.

Capitulo 22

Año 180 desde la fundación del Bastión Verdegrana.
Año 80 desde la fundación del Reino De Khirintorin.
Noche del 8vo Día De Julio.

En la negra penumbra de la noche, su manto etéreo abrazaba el antiguo alcázar, envolviendo cada esquina en un velo de misterio y calma. En aquel momento, el rey Fausto y el comandante Laureano llegaron en silencio, con pasos apenas perceptibles sobre el suelo de noble madera. Las llamas danzantes de las antorchas apenas lograban iluminar los jardines, formando sombras que parecían cobrar vida en las paredes de piedra. Mientras avanzaban por los desiertos pasillos del castillo, el eco de sus pasos resonaba de forma fantasmal, recordándoles la soledad que reinaba en aquel lugar a esa hora de la noche, cuando los únicos despiertos eran los hermanos de la guardia real, celosos guardianes de las puertas principales:

De pronto, sin dilación, encamináronse hacia el recinto de sosiego, agregando diminutos leños al ardor con el propósito de engalanar el resplandor. Laureano despojóse de su armadura, ataviándose con su exquisita camisola negra y ajustados calzones, igualmente confeccionados en lino oscuro. Acto seguido, tomaron asiento en los butacones que rodeaban la fogata y la pequeña mesita, dispuestos a entablar coloquio.

—El funeral debe llevarse a cabo con prontitud, aunque su importancia sea elevada para nosotros y nuestros allegados. La lucha contra los centauros se convierte ahora en nuestra principal preocupación —declaró el comandante, cruzando una pierna sobre la otra mientras observaba las llamas.

—Plenamente asiento contigo, comandante. Mañana mismo lo efectuaremos; procuraré que en la carpintería se labren dos bellos ataúdes a la velocidad del rayo. No obstante, debemos discutir la índole del evento. A mi juicio, el funeral ha de ser público, de manera que cada siervo del alcázar y cada persona que cruce el umbral del jardín sean testigos. Tal parece ser la adecuada retribución por lo que Charles representó para el reino; llorarán al vinatero, eso es incuestionable, pero también sabrán que llorarán al hombre que salvó a su rey.

—Permíteme discrepar, noble señor. Charles era un hombre que ni buscaba ni anhelaba la atención de las multitudes. Era un individuo apacible, afable y reservado. En mi opinión, únicamente nosotros y Celestino, su hijo, deberíamos estar presentes. El acto debería celebrarse en la más estricta intimidad.

—Comprendo tus modos y nobleza, Laureano, pero la noticia en sí ya es sumamente triste. Sería un pesar mayor conmemorarla como un lúgubre funeral.

—No necesariamente ha de ser un sepelio común, ni una ocasión de tristeza. Podríamos convocar a Marcus y dedicarnos toda la tarde a asimilar la noticia. Podríamos celebrar una festividad modesta, aunque íntima. Solicitaré a los muchachos de la guardia que se sumen, si fuera menester, y tras un banquete generoso y ánforas de cerveza, relataremos hazañas de guerra, momentos felices y demás. Pues ten en mente que este acto no es exclusivamente para nosotros. ¿Se sentirá Celestino cómodo atravesando tan delicado momento en compañía de tanta gente? Si bien es el funeral de nuestro amigo, recuerda también que es el funeral de sus padres.

—Sois acertado en tal cuestión, durante un breve momento, me hallé apropiándome del evento —el monarca tomó unos instantes breves y continuó—. ¿Habéis notado que siempre hablamos de Charles, mas nunca mencionamos a su consorte Celia?

—Sobre ella apenas disponemos de información abundante —manifestó el comandante—. Según lo poco que sé, era pariente de Olivus, el duque de Herbalea, y sus familias planeaban su desposorio. Mas antes de llegar a cualquier acuerdo, Celia y Charles se conocieron aquí, en un primero de enero, el día de tu investidura, recordad bien, el inicio de la primavera y el comienzo de un nuevo año. A partir de esa noche, nada los separó.

—Vuestra memoria parece ser prodigiosa, comandante—rió Fausto—. Era una dama de belleza insuperable, sin duda alguna, pero en fin, ya no reviste gran importancia... Se rumoreaba que su carácter era peculiar, bastante, si me preguntáis; a menudo requería ingredientes inusuales que hacía traer sus propios sirvientes, y cuando eran productos tan específicos, los adquiría ella misma. Pasaba también largas horas en sus estancias cuando aún residía en el hogar paterno; nadie sabía con certeza en qué empleaba ese tiempo, algunos la tildaban de bruja y otros de alquimista.

—No me parece correcto discutir eso a estas alturas. Ya falleció; otorguemos a esta noble dama el respeto de no invocar su nombre en vano. Fuese bruja o alquimista, a estas alturas poco importa. Era una mujer culta, refinada y amable; la esposa de nuestro amigo y la madre de Celestino; su nombre merece el mejor de nuestros tratos.

—También dicen que preparaba extraños ungüentos —continuó el rey.

—Fausto… os ruego, por favor—recriminó Laureano.

—Está bien, está bien, tú ganas —respondió Fausto con cierto deje de resignación—. Entiendo que quizás no sea la conversación más agradable.

—No es solo eso; no es este el único tema que debemos abordar en este diálogo. Ni siquiera hemos considerado las consecuencias que acarreará la muerte de Charles, más allá de que su hijo vivirá con nosotros.

—Retomemos entonces el tema del sepelio —propuso Fausto.

—No es negociable que deba ser íntimo.

—Concedo eso, pero no pienso realizar un evento triste, ni mucho menos. Será íntimo, mas organizaré una digna festividad que contrarreste el amargo trago que hemos de digerir tras sepultar los féretros en el jardín; me aseguraré de que la celebración sea suntuosa y gratificante, aunque sea en privado. Si estáis de acuerdo, podemos dar fin a esta conversación en este instante.

—Me parece la decisión más sensata —afirmó Laureano, y acto seguido, estrecharon firmemente sus manos.



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En el texto hay: fantasia, aventura, fantasia épica

Editado: 18.01.2024

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