1.
Hay algo que había aprendido bien de esta vida, y es que el dolor ignorado era el más difícil de asimilar. Me refiero a una sensación de tortura, ese sentimiento de aflicción que día tras día ocasiona presiones en el pecho provocando miles de estragos. Estragos amargos que te llenan de ira y de coraje.
Porque existen los estragos de agonía, de tristeza, y luego están los peores, esos que te llenan de impotencia: los estragos de sed de venganza.
⭑
El sol ha caído finalmente y el espeso aire de Londres empaña los cristales de las ventanas. Si tan sólo de día la ciudad es digna de admirar, su majestuosidad durante la noche es avasallante.
No existe ningún recuerdo claro sobre esto en mi memoria y los pocos que tengo acerca de mi infancia son protagonizados por los llantos de Olly y el sufrimiento de mamá. Mi mente nunca deja de divagar en ese ciclo de recuerdos.
Luego de una ducha rápida estoy fuera de casa.
El exclusivo barrio de Chelsea es testigo de olas extremas de adrenalina. Las noches aquí son la parte más sagrada del día para los amantes de la velocidad.
Aunque mi pasado está relacionado a este entorno nunca creí que sería sencillo involucrarme en un mundo que hubiera preferido olvidar. Un mundo del que mamá siempre intentó escapar.
Permanecer aquí ha tenido un sólo propósito, y mi memoria es un constante recuerdo del por qué dejé muchas cosas atrás.
Mi cabello revolotea a causa de la velocidad en medio de la oscuridad de la noche. Giro el manubrio al máximo mientras dejo atrás a los miles de autos que van en mi contra. Hace mucho que dejé de pensar en los demás, hace mucho que dejé de pensar en mí…
Es fácil percatarse que he llegado a mi destino. El lugar es una algarabía total.
Aún conociendo lo que sucede detrás del pleno espectáculo no dejo de cuestionarme la capacidad tan ligera que tienen para desarrollarlo en tan significante medidas. De entre todo lo que sucede lo que resulta más increíble es la gran afluencia en un mismo lugar en busca un poco de adrenalina. Aún si no la provocas, tienes el deseo de ser parte del descontrol.
Parqueo en un pequeño espacio entre vehículos mal estacionados. Pronto el cabello afro de Eliah se abre paso entre la muchedumbre.
—¡Ey Jo! —grita mientras levanta una bandera fosforescente.
—¿Cómo vas Eliah? —bajo de la moto.
—Genial —parece contento. Viene vestido de gris con esas poleras holgadas que le gustan tanto— ¿correrás hoy?
—¿Alguna novedad?
—Ninguna, pero Marcus sigue pidiendo la revancha.
Medio sonrío mientras acomodo el casco de mi motocicleta.
—Tendrá que apostar por lo menos el doble de lo que perdió la última vez.
—Eso le dije —se encoge de hombros sonriente.
Eliah es una especie de “organizador” en las carreras ilegales de la ciudad. Existen dos tipos más de nombres: Carl y Jon. Lo poco que he podido averiguar a través de Eliah es que la única persona que mantiene contacto directo con la cabeza máxima de lo que sucede aquí es Jon, aunque casi nunca se le ve. Y en los meses que llevo en la ciudad no he tenido la suerte de conocerlo.
—¡Jo! —Alan agita las manos a lo lejos mientras avanza entre la algarabía. Es alto y de cabellera rubia.
Le sonrío cuando llega hasta mí—. ¿Cómo estás Alan?
—Excelente —sonríe de oreja a oreja— ¿vienes a verme correr?
Observo a Eliah sorprendida pero él sólo se encoge de hombros.
—¿Con quién corres? —pregunto curiosa.
Señala hacia mi espalda.
Un Lamborghini color verde neón busca espacio en el estacionamiento llamando no sólo mi atención sino la de todos los espectadores. El bullicio se incrementa y nadie duda en darle el espacio que el vehículo parece necesitar mientras comentan sobre las posibles habilidades del conductor.
—¿Estás seguro que quieres correr contra él? —pregunto.
—Claro —responde emocionado— hasta le he cambiado las llantas a mi compañera.
—Necesitarás algo más que unas llantas nuevas para ganarle a eso —cruzo los brazos reparando el vehículo ya estacionado.
Es una belleza de auto, no hay duda; y suena mejor si lo comparamos con el Ferrari 365 modelo sesenta de Alan.
—Vaya, vaya, miren a quién tenemos aquí —una voz femenina habla a mis espaldas.
Suspiro fastidiada y giro con la certeza de saber de quién se trata.
Gina avanza hacia mí a grandes zancadas y con brazos cruzados. La acompaña su fiel compañera Zaira. Ambas traen los labios pintados de color rojo carmesí y no puedo evitar no sonreír al recordar el comentario que desarmó nuestro último enfrentamiento.
—Hola Gina ¿cómo has estado? —le sonrío con sarcasmo.
—¿La fierecilla correrá también hoy? —ignora totalmente mi pregunta— te encanta llamar la atención.
Sonrío burlescamente.
—Pierde cuidado —acerco mi cabeza hacia su dirección con los brazos enlazados—. Hoy tienes el puesto libre para que ganes sin dificultad —hago una pausa suave antes de soltar—. Espero que esta vez encuentres a alguien que no te deje después de una sola noche.
Su frente se arruga y me preparo.
—¡Eres una atrevida! —sostengo su mano en lo alto de la muñeca cuando la levanta dispuesta a abofetearme. Cierra la palma en un puño y esbozo más fuerza en el agarre a la vez que doy un paso hacia ella.
—Entonces deja la estupidez y no me vuelvas a provocar —digo entre dientes. Estoy harta de sus tonterías.
Desde mi sitio noto el cambio en el comportamiento de Zaira y sé que intenta meterse en la pelea al momento que Eliah se interpone entre nosotras.
—Tranquilas chicas —levanta las manos en lo alto.
Un par de segundos después suelto la muñeca de Gina de golpe y regreso mi atención hacia la zona de partida. Ni siquiera me preocupo en quedarme a observar si las mujeres se marchan, pero sé que lo hacen, porque sus maldiciones se escuchan cada vez más lejos.
—¿No piensa dejarte en paz? —pregunta Alan.
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Editado: 21.10.2024