Conversamos en nuestro propio lenguaje; nuestras lenguas se fusionan y el castellano es inútil para expresar lo que siente el uno por el otro.
Nuestras manos se enredan, nuestras miradas se conectan. Nuestros cuerpos se desconocen para conocerse de nuevo una y otra, y otra vez más.
Somos dos fantasmas jugando a obscuras.
El aroma que se ha quedado es tan delicado, tan suave y a la vez tan efímero. Dejando un ligero rastro, que solo es visible para aquellos que se entregan evadiendo las normas impuestas.
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